LA GRAN CITA BARCELONESA DE LA MÚSICA, LA TECNOLOGÍA Y LA CREATIVIDAD
El Sonar rompe fronteras en su 25º aniversario
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Si alguna vez el Sónar fue un festival asociado en nuestras cabezas a grupos o ‘discjockeys’ del entorno europeo o anglosajón, esta imagen requiere de un severo correctivo. No había más que dar una vuelta este jueves por la jornada inaugural de esta edición de 25º aniversario, por donde desfilaron artistas como la formación congoleña Kokoko!, el egipcio Rozzma o la neoyorkina de origen coreano Yaeji, cruzándose con la noruega Jenny Hval o el madrileño de raíces chinas Chenta Tsai, más conocido con el autoparódico apelativo de Putochinomaricón. Sin pasar por alto al Niño de Elche y el estreno de su asociación con el ‘bailaor’ Israel Galván.
Ritmos calientes y en ‘crescendo’ arrollador, los de Kokoko!, desde Kinshasa, ocuparon el recinto diurno, Fira Montjuïc, a primera hora de la tarde con su cruce de bases electrónicas, batería con ingredientes caseros (una cacerola, un bote de ‘Nesquik’) e instrumentos tradicionales, rompiendo otro cliché, el del Sónar como entorno tendente a la estética fría y cibernética. Había que ver a Razzma, gafas negras y pose de ‘rock star’ entre Jim Morrison y Rachid Taha, cantando sobre sus bases gruesas y las cenefas repetitivas de cuerda oriental en canciones bulliciosas, con un punto de desvarío.
En la jungla tropical
Pero el Sónar es un festival de extremos, siempre en torno a una idea de expansión del canon de música popular, y ahí entran propuestas esticamente casi antagónicas como la de Rainforest Spiritual Enslavement, proyecto estadounidense que desplegó un paisajísmo inspirado en las junglas tropicales, viscoso y húmedo. O la de Jenny Hval, una admiradora de Kate Bush cuyas canciones envolventes, utilizando su lenguaje, se “derramaron” sobre nosotros “como la sangre menstrual”, con su voz convertida en un instrumento más y creando climas inquietantes. Y acercándose más a la sesión de baile canónica, Yaeji, reformulando bases de techno y house.
Dos de las actuaciones más sonadas las protagonizaron artistas españoles. Hay que hablar del deslenguado Putochinomaricón y su synth-pop doméstico, que combina melodías bonitas y hasta cursis con letras por las que su madre le habría lavado la boca con jabón.”La vida es corta porque hay tanta gente de mierda a tu alrededor”, clamó esta nuevo poeta, que combate el postureo activista, clama por la superación de los roles sexuales y atesora pequeños hitos como ‘El test de la Bravo y la Super Pop’, un exorcismo de viejos traumas derivados de la lectura de prensa adolescente.
Flamenco, o algo así
Y en esta primera jornada, largas colas para asistir al estreno de Niño de Elche con Israel Galván en el auditorio del Palau de Congressos, el SónarComplex. Un espectáculo que no tiene título, quizá para que lo acojamos con actitud de tabla rasa, sin ningún asidero al que agarrarnos. Propuesta de pronunciada abstracción, que dejó a los asistentes preguntándose a la salida si había concepto o no, si debían darle vueltas a las citas a Machado (“dicen que el hombre no es hombre mientras no oye su nombre de labios de una mujer”) o si tan solo se trataba de una ‘performance’ libre y sin pautas a partir de la inspiración del flamenco.
Más allá de eso, el espectáculo ofreció tramas plásticas con relieves, a partir de un Francisco Contreras, el Niño, tan dispuesto al cante como a la emisión de sonidos de sirena de tren o a valerse de una ruidosa arpa de piano colocada sobre un cajón. Sobre ella bailó Galván, cuya danza heterodoxa le llevó a combinar el gateo con el zapateado sobre una tabla de metal. Escenas con cierto aroma a las vanguardias históricas. Casi todo ha sido ya inventado, aunque el carisma de unos artistas puede seguir siendo único, y las constantes ovaciones del público ante cada una de sus ocurrencias invitaron a pensar que allí lo había.
Estreno salpicado por vítores y caras de desconcierto, previo a la última escena de brillo de esta primera jornada, el ‘set’ de Laurent Garnier con su clásico repertorio techno apuntalado en aquell sonado debut llamado ‘Shot in the dark’. Un disco de 1994, como el primer Sónar.
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