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Canto gregoriano, éxtasis y asesinato, el cóctel monacal de Louise Penny

La dama negra canadiense envía a su inspector jefe Gamache a un aislado monasterio de clausura en 'Un bello misterio'

La escritora canadiense Louise Penny, autora de la serie del inspector jefe Gamache, este viernes en Barcelona.

La escritora canadiense Louise Penny, autora de la serie del inspector jefe Gamache, este viernes en Barcelona. / periodico

Anna Abella

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Canadá, en el aislado monasterio de clausura de Saint Gilbert-Entre les Loups. 24 monjes virtuosos del canto gregoriano han grabado un disco que se ha convertido en un éxito. Uno aparece asesinado. A este escenario envía Louise Penny (Toronto, 1958) a su inspector jefe de la Sûreté de Québec, Armand Gamache, protagonista de 13 novelas ya (en España se han publicado cinco, entre ellas 'Una revelación brutal' ‘Enterrad a los muertos’). La última, ‘Un bello misterio’ (Salamandra Black), la ha presentado en BCNegra

A excepción del muerto, lo que ocurre en esta ficticia abadía es el puro reflejo del monasterio de Silos (Burgos) de los 90, cuyos clérigos editaron un disco de canto gregoriano que se convirtió en un inesperado fenómeno mundial que sacudió la paz y cotidianidad monacal hasta el punto de suspender entrevistas y giras. “Recuerdo algo de aquello pero en realidad me inspiré en los de Saint-Benoît-du-Lac, cerca de donde vivo, que también grabaron un CD. Es curioso que los monjes de Silos también sufrieran el mismo debate interno que provoca el cisma en la novela –reflexiona sorprendida-. Es la lucha entre los que creen que deben seguir aislados, manteniendo la comunidad hermética y protegiendo así la conexión con ese poder divino que ellos sienten con el canto gregoriano, y los que creen que la forma de protegerlo es abrirse al mundo y entregarlo a los demás, porque si tienes un don debes compartirlo. Las cosas no son blancas o negras. Yo misma no sé de qué lado estaría”.

Penny sigue más interesada en la psicología humana que en el crimen en sí. Por ello indaga en las motivaciones de estos gilbertinos (una orden medieval extinta ligada, explica, a los sucesos sobre el obispo de Canterbury de 1170, que contaba T.S. Eliot en ‘Asesinato en la catedral’). “Los monjes son humanos, también pueden caer en la arrogancia y la avaricia. Dicen que es la voluntad de Dios pero ¿cómo sabes que no es por un ego desmesurado, porque buscan reconocimiento y aplauso?”. 

Para la autora, “el germen del mal no es el dinero sino el miedo. A no tener suficiente dinero, comida, poder, seguridad, amor, a perder lo que se tiene… Es el miedo lo que desencadena el enfado, el odio… y te lleva a coger un cuchillo o a disparar. Y eso revela una inseguridad tremenda”. 

Pederastia y amor entre hombres

No evita Penny, que fue periodista antes que dama negra, señalar la lacra de los abusos a niños por parte de religiosos que se extienden como una telaraña por países de todo el mundo, incluido Canadá. “Si hay una investigación policial son cosas por las que Gamache debe preguntar. Es imposible escribir sobre una comunidad de hombres obviando lo que sale en las noticias, aunque a los benedictinos con los que hablé no les gustó que lo sacara. Lo que han hecho esos hombres es horrible pero también lo es que la Iglesia como institución siga guardando el secreto y protegiendo a los culpables. Creen que se rigen por una ley propia. Me planteo si sus paredes les protegen a ellos de la sociedad o a la sociedad de ellos”. Tampoco gustó a los monjes que hablara “del amor físico y emocional entre hombres”. “¿Tan malo es si es algo consentido entre adultos y si tanto hablan del amor de Dios?”. 

Para los religiosos de ‘Un bello misterio’ el canto gregoriano es casi como una droga capaz de conducirlos al éxtasis y la paz interior. Ella misma, que aclara que no es nada religiosa, lo experimentó en el monasterio de Saint-Benoît-du-Lac, donde los benedictinos la invitaron a pasar un día y a dormir en una celda junto con su marido. “Nos dejaron asistir al último servicio, que no es público. Era de noche y no había luz. Los monjes fueron entrando en la capilla uno a uno, cada uno con una vela y cantando canto gregoriano. Aún se me pone la piel de gallina porque fue un momento de paz absoluta. Se respiraba una sensación de bienestar profunda impresionante. Y entendí por qué los monjes sienten cantando esa conexión con ese poder superior”.     

Música y neurociencia

Algo que Penny liga, citando el libro de Daniel Levitin ‘El cerebro musical’, a la neurociencia. “Un experimento ha demostrado que cuando escuchas música o tomas una droga potente se produce el mismo efecto eufórico porque se estimulan las ondas alfa del cerebro”. Ella misma siente que la música la “inspira y lleva a lugares que no descubriría sin ella”. Tiene un “enorme potencial a nivel emocional y creativo”.

Y aquello la llevó a preguntarse de dónde viene la música, remontándose al siglo IX. “Y descubrí los neumas, el antecesor de las notas. Es increíble cómo se puede codificar algo que ni se ve ni se toca, cómo plasmarlo en papel”. 

A todo ello tiene acceso su autocrítico policía. “Gamache tiene algo del Atticus Finch de ‘Matar a un ruiseñor’ -cuenta Penny-. Es un hombre decente en un entorno que lo pone a prueba. Es un tipo reflexivo que duda sobre qué es lo correcto y que sabe que a veces la ley se equivoca y lucha contra ello”. Para él se inspiró, confiesa, de su marido, fallecido en el 2016. “Era jefe de hematología del Hospital Infantil de Montreal. Estaba rodeado de niños que morían y debía tratar con los padres, pero era un tipo feliz porque, aunque sabía que el mundo puede ser un lugar horrible, entendía que la vida es un regalo porque está rodeada de muerte”.