Escritor Emanuel Bergmann reclama más humor en la literatura con "El truco"

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El escritor alemán afincado en Estados Unidos Emanuel Bergmann, que acaba de publicar en España su ópera prima, "El truco", ha reclamado hoy en Barcelona que haya "más humor en la literatura".

En la presentación de "El truco" (Anagrama/La Campana), Bergmann ha dicho que no ve mal explicar una tragedia o un crimen con humor y, de hecho, cree que "la mayoría de las historias se benefician si se cuentan con humor".

El autor germano echa de menos el humor en la literatura: "El humor es la esencia de la vida, es lo que hacemos todos con amigos cuando nos reunimos, cuando comemos y, sin embargo, en la literatura no fluye suficientemente, y yo reivindico el lugar del humor entre las artes serias".

El recurso del humor en una tragedia debe ir acompañado, no obstante, de una reflexión: "Si nos estamos riendo de una tragedia, se puede hacer como Charles Chaplin en 'El gran dictador', en la que se reía de Hitler, pero no nos podemos reír de las víctimas, como sucedía en esa película que Jerry Lewis rodó y que finalmente rechazó estrenar".

El humor puede ser, como sucedió con toda su familia, supervivientes del Holocausto, "un elemento de supervivencia": "He oído contar a mis familiares chistes de Göering y de Himmler".

En "El truco", Bergmann sitúa la trama en dos ciudades y en dos épocas, con dos personajes cuyos destinos se cruzan: un niño dispuesto a creer en todo y un anciano que ya no cree en nada.

Las dos ciudades y las dos épocas son Praga en 1934 y Los Ángeles en 2007. El anciano que ya no cree en nada es el gran Zabbatini, un mago procedente de una familia de rabinos que, cuando era niño y se llamaba Moshe, quedó fascinado por un legendario ilusionista de circo que visitó la ciudad y acabó actuando ante Hitler y viviendo una intensa y dolorosa historia de amor y trágicas peripecias en la Europa ocupada por los nazis.

El niño dispuesto a creer en todo es Max Cohn, tiene diez años, su abuela sobrevivió a los campos de concentración de pequeña, y sus padres están a punto de divorciarse. Y cuando Max descubre entre trastos viejos un disco de conjuros y trucos del gran Zabbatini, se empeña en buscarlo para que le ayude a salvar el matrimonio de sus padres y lo localiza en una residencia de ancianos.

Bergmann mezcla el humor y un punto de tragedia siguiendo la tradición de la literatura judía y construye la novela con un narrador que explica una historia trágica, pero nunca es serio y que pronuncia frases profundas aparentemente banales como "la mejor mentira es la verdad".

La frescura del lenguaje, ha revelado Bergmann, proviene de un truco muy sencillo: "Vivo en Los Ángeles y cojo el autobús a diario y voy tomando notas, algo que también hago en los restaurantes, y a partir de una realidad se activa la fantasía".

Lejos de la tradición judía de Saul Bellow o Philip Roth, Bergmann se siente más próximo al "Woody Allen de antes de los 70, antes de convertirse en cineasta maravilloso y pervertido, que construía verdaderas hostias verbales".

Justifica la estructuración de la novela en dos épocas y dos ritmos por su propia condición: "Soy inmigrante alemán en EE.UU. y para mí no hay una verdadera patria, pues en Estados Unidos soy un extranjero y en Alemania soy judío, por tanto, decidí escribir con un pie en cada mundo".