CRÍTICA DE CINE

'La última canción': un largo y cursi estribillo pop

Una bizarra combinación de duelo por un músico muerto y romance lleno de clichés

NANDO SALVÀ

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Un requisito indispensable para dejarse convencer por esta película es tolerar a sus dos protagonistas, y eso no resulta fácil. Hannah (Rebecca Hall) está tan colgada de la memoria de su marido, un idolatrado cantante de folk, que se pasa los días deambulando por su tumba; Andrew (Jason Sudeikis) es un arrogante listillo que trata de escribir una biografía del fallecido. El encuentro entre ambos le sirve al director Sean Mewshaw para tratar de meditar sobre la herencia que los artistas dejan tanto a sus seres queridos como a sus fans, a través de una serie de morosas escenas en las que los personajes hablan del legado del muerto o se conmueven mientras escuchan su música.

En todo caso, todo el supuesto peso emocional que esos momentos acarrean no tarda en evidenciarse como un mero maquillaje con el que Mewshaw trata de dar empaque adicional a lo que no es más que otra comedia romántica construida exclusivamente sobre clichés: el antagonismo que poco a poco da paso al amor, las complicaciones que amenazan el romance, la escena climática en la que uno de los personajes corre para evitar que el otro se vaya tras comprender finalmente que las oportunidades para la felicidad no pueden desaprovecharse, etc. Que los protagonistas sigan ese formulario camino hacia el amor al tiempo que divagan sobre las virtudes del esposo muerto resulta algo bizarro, aunque no tanto como la idea de que la mejor manera de que una viuda siga adelante con su vida es echarse a los brazos de un cretino que adoraba a su marido tanto como ella.

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