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CRÍTICA Álvaro Pombo vuelve sobre sus pasos y temas con solvencia

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DOMINGO RÓDENAS

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Novela de Álvaro Pombo: conflictos morales, estilo sublime, dialéctica entre historia e invención, apuesta por la esperanza desde el desaliento y soberbios personajes femeninos. Su obra está plagada de mujeres excepcionales, con mundos interiores de complicadas estratificaciones y personalidades apabullantes que han dejado rodadas en la piel de quienes se han cruzado en su camino. En el trazo de esas mujeres -muchas extraídas de la alta sociedad santanderina de antes y después de la guerra- suele repetir unos mismos rasgos: hermosas e instruidas, arrogantes e invasivas, católicas y conservadoras por su casta, pero libres e irreprimibles en su acción y pensamiento, abocadas a su erosión ante el progreso social y a ser evocadas sin nostalgia, como plantas exóticas de una época cancelada. Aquí hay otra de esas mujeres: se llama Elvira, brilló sesenta, setenta años atrás en París, Buenos Aires, Madrid y Marbella, atravesando tres matrimonios y reinventándose sin complejos. La recuerda su sobrina, la narradora innominada, ya anciana, que arranca a escribir en el verano de 2014 después de leer los pésimos versos de su tía Elvira y sus maquilladas y lejanas memorias.

En la rememoración del carácter y las andanzas de tía Elvira y de sus satélites (su nieto el aguilucho, su sobrina la trainee, su esposo Helio, veinte años más joven...), Pombo hace una exhibición de recursos para la sutileza y matización del retrato y del relato, salpicándola de chispazos líricos (Rilke, Stevens, Eliot) y filosóficos (Nietzsche, Sartre).

Nada es plano y directo, todo se muestra rugoso y refractado a través de lo que los demás ven y observan, deducen y suponen. «La apreciación literaria y filosófica ha sido parte esencial de mi larga vida», afirma la narradora, pero lo dice el autor.

La novela avanza por círculos sucesivos que enfocan nuevos actores, por ejemplo los padres del aguilucho, Mario y Teresa (hijo y nuera de Elvira), cuya reputación de matrimonio perfecto es desmontada como un mecano. A medida que se amplía el escenario con estas incorporaciones, se va definiendo la posición moral de la narradora, su exigencia ética, su autocontrol, en el que parece proyectarse el del propio Pombo.

Pocas novelas recientes alcanzan la densidad reflexiva, la penetración psicológica y la escritura sazonada de esta. Pombo vuelve sobre sus pasos y sus temas, pero lo hace con una solvencia literaria que un melancólico llamaría de otros tiempos.

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