CRÓNICA

El TNC se rinde a Clara Segura

La actriz se lleva todos los honores de 'La rosa tatuada' por un trabajo enorme

Clara Segura (centro), al lado de Montse Esteve, en una escena de 'La rosa tatuada', de Carlota Subirós.

Clara Segura (centro), al lado de Montse Esteve, en una escena de 'La rosa tatuada', de Carlota Subirós.

JOSÉ CARLOS SORRIBES
BARCELONA

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Más de una década llevaba Clara Segura sin pisar la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya, desde su presencia en el amplio reparto de La filla del mar que montó Josep Maria Mestres. Un paréntesis demasiado largo que ha subsanado La rosa tatuada, de la que es protagonista absoluta. Y por motivos irrebatibles: encarna un personaje de tanta dimensión como su propia capacidad interpretativa, que la ha convertido en una referencia fundamental del teatro catalán. Recientemente ha quedado de manifiesto, por ejemplo, con su magistral papel en Incendis y vuelve a demostrarlo ahora.

Ella sola levanta la propuesta que ha dirigido Carlota Subirós sobre el texto de Tennessee Williams, de cuya escritura se han cumplido más de 60 años y, en demasiados momentos, se nota poco más de la cuenta. Subirós firma una versión fiel, correcta, sin ninguna salida de tono, de una pieza a la  que podría aplicársele algún recorte que aligerara sus  dos horas y media de duración.

VAIVÉN EMOCIONAL / Tampoco el efecto en el espectador es el mismo que provocaría en su momento (1955) la versión cinematográfica que encumbró a Anna Magnani. Ese canto a la sensualidad de Williams tendría entonces connotaciones distintas a la visión que provoca en la actualidad. Pese a ello, Segura plasma con rotundidad el vaivén emocional y vital de Serafine delle Rose. Esa mujer entregada a un marido idealizado, muerto en circunstancias violentas, hasta que descubre que no era tan perfecto como imaginaba.

La aparición en su vida de Alvaro Mangiacavallo (Bruno Oro) despierta en Serafina esa pulsión vital que tenía ahogada bajo el recuerdo de su marido. Su encuentro se mueve mejor en el terreno decantado hacia la comedia que en el pasional.

FALTA DE ENERGÍA / Es un detalle que se repite a lo largo de todo el montaje. Pese al gran trabajo de su protagonista, le falta un punto de ebullición y de energía para que esa sensualidad, ese canto a la vida, llegue a la inmensa platea de la Sala Gran.

No lo alivian ni el movimiento giratorio de la escenografía ni las proyecciones. Quizá tampoco ayude la resolución escenográfica de focalizar lo todo en el refugio de Serafina, muy bonito sin duda, que desde las filas más alejadas del escenario puede llegar a convertirse en una casa de muñecas demasiado pequeña.

El resto de personajes, además, flotan por toda la caja escénica de la Sala Gran y poco peso tienen al lado de la Serafina de Clara Segura, pese a los momentos fugaces de intérpretes tan contrastados como Oriol Genís y Màrcia Cisteró.