Crítica
'Django desencadenado' , un historiador intrépido y tramposo
A estas alturas, sería una sorpresa que una nueva película de Quentin Trantino no funcionara como homenaje a alguna vertiente del cineexploitationde los 70.Django desencadenado,en todo caso, pretende ser más que eso. Para empezar, quiere certificar la relativa madurez que supuso la película previa de Tarantino, Malditos bastardos, hablando de algo más que de la ferviente cinefilia de su autor. En concreto, trata de ser una representación insólitamente audaz de la historia de violencia que conllevó el nacimiento de Estados Unidos, de confirmar a Tarantino como el historiador más irreverente del cine norteamericano actual. Es una pena que, en realidad, no tenga nada significativo que decir acerca de la historia de subyugación racial americana, más allá de que la esclavitud fue algo terrible. Su cabreo contra el racismo suena genuino, pero también poco elaborado, como el enfado de un hombre blanco por algo que leyó en un libro.
También trasMalditos bastardos,Djangocontinúa la cruzada de Tarantino por combatir a los grandes opresores de la historia a través de sus películas, de modo que los oprimidos obtengan por fin su venganza. En ese sentido, Django es un héroe rebelde, determinado y lleno de coraje -todo lo contrario que el resto de esclavos que la película retrata-. Su existencia es, además, un acto de provocación y de reparación, contra la esclavitud pero sobre todo contra todas esas películas de Hollywood, títulos comoAdivina quien viene esta nocheoCriadas y señoras, que han perpetuado la imagen del negro sumiso y han blanqueado la historia.
CONCIENCIA RACIAL/ El problema es que Tarantino hace trampa: enfrenta al héroe a un reparto lleno de villanos blancos -y alguno negro- de maldadcartoonesca, que permiten a espectadores de todos los colores celebrar la violencia de Django sin ningún conflicto de intereses emocionales. Contemplando a Jamie Foxx cargarse a todo blanco que se cruza en su camino, cualquier WASP puede lavarse las manos respecto de su culpa histórica y utilizarlas para hacer palmas, especialmente porque la conciencia racial de Django es relativa: todo cuanto le importa es su amada, y a la mayoría de esclavos que se encuentra los trata con desdén o indiferencia.
Mientras relata este periplo, Tarantino vuelve a mostrar una desenfrenada pericia con los diálogos, sin parangón entre los cineastas actuales, y de nuevo propone varios personajes memorables.
En general,Django desencadenadoes una película condenadamente entretenida. Sin embargo, las icónicas anotaciones fílmicas tarantinianas comienzan a percibirse cada vez más ajenas a los verdaderos objetivos del director --el cameo de Franco Nero es lamentablemente superficial; con los intertítulos el director parece estar recordándose a sí mismo la necesidad de ser posmoderno-, y algunos segmentos que arrancan prometedores se hacen interminables mientras otros se revelan innecesarios.
Respecto al baño de sangre final, la explicación más lógica es que así es como, se supone, tiene que acabar una película de Tarantino, pero en cualquier caso demuestra que, después de haber construido un universo apropiadamente horrible, su creador no sabe muy bien qué hacer con él.
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