Una vocación clandestina

Las madres de día lamentan que no se reconozca su trabajo de "acompañamiento"

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Raquel invita al visitante a sacarse los zapatos y lo pide con cierto reparo. Faltaría más. Lo primero que llama la atención es el silencio, algo insólito en cualquier guardería en la que el padre o la madre debe ir sorteando hijos ajenos hasta alcanzar la clase de las jirafas o la de las tortugas. En su Caseta Blava del Guinardó, una planta baja que años atrás fue el parvulario de sus padres, tres niños de poco más de un año comparten la mañana, los juguetes y la madre de día.

Habla desde la prudencia, consciente de que su trabajo no solo flota en la alegalidad, sino que genera cierto rechazo en según qué foros formativos. Ella es la primera que reclama "una normativa oficial para que a nadie se le pase por la cabeza montar un chiringuito sin garantías", un grito que no se guía por el deseo de una subvención, sino por la voluntad de que se reconozca su labor. Se nota pronto que le encanta su trabajo. A pesar de las reservas que muestra ante la publicación de sus palabras, no esconde un gusto que va más allá de lo que pudo aprender de sus padres. "No haces estas cosas sin vocación. Nos encanta nuestro trabajo y por eso nos da un poco de rabia tener que vivir en esta clandestinidad".

Atmósfera tranquila

En el comedor suena una música relajante, un remanso de paz solo roto por un juguete que se escurre entre los dedos o el repique de los platos cuando llega la hora de comer. Raquel no se impone; su papel es el de acompañar. "No fuerzo a los niños a aprender números o letras porque lo más importante para nosotros es crear un ambiente de tranquilidad, que sea lo más parecido posible a su hogar". 

Tiene tres niños y no cuatro porque considera que con uno más, aunque ganaría más dinero, no podría garantizar la excelencia. Apuesta por la "formación continuada de las madres de día» e ilumina sus ojos cuando habla del "vínculo que se genera con los niños y con los padres". La madre de una de las niñas que cada día van a casa de Raquel explica que primero lo intentaron en una guardería tradicional. "No paraba de llorar, se notaba que aquello no le gustaba. Aquí está a gusto y feliz".

En los extremos del comedor están la sala de juegos y la cocina. Todo debidamente ordenado y asegurado. La comida la traen de casa, aunque algunas madres de día optan por encargarse ellas de la alimentación. También tiene un patio con caseta, un pequeño arenal y un columpio. "Pero que quede claro que no es necesario tener todo esto, que lo importante es la atmósfera", puntualiza Raquel.

Conxita Pericó, presidenta de la Associació Catalana de Llars d'Infants, considera que las guarderías "ya ofrecen este servicio, y además lo hacen con garantías sanitarias y de seguridad". Es evidente que al gremio oficial no le sienta muy bien que cada vez haya más madres de día. "La legislación te obliga a destinar dos metros cuadrados por niño. ¿Se garantiza eso? ¿Quién las controla? Creo que dejan demasiadas cosas al azar". Eso es precisamente lo que parecen buscar, que el azar, entendido como libertad, fluya durante las horas que los niños están en su segundo hogar. Aunque todo tiene un pero: cuando se ponen enfermas hay que improvisar para que alguien se haga cargo del asunto.

El Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano de EEUU estudió a 1.000 niños menores de 4 años durante 15 años, y entre muchas otras variables, se analizó la formación recibida. La conclusión era puro sentido común: todo depende de la calidad del cuidado que reciban los niños.