El drama de África

Pastorear en aguas saladas

Los pastores de Turkana buscan sustento en el lago keniano tras perder a sus animales

Pastores de la aldea keniana de Lomekwi preparan las redes para pescar en el lago Turkana, ayer.

Pastores de la aldea keniana de Lomekwi preparan las redes para pescar en el lago Turkana, ayer.

MONTSE Martínez

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El pobre pescaba. El rico tenía ganado. La sequía que asfixia a la población del Cuerno de África ha puesto en entredicho un principio incuestionable durante años en la región de Turkana, en el noroeste de Kenia, donde se ubica un lago de agua salada del mismo nombre.

Sus habitantes han tenido que someterse a una suerte de reciclaje casi obligatorio. Poco hay que resistirse cuando la alternativa es el hambre. El tan menospreciado lago se ha convertido en un privilegio para los habitantes de una localidad que pueden llenar sus estómagos con pescado en lugar de frutos salvajes, como ocurre en aldeas como Nakinomet, donde las personas muertas por el hambre ya han dejado de poder contarse con los dedos de una mano.

Como ocurre en las vecinas Etiopía y Somalia. La situación es especialmente dramática en la última, donde la ONU decretó ayer la hambruna en otras tres regiones del sur. Sumadas a las dos primeras, ya son cinco en máxima alerta. Varias de las zonas de hambruna están controladas por las milicias islámicas de Al Shabab, que impiden el reparto de ayuda humanitaria amparándose en el razonamiento de que prefieren ver morir a la gente de hambre que aceptar la muerte de Occidente.

Kenia no vive aún una situación tan alarmante aunque se encamina hacia un drama similar si la intervención no es inmediata, pese a que el Gobierno se empeñe en insistir que las fotografías de niños hambrientos solo pueden proceder de los países vecinos.

«Es la peor sequía que he vivido, hace cinco años que no hay buena lluvia», asegura airado el pastor de Lomekwi Comoy Lokeris, el más anciano del lugar, que dice tener entre 70 y 80 años cuando se le pregunta por la edad. Una roída identificación constata que tiene 76 años y él sonríe al dejar constancia que no se ha equivocado. Los chaparrones, cortos e intensos, que la sedienta tierra chupa en un abrir y cerrar los ojos son conocidos por los lugareños como«duchas».

No es fácil enfrentarse al vaivén agua cuando siempre se han tenido los pies en el suelo. Ni tener los utensilios mínimos cuando no se tiene casi para comer. Las redes y la reparación de un viejo bote llevan la firma de la oenegé Oxfam, que ya trabajaba en la zona mucho antes de la crisis actual, concretamente, desde hace 10 años.

Gestión del ganado

Pese a que en estos tiempos difíciles hay que mirar al río, los pastores de Lomekwi sueñan un día con volver a tener camellos, cabras, ovejas y, por qué no, vacas. Como otrora. Ahora no se ve ni una sola. Es más, lo que se ve al recorrer la región son numerosos esqueletos de animales. El último, el de un camello, en el lecho de un río seco por el que ahora circula el todoterreno.

Con la base de esa esperanza, han constituido una escuela de pastores. La idea tiene su origen en el 2009, cuando otra sequía mató a una buena parte del ganado. La comunidad decidió escoger a las personas más afectadas y les restituyó los camellos muertos con la condición de atender una suerte de preparación.

La oenegé Oxfam, en el marco de políticas a largo plazo que desarrolla por toda la región, avaló la idea y financió la escuela donde 18 hombres de la zona acaban degraduarse.

Han acudido una vez por semana durante un año a poner en común sus experiencias tras días de pastoreo por diferentes puntos de la región. Así, han constatado, por ejemplo, que los camellos se encuentran más sanos bebiendo agua salada del lago -que les aporta minerales- que agua de un estanque. Cada uno expone su criterio sobre cómo combinar los tratamientos tradicionales y los más modernos cuando un animal enferma. El escenario del foro de debate es la sombra de una espléndida acacia africana. Después comparten su conocimiento con sus convecinos, unos 4.000, reunidos para la ocasión.

Pocos matrimonios

«Ahora hay pocos matrimonios hasta que llegue la lluvia», detalla Comoy para añadir que no hay animales para las dotes que las familias de las mujeres no perdonan. Eso explica que tener muchas mujeres distingue a los hombres de la zona como ricos por haber tenido animales para poder casarse tantas veces. Algunos llegan a tener entre cinco y seis y una veintena de hijos a sus espaldas. Los menos pudientes se conforman con dos y con una media de cinco vástagos.

Lloran a sus camellos cuando mueren y, una vez pasado el disgusto, comparten su carne y la grasa de la joroba.