CONTRACRÓNICA DEL 21-D

La Catalunya de la Biblioteca Central de Santa Coloma

Colegio electoral en las elecciones autonómicas del 21-D.

Colegio electoral en las elecciones autonómicas del 21-D.

Manuel Arenas

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Desde el 1 de octubre al 21 de diciembre han pasado casi tres meses y una eternidad, cambio de régimen mediante. Por entonces me pasé un día viendo a gente votar con miedo y ahora ha ganado Ciudadanos y la lotería ha dado sus frutos en Santa Coloma de Gramenet dos días seguidos: así coquetea la suerte con la ilusión del pobre.

A las 8 h. de la mañana del 21-D se plantan ante la Biblioteca Central de Santa Coloma muchas personas muy serias con sobres blancos bajo el brazo, como si hubieran confundido el sagrado hogar del libro con un palco VIP. Son los vocales y presidentes que harán los honores en las mesas electorales por 63 y 71 euros -la muerte tiene un precio-; son los que horas más tarde estarán hartos de tener que orientar a gente perdida que no sabe a qué mesa dirigirse cuando ellos estaban a las 8 h. igual o peor.

Participar en una mesa electoral es como gobernar por un día: instauras una democracia a las 9 h., la tuya, y a partir de ahí mantienes una neutralidad para que vote quien quiera, sabiendo que tu democracia va a terminar a las 20 h. porque a esa hora se terminan todas las cosas importantes menos la cerveza, que si acaso se empieza.

La CUP y su regimiento de apoderados

La jornada es plácida, los pajarillos cantan, las nubes se levantan y los de la CUP tienen un regimiento de apoderados, más apoderados que votantes, de hecho, muy atentos todos, eso sí, que no dejan de dar vueltas y de preguntar los datos de participación en las mesas (en la nuestra, al final, 410 de 461, nada mal). Ojalá que la Catalunya que se viene se parezca a la de la Biblioteca Central de Santa Coloma, donde quien quiso votó como quiso y donde, a lo largo y ancho del colegio electoral, se mezclaban los apoderados de la CUP con los del PP y los de ERC con los de C’s, sin que nadie se saliera del tiesto y donde la única violencia palpable fue la de la caída del voto en la urna, a veces algo abrupta, si bien otras delicada y medida.

En Santa Coloma ha pasado algo representativo del tipo de elecciones ante las que estamos. En la ciudad gobierna el PSC y C’s le ha sacado más de 7.000 votos, algo inaudito, mientras que la CUP, que impulsa el principal partido de la oposición local, ha quedado por detrás de un ya defenestrado PP, que para uno de la CUP debe sonar a castigo divino. Es que la gente ha ido a votar un poco a lo loco, con una polarización crónica de caballo y considerando pocas cosas fuera del eje ‘Sí-No’, por eso los resultados no son extrapolables de cara a las municipales de 2019. En el caso del independentismo es especialmente interesante que se haya pretendido optar por el voto útil cuando el voto útil ha resultado ser la CUP, en tanto que va a tener la llave del Govern.

Sin embargo, he tenido suerte porque, en mi mesa, el segundo vocal, Raúl, parece un gran tipo: educado, respetuoso, inteligente y muy válido. Es que es de Santa Coloma, carajo. Entre voto y voto, en medio de esa mecánica perfecta de coger el DNI, tachar a la persona de la lista –hay en ese tachón algo de placer, de haber encontrado algo recóndito- y apuntar la identidad de la persona junto a la de su código censal, Raúl me cuenta que está preocupado. Porque no ha ido a trabajar y le ha dejado el marrón a sus compañeros, algo en lo que yo también reparo al tiempo que asumo que el trabajador de verdad, aun con causa justa, no puede dejar de trabajar porque nunca lo ha hecho.

"Lo siento, tío, te ha tocado pringar"

“Lo siento, tío, te ha tocado pringar”, me dicen incesantemente quienes me conocen, como si estuviera en mi propio entierro. Pero no se está tan mal: la gente que viene a votar es la mar de amable y no hay ningún contratiempo, salvo un par de chicas alteradas buscando su mesa y un señor mayor que nos pone sobre aviso del peligro ‘indepe’: “¿Estáis bien? Espero que no haya venido ningún independentista por aquí”, nos advierte seriamente y sin la sorna que le presupongo porque la violencia hasta ahora ha sido de todo menos independentista.

El recuento de votos lo culminamos con el sueño húmedo de todo buen vocal a las 22 h.: cuadrando. Al lado, a modo de lapa, se me pega un apoderado de ERC sentado en una silla con cara de ir a ver un espectáculo de fantasía, y la verdad es que contar votos a veces lo parece. Hay en el recuento de votos algo de apocalíptico: en ese momento, esa mesa es representativa de toda Catalunya y que un montoncito tenga menos papeletas que otros es un signo desesperanzador e inequívoco de debacle, tanto que cada vez que la presidenta abre un voto alguien está a punto de cantar bingo.

La sesión finaliza tal y como empezó: con un montón de vocales y presidentes deseando salir de allí y con toda la política por hacer. A mí me toca contar los votos de ERC y, por hacer los honores, le entrego yo mismo las dos actas al señor apoderado de los republicanos, que me lo agradece y ríe como quien sabe que sus votos se han tratado con el mayor de los mimos y garantías, esta vez sí. Este señor, antes, le habrá recomendado a la presidenta –que tiene la última palabra- contar como válido un voto de Ciudadanos con una crucecita antes del nombre de Arrimadas, algo que, según la Junta Electoral, es efectivamente válido mientras no tache el nombre de ningún diputado ni altere el orden de la lista. Ojalá que la Catalunya que se viene se parezca a la de la Biblioteca Central de Santa Coloma.

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