Entre el boato y la austeridad

Holanda aclamó a los nuevos reyes pero Bélgica optó por la discreción

E. OLIVERAS / M. MARTÍNEZ
BRUSELAS

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Bélgica y Holanda, los otros dos países europeos donde recientemente se han producido la abdicación de los monarcas reinantes y la ascensión al trono de sus hijos, representan dos polos opuestos en la forma de realizar las ceremonias de coronación. Mientras en la católica Bélgica primó una austeridad calvinista, la protestante Holanda se entregó a un boato propio de épocas a periclitadas. Mientras los belgas, especialmente en Flandes, mostraron una actitud un poco circunspecta por el limitado apego a la monarquía y las dudas sobre la capacidad del nuevo rey para desempeñar el cargo, los holandeses demostraron un entusiasta fervor monárquico.

En Bélgica, las ceremonias de abdicación de Alberto II y de juramento del nuevo rey Felipe se desarrollaron el 21 de julio del 2013 en un formato muy austero, sin la presencia de invitados de las familias reales de otros países, a diferencia del reciente relevo real en Holanda. La abdicación de Alberto II se desarrolló en una sala del Palacio Real en Bruselas y el juramente del nuevo rey Felipe se celebró una hora y media después en el Parlamento belga ante los representantes electos de los ciudadanos y los representantes del Gobierno, las regiones federales y las principales instituciones del país. Para dar más realce a esos actos austeros, la abdicación y coronación se hizo coincidir con la fiesta nacional belga, que incluye tradicionalmente un desfile militar y actos festivos.

Una salva de 101 cañonazos rindió homenaje al nuevo monarca belga tras la jura, mientras el rey Felipe y la reina Matilde recorrieron en un Mercedes descapotable negro la escasa distancia que separa la sede del Parlamento federal del Palacio Real, siendo aclamados por los belgas concentrados a lo largo del recorrido. Los nuevos reyes salieron después al balcón del Palacio Real para saludar y luego asistieron al desfile militar.

En Holanda, la familia real, conocedora de su momento dulce entre los súbditos, aprovechó el año pasado la abdicación de la reina Beatriz y la entronización de su hijo Guillermo y su esposa Máxima para convertirla en una multitudinaria oda a la monarquía. Ante los ojos de los príncipes herederos de todas las casas reales europeas -incluidos Felipe y Letizia-, en general poco proclives a las abdicaciones, Beatriz dejó de ser reina a sus 75 años y su hijo Guillermo, de 46, se erigió en rey de Holanda y su esposa Máxima Zorreguieta, de 42, en reina consorte. La primera mujer latinoamericana en reinar en Europa tras una boda vivida como un culebrón ante la posibilidad de que se rompiera el noviazgo por los vínculos del padre de la novia con la dictadura argentina.

Amsterdam se levantó aquella mañana del 30 de abril del 2013 completamente teñida de naranja -el color de la dinastía Orange-Nassau- y con las principales avenidas cortadas y entregadas a una marabunta de ciudadanos llegados desde todo el país. La elección del 30 de abril para llevar a cabo los fastos, celebración del Día de la Reina, tampoco fue gratuita. Sin ápice de oposición en las calles, 20.000 personas se concentraron en la céntrica plaza Dam de Amsterdam, donde se ubica el palacio real y la iglesia Nueva, para dar la bienvenida a los reyes. Muy pocos se acordaron aquel día de las sombras sobre la dinastía naranja. La más perturbadora, la compra de una casa en una paradisiaca isla de Mozambique que, de tan paradisiaca, cada vez que la pareja se desplazaba costaba un ojo de la cara al erario público en desplazamientos y seguridad. Acabaron vendiendo la villa. Atrás quedó eso y el apodo de príncipe Pils al actual rey Guillermo, por su afición a la cerveza en su época de estudiante.