LA 'SCUDERIA' FRUSTRÓ EL SUEÑO DE ALONSO
La traición de Ferrari
Lástima. Qué pena. Con qué ahínco persiguió Fernando Alonso llegar a Ferrari. Desoyó ofertas de Red Bull, de Ross Brawn, de casi toda la parrilla. Solo tenía una idea en la cabeza, vestirse de rojo, disfrutar de la escudería más popular, la única con una legión de seguidores en todo el mundo, la más mítica. Esperó y esperó la decadencia de Renault. Y, por fin, llegó el día, a finales del 2009. Con dos títulos bajo el brazo, solo esperaba ser campeón por tercera vez. No soñaba con muchos títulos más, pero con lograr uno vestido de rojo. No pudo ser. Lástima. Qué pena.
No se lo imaginaba cuando llegó, con tantos años de contrato por delante, con aquella victoria en la primera carrera en Baréin. Quién lo iba a pensar. Todo parecía encaminado a cumplir el sueño. Y sí, tenía el título en el bolsillo al llegar a Abu Dabi, el mismo escenario donde este fin de semana se despide de rojo, en aquella fatídica noche en la que Chris Dyer, del que nunca más se supo, perpetró aquella estrategia de colegial que le regaló el título a Vettel.
El equipo se reunió alrededor de Alonso. «Esto nos hará más fuertes», se decían él y el presidente Luca de Montezemolo. Pero no. Ferrari nunca más fue fuerte. Se fue debilitando y debilitando, no solo en los diseños de los coches, sino en decisiones políticas inexplicables que acabaron con las posibilidades de más títulos. Decisiones como la del año siguiente, cuando Ferrari aceptó levantar la prohibición de los difusores soplados. Tras ser declarado ilegal el gran invento de Red Bull, Alonso fue segundo en Valencia y ganó en Silverstone. Podía remontar y ganar la corona, pero la Scuderia aceptó legalizar aquellos escapes. Y erró.
Alonso contestó en 2012 con su mejor año como piloto. Ni un solo error, ni uno, ni pequeño, para llevar aquel vetusto y lento F2012 a librar la batalla por el título en la última carrera frente a un afortunado Vettel. Y Ferrari volvió a traicionar las ilusiones de Alonso al año siguiente. Habían construido un buen monoplaza, con el que el asturiano ganaba o quedaba segundo si no mediaba algún problema mecánico. Era de nuevo candidato al título. Y Ferrari accedió a dejar cambiar la construcción de los neumáticos tras el GP de España en el que había vencido el español. Pirelli puso en pista justo las carcasas que le pedían Red Bull y Mercedes y Vettel arrasó de nuevo.
Inexplicable, ¿no? También para el bicampeón asturiano, sí. Ahí se acabó su paciencia, su ilusión, ahí tomó la determinación de irse al año siguiente sin saber dónde, pero sabiendo que el paddock le sigue reconociendo como el mejor, que no le faltaría un equipo atractivo y un salario. Ha elegido McLaren y Honda, y el contrato más millonario de la historia de la F-1. Y ya no va de rojo.
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