EL DEBATE SOBERANISTA

Tarradellas y la unidad

La solución ideal para cambiar la legalidad pasa por sumar en Catalunya todas las voluntades posibles

Josep Tarradellas y Adolfo Suárez, el 24 de octubre de 1977, día de la toma de posesión como presidente de la Generalitat.

Josep Tarradellas y Adolfo Suárez, el 24 de octubre de 1977, día de la toma de posesión como presidente de la Generalitat. / periodico

RAMON ESPASA

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Comparto casi todas las reflexiones del vicepresidente Oriol Junqueras de su artículo publicado el 24 de marzo en EL PERIÓDICO Tarradellas y la legitimidad. Hace un ajustado relato histórico de su figura, evoca acertadamente consideraciones sobre la legitimidad y la legalidad de su regreso en el marco de la incipiente Transición, examina detenidamente el relevo de su figura, convertida conscientemente por él mismo en suprapartidaria (los que le tratamos sabemos hasta qué punto ignoraba a su antigua ERC), pondera meticulosamente el carácter rupturista del restablecimiento de la Generalitat, hija de la legalidad republicana, y la influencia que representó en la Constitución de 1978. Todo muy bien resumido, y es así como en líneas generales sucedió.

Ahora bien, de su magnífico relato ha desaparecido lo que, en mi opinión, resulta ser lo más relevante, en términos políticos, de toda la trayectoria del 'president' Tarradellas. Me refiero a su insistencia en las políticas de unidad para reconstruir Catalunya tras la glaciación franquista. Unidad por cierto, que todas las fuerzas del momento (y muy especialmente el PSUC) habían convertido en palanca y talismán para remover la opresión de la dictadura y las pretendidas inercias del primer continuismo. En efecto, la Assemblea de Catalunya (versión original), todas las fuerzas políticas, y todos los independientes en ella representados, reclamaban y ejercían a diario la unidad para remover y tumbar al dinosaurio del posfranquismo. Unidad que se mantuvo, con sus inevitables altos y bajos, en todo el sinuoso proceso de la triangular negociación entre la asamblea de parlamentarios, Suárez y Tarradellas. Unidad que se plasmó en un Govern de concentración nacional, integrado por consellers de todo el arco parlamentario.

EL ESTATUT DE 1979

Esta misma unidad y compromiso de todos los partidos en un mismo gobierno, condicionó, y no poco, como se ha dicho y reconocido, el espíritu y articulado de la Constitución. ¿Cómo explicar si no la consecución y asunción de traspasos de competencias para la Generalitat restablecida antes de la vigencia del Estatut de 1979? Unidad, finalmente, que permitió primero una elaboración consensuada de ese Estatut, tras una discusión "pacífica" en las Cortes, y lo que es más importante aún, su ratificación en referéndum con un grado de consenso, aceptación y participación que no ha sido superado hasta ahora por ninguna otra norma, excepto la Constitución.

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Por eso mismo me sorprendo viendo cómo el gran objetivo de la actual mayoría parlamentaria, la independencia de Catalunya, se aleja cada vez más de la deseable unidad. En cambio, a la luz de la experiencia histórica, la voluntad y la necesidad de sumar cuantas más voluntades posibles ha sido siempre la política más exitosa en los avances que se han producido en la recuperación de identidad nacional y el autogobierno para Catalunya. La situación hoy es muy paradójica: un gran e ilusionante objetivo social y nacional, un Parlament dividido, una opinión pública –aunque sometida a constantes cambios en las hojas de ruta– movilizada y combativa como nunca, y por encima de todo, una muralla de inmovilismo españolista escondido tras la legalidad vigente para no hablar de política con mayúsculas.

LOS "VENDEDORES DE AZAFRÁN"

Este es, muy resumidamente, el estado de la cuestión. Ahora bien, encarar la reformulación de las relaciones Catalunya-España, sea cual sea el objetivo, sin reunir ni unir, primero la fuerza del pequeño David contra el gran Goliat, parece una empresa gigantesca. La ilusión de muchos catalanes está en juego y habría que hacerlo muy bien políticamente para no defraudarles. No voy a caer en la fácil ucronía de hallar una receta tarradellista a una situación tan compleja y nueva. Pero sí viene a cuento recordar cómo definía Tarradellas a los políticos que, en su opinión, confiaban más en sus propias palabras que en la complejidad de los hechos. Con sonrisa burlona los llamaba socarronamente «vendedores de azafrán».

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"En pol\u00edtica, las jugadas\u00a0","text":"a una sola carta, o mejor dicho, a la carta m\u00e1s alta, nunca suelen terminar\u00a0bien"}}La complejidad de los hechos de hoy es muy grande. Las fuerzas en presencia parecen irreductibles en sus posiciones: referéndum versus legalidad, legalidad versus referéndum. Eludir el choque de trenes es imprescindible, pues creo que en política las jugadas a una sola carta, o mejor dicho, a la carta más alta, nunca suelen acabar bien. La solución ideal pasaría por asegurar, antes que el choque, la cantidad suficiente de fuerza y unidad en Catalunya que fuera capaz de promover el cambio de la legalidad tanto en España como en Catalunya. Ya sé que es más fácil decirlo que hacerlo. Pero, ¿es que ha sido fácil hacer política en una nación sin Estado más dinámica y emprendedora que la nación que detenta el Estado que nos incluye?