Los ciudadanos y la crisis

Previsiones de futuro

Los pronósticos más sensatos indican que en los próximos años no habrá un gran aumento del empleo

JOSEP FONTANA

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Vivimos momentos de desconcierto. Nuestros gobernantes anuncian que el paraíso terrenal que nos prometieron está a la vuelta de la esquina. El informe de la EPA del tercer trimestre, que muestra que la tasa de actividad ha pasado del 59'54% al 59'59%, lo han recibido con entusiasmo. No así la UGT de Andalucía, que concluye que «la situación económica y laboral justifica una huelga general».

Pero ¿qué es lo que realmente va a mejorar? Hace pocos días Robert Reich escribía, refiriéndose a Estados Unidos: «Nuestro verdadero problema económico sigue siendo la escasez de buenos puestos de trabajo, junto con una desigualdad en aumento. Reducir el déficit presupuestario puede perjudicar en los dos sentidos, al reducir la demanda total de bienes y servicios y eliminar programas de los que dependen los ciudadanos de bajos ingresos».

Si aplicamos esta óptica a España, el panorama del futuro inmediato dista de ser optimista. En cuanto a la disponibilidad de «buenos puestos de trabajo», todas las previsiones sensatas apuntan a que no va a haber un aumento sustantivo de puestos de trabajo en los años próximos. Hablo de creación de empleo, que es algo muy distinto de la disminución del paro, que se presta a todo tipo de manipulaciones.

La segunda parte de la queja de Reich, la eliminación de programas sociales, parece asegurada, dado que el Gobierno nos informa de que va a aplicar nuevos y severos recortes al gasto público. Si los recursos destinados a materias como sanidad, educación o dependencia han sufrido ya tal contracción en los últimos años, ¿qué va a quedar de ellos con los nuevos recortes? La combinación de paro y disminución de prestaciones no parece ser un augurio de bienestar colectivo.

Tal vez resulte que el bienestar y la felicidad cuya inminente llegada coinciden en anunciar estos días los discursos eufóricos de los señores Rajoy y Botín no son para nosotros, los ciudadanos de a pie, que tendremos que ganárnoslos con más años de sufrimiento antes de merecer compartirlos. Los discursos optimistas vendrían a ser algo así como la promesa de los goces de que disfrutarán en el paraíso los creyentes que hayan aceptado una vida terrenal de renuncias. Pero ni el señor Rajoy ni el señor Botín tienen suficiente credibilidad como para pedir que les otorguemos tanta confianza.

Sin contar con la poca fe que se debe poner en la estabilidad de signos de progreso tan volátiles como el alza de la bolsa. Se está hablando estos días de la posibilidad de que los problemas por los que atraviesan las economías emergentes puedan provocar el inicio de una nueva crisis mundial. Samuel Johnson, que fue jefe de los economistas del Fondo Monetario Internacional, descarta por ahora esta perspectiva; pero no olvida añadir que las cosas pueden ser distintas cuando las grandes compañías financieras internacionales hayan puesto a salvo sus intereses. «Las grandes crisis -nos dice- surgen tras episodios prolongados de exuberancia inversora», con el apalancamiento consiguiente. En un escenario semejante, cualquier crisis puede acabar convirtiéndose en un desastre.

¿Y qué podría suceder si ocurriera una nueva crisis mundial? Un artículo publicado en Gran Bretaña el 21 de septiembre revelaba que en el 2008, cuando se produjo la crisis financiera, el entonces primer ministro, Gordon Brown, creyó que habría que sacar las tropas a la calle ante la oleada de protestas que podía producirse si los bancos cerraban, los cajeros automáticos dejaban de funcionar y no se aceptaban las tarjetas de crédito en los supermercados. En tal caso, pensaba, la gente asaltaría los comercios, y en cuanto esto se viera por la televisión habría llegado el final y se instauraría la anarquía. Un temor semejante sirvió al secretario norteamericano del Tesoro, Hank Paulson, para conseguir que el Gobierno de Washington rescatase a los bancos de Wall Street al convencer a sus colegas de que habría que decretar la ley marcial si se producía el colapso del crédito.

Partiendo de estas noticias, Ellen Brown especula acerca del significado que puede tener el hecho de que el Departamento de Seguridad Interior (DHS) norteamericano haya adquirido recientemente 1,6 millones de cartuchos, además de tanques, «que han sido vistos vagando por las calles». Y concluye: «Es evidente que alguien en el Gobierno espera disturbios civiles graves. La pregunta es: ¿por qué?».

Me parecen previsiones exageradas, como lo fueron los temores de Gordon Brown en el 2008. Como se ha podido ver en este país, donde arrastramos ya seis años de sufrimientos y miserias, la paciencia del personal parece inagotable. O, por lo menos, eso es lo que piensan nuestros gobernantes, que cuentan con ello para seguir por el mismo camino y salir impunes.