El segundo sexo

Madraza no, agentaza

Carmen Balcells abrió un universo nuevo como representante de escritores y la literatura eclosionó en España y Latinoamérica

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Tenía previsto escribir sobre mujeres y ciencia, pero el lunes murió Carmen Balcells, amiga y agente literaria, y no dejo de pensar en ella. Carmen tenía 85 años y los que no la conocieron pensarán que a quienes nos ha sorprendido su muerte somos unos ingenuos, porque a partir de cierta edad cada día es una propina, pero su muerte nos ha sorprendido porque es un vacío que no nos podemos permitir, nos deja expuestos y vulnerables. Para eso uno no está preparado sencillamente porque no se puede calcular de antemano. ¿Y qué vacío es ese?

Los escritores vivimos una vida muy buena cuando podemos vivir de la escritura. Si bien no existe estabilidad y depende de algo tan escurridizo como el juicio ajeno y el ingenio propio, con el que una no puede contar a ciencia cierta, también es una tarea que a la vez que nos da de comer nos completa, pues nos permite digerir un mundo que no entendemos y del que, con frecuencia, no nos sentimos parte. Nadie es escritor por obligación, es un oficio que solo se ejerce si se elige y se desea mucho y eso, en sí mismo, ya es sanador. El trabajo de Carmen era permitir que el escritor escribiera y eso lo hacía mediante la protección de su obra y de sus intereses.

Profesionalización de la escritura

Fue ella quien en los años 60 con sus contratos sentó las bases para que cada vez más gente pudiera vivir de la escritura. Hasta entonces los escritores no tenían ni quien les representara ni quien les defendiera. Percibían lo que los editores consideraban. Los cambios que introdujo Carmen tuvieron una consecuencia inmediata: los pensamientos y las experiencias que pasaron a ser narrados e impresos se democratizaron. Escribir ya no fue solo para bohemios o ricos, porque el espectro se amplió, y empezó a poder publicar más gente y más variada. 

Con esa profesionalización de la escritura y la garantía de que mediante los anticipos los autores en lengua española tendrían estabilidad económica para crear la siguiente novela, Carmen abrió un universo nuevo que algunos dieron en llamar 'boom'. La literatura eclosionó en España y Latinoamérica porque hubo condiciones económicas que lo permitieron. Aunque sus mercados de origen fueran pequeños, si publicaban en todos los territorios, el potencial de esos autores se multiplicaba.

Creer en uno mismo

Esta era solo una parte de la filosofía o la estrategia de Carmen. Otro elemento crucial es el lugar simbólico que creó para la literatura y sus autores. En un país escéptico con la cultura y sus protagonistas, ella trataba a los escritores y su escritura con seriedad, como parte digna del desarrollo económico, político y social. Le gustaba tratarse con diplomáticos, médicos, grandes juristas, científicos, con gente influyente en suma, siempre que fuesen interesantes y contribuyeran a esa visión suya. 

Cuando en su casa daba un almuerzo para celebrar un premio o la nueva novela de un cliente, se preocupaba de que la forma acompañara: el menú era tan abundante y refinado y se servía en tan delicadas mantelerías y vajillas como si los comensales en lugar de contadores de cuentos fueran presidentes de bancos. Contaba con empleadas excelentes que bajo su batuta se esmeraban por alcanzar el boato y el empaque que exigía, porque ella sabía que allí fuera, donde sus manos no alcanzaban, esa seriedad, ese respeto fácilmente se perdían. Quería que en nuestras panzas llenas y en nuestras cabezas achispadas nos lleváramos algo de esa conciencia de nuestra importancia. Sabía que era un sentimiento frágil, que con más frecuencia el escritor se siente perdido que ubicado y que para tener buenos manuscritos y hacer buenos negocios, hace falta una gasolina escasa: creer en uno mismo, creer que tu voz es necesaria.

El feminismo no fue su bandera

Estos días la prensa se empeñó en llamarla «Mamá Grande». Me indignó, me avergonzó. Representó a muchas autoras, algunas muy grandes, como Isabel Allende Nélida Piñón, pero no había una gota en ella proclive a ser juzgada por su género. Como muchas mujeres de su generación, el feminismo no fue su bandera. Bastante tenía con trabajar sin descanso e inventarse una profesión completamente nueva, como para estar teorizando. «Madraza no, agentaza», solía protestar ella. Sin embargo, no escapó al cliché y algunos cayeron en la trampa de reducir una profesión en la que sobresalió con una actividad derivada de su sexo.

Parece todo un invento para restarle mérito, como si ser agente literario, saber negociar, saber de derecho mercantil, fiscal, de propiedad intelectual, de políticas culturales, de alianzas internacionales, de vaivenes económicos, de divisas y cambios, fuera lo de menos. Creaba las condiciones para que los creadores hicieran su labor y protegía sus derechos, pero, ¿a qué empresario, a qué jurista, a qué gran médico llaman «padrazo» cuando muere? Luego dicen que tenía mucho carácter y se cabreaba. Comprenderán ustedes que no es para menos.