OPINIÓN

La luminosa calma de Valverde

Ya tiene su primera Liga. Y su primer doblete. Y con sello propio. Es el fiable técnico del futuro

Albert Guasch

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Ernesto Valverde ha supervisado una temporada repleta de tramas y subtramas. Pintaba en verano una campaña propicia para el relato del apocalipsis en sus múltiples formas. Y, sin embargo, el coche no se estrelló contra el árbol en cada curva sino que cogió velocidad. El nuevo técnico engrasó los recursos defectuosos a su disposición y obtuvo un rendimiento que cogió por sorpresa a propios y extraños. Luego aumentaron los refuerzos, pero la autarquía de Valverde ya funcionaba.

La crudeza tenebrista de los inicios retornó con la dura eliminación de la Champions en Roma. No se diluyó hasta la sublime final de Copa, que devolvió la luminosidad al club y su entorno. Lo de ayer en Riazor enfatiza lo obvio: la temporada ha acabado muy bien. Los dobletes no se consiguen cada año. Puede acabar mejor si se mantiene la imbatibilidad. Por aquello de figurar en los anales. Y superior si el Madrid se la pega en algún momento en la Champions. La rivalidad es así. Pero eso ya no es responsabilidad de Valverde, que se sepa.

Un punto de estrés

Valverde dejó vislumbrar ante el Depor al Barça del futuro. Sin Iniesta, aquejado de molestias. Con Coutinho, cada día más protagonista. Con Dembélé, quien no acaba de adquirir los fundamentos tácticos, a decir de los técnicos, pero que da la impresión de que con él en el campo suceden cosas. 

Una victoria con un punto de estrés que no se ha visto en realidad durante todo el campeonato liguero, bastante plácido. Messi destensó la cara romana que se empezaba a ponerle a los aficionados azulgranas con otro 'hat trick'. Con otra rutinaria exhibición, en verdad. 

De no ser por ese inesperado accidente romano, Valverde habría disfrutado de una temporada inaugural la mar de cómoda, completamente ajeno a las aristas afiladas y punzantes que suelen sobresalir del contorno del club.

Se preciaba, seguro, de conocer la ciclotimia barcelonista. Sufrirla en carne propia debe ser otra cosa. Lo rápido que se puede pasar de desfilar sobre hombros a ser objeto de lapidación.

En el Barça, las exigencias realistas conviven con las desmedidas; las críticas razonables se confunden con la hostilidad precocinada. Y no siempre está claro de dónde vienen. Es en los reveses cuando se conoce de verdad al club. Y Valverde reconoció de algún modo esta singularidad al final del partido de Riazor. "Siempre queremos ganarlo todo, qué le vamos a hacer", dijo con un ademán de estoicismo.

Lo mejor de Valverde es esa calma, que alteró puntualmente con el liberador tercer tanto de su equipo. Buen brinco pegó. No es la calma una cualidad menor en un club tan excesivo, que esta temporada ha convivido, además, con un clima político que se ha filtrado por todos los poros de la sociedad catalana, en el Barça incluido.

Ya tiene su primera Liga. Y su primer doblete. Y con un sello propio y subversivo. Es el fiable técnico del futuro.