NÓMADAS Y VIAJANTES

El intocable

RAMÓN LOBO

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Resulta difícil escribir sobre Vladimir Putin sin pensar en Anna Politkovskaya, periodista rusa asesinada en octubre del 2006, un crimen no resuelto. Como no lo están la mayoría de los que llevan el sello checheno. Ni los atentados que sacudieron Moscú en 1999 y sirvieron de coartada al Putin guerrero, entonces primer ministro de Boris Yeltsin, para cambiar las reglas de juego.

En Chechenia gobierna Ramzán Kadirov, un aliado del Kremlin que combina la represión, el negocio de la reconstrucción y las fiestas en Grozni con actores y cantantes extranjeros. Las celebrities prefieren los ceros de sus contratos a la lectura del historial genocida de su benefactor. Kadirov es la versión brutal de una manera de entender la política que no admite disidencias ni dudas.

Putin es mucho más complejo que Kadirov; también, más interesante. No se le puede despachar con un adjetivo, una simpleza. El actual jefe del Kremlin tiene sombras y luces. Ha logrado reponerse de las sospechas de que era el inductor de la muerte de Politkovskaya, su principal azote en Rusia. Superados estos pequeños inconvenientes, silenciada la oposición y anestesiada la memoria colectiva, todo vuelve a la normalidad, al Putin intocable.

En los últimos días ha mostrado una imagen inusual: el jefe magnánimo, el líder generoso capaz de perdonar a sus enemigos, sobre todo a uno tan destacado como Mijail Jodorkovski, quien ha padecido 10 años de presidio tras unos procesos nada transparentes en los que se resolvían más querellas personales, luchas por el poder, que delitos.

Este perdón presidencial incluye dos casos de gran resonancia internacional: las cantantes del grupo punk Pussy Riot, castigadas por su irreverencia religiosa y sus insultos a Putin, y los activistas de Greenpeace. Ambos pertenecen a una campaña publicitaria antes de los Juegos Olímpicos de Invierno, que comienzan en febrero en Sochi. El líder teme que el acontecimiento deportivo, el escaparate de la nueva Rusia, otra vez poderosa, quede empañado por protestas, que las habrá, contra sus leyes homófobas.

Putin recibió un país colapsado, postrado ante Occidente y su brazo armado, el FMI, repleto de oligarcas enriquecidos con la privatización del imperio soviético. Estos se sentían tan fuertes que plantaron cara al Kremlin. Putin acabó con todos, incluidos los exiliados. A unos les tocó cárcel, a otros accidentes, ruina. Los reemplazó por otros oligarcas sometidos a un régimen de obediencia debida: si eres fiel, dinero; si no, acabas mal, tan mal como el espía Alexander Litvinenko, muerto de polonio en Londres, ejemplo de lo que sucede a los traidores.

Putin reconstruyó Rusia, puso orden, reorganizó su Ejército. Son las luces. Del país quebrado, incapaz de pagar las pensiones de sus jubilados, del desabastecimiento, se ha pasado a otro algo más saneado y sin tentaciones democráticas. Romper el molde autócrata exigirá generaciones de paciencia.

Sus intentos por volver a ser superpotencia contaron con el apoyo implícito de Bill Clinton, que prefirió gobernar un imperio más coaligado, que daba voz a Rusia y a la UE. Esa arquitectura de apariencias se esfumó con el 11-S. George Bush regresó a un EEUU como única superpotencia mundial y se puso a invadir países. El empuje de China y la crisis económica han dado nuevas oportunidades a Putin.

Formación sin grises

El líder ruso ha cambiado las bravuconadas por la real politik. Su éxito en Siria ha sido notable. Evitó este verano los bombardeos de EEUU sobre su aliado Bashar el Asad, tras el ataque químico que mató a 1.400 civiles en agosto. Llevó a Obama al terreno de la diplomacia. Aceptó desamar químicamente a Asad a cambio de salvar su trono. A Putin le ayudó la realidad: una oposición siria atomizada y dominada por las sucursales de Al Qaeda. No parecían la mejor opción de recambio a corto plazo. Washington y Moscú, en el mismo barco.

La nueva partida internacional se juega en Ucrania, un país mitad zarista, mitad europeo. Putin no busca tanto ser gran superpotencia global, como proteger sus fronteras, sentirse a salvo de contaminaciones occidentales. En esa frontera étnica están la dignidad y otro tipo de memoria: Napoleón, Hitler.

Pragmático, flexible en la política exterior, e inflexible en la interior, donde la represión, el cierre de televisiones y medios críticos son la única forma de entender la libertad de expresión. Putin procede del viejo KGB. Su formación no permite grises. Cultiva la imagen del macho alfa que pesca el pez más grande y mata al animal más alto. Tiene algo de breznieviano, de franquista, en su forma de mostrarse. Es el tic del poder absoluto.