El futuro de Catalunya

El gran tema

Las reivindicaciones nacionales catalanas deben ir acompañadas de autocrítica y regeneracionismo

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XAVIER BRU DE SALA

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Contra lo que muchos pueden haber pensado al leer el titular, no me refiero a la manifestación del próximo martes sino al país que queremos, quisiéramos o podríamos edificar. El país que estaríamos dispuestos a construir, el que nos creemos capaces de construir. No un país de cínicos bastardos aprovechados sino el que responde a los esfuerzos, la lucha y los magníficos resultados de la obra de las generaciones anteriores. No un país medio desordenado sino de una más alta y satisfactoria civilidad.

Ahora que la mitad de los catalanes reivindican el Estado y la otra mitad se abstienen es el momento de preguntar para qué lo queremos. ¿Para hacer de Catalunya qué? Creo más, mucho más, en la nación que en el Estado. No es que piense que la nación catalana se encuentra entre las mejores, ni de lejos, pero sí que ha sabido, bajo la guía del catalanismo y a pesar de los múltiples errores y defectos que arrastra, resistir y superar unas adversidades que habrían acabado con la mayoría de pueblos. Del Estado y sus aparatos, aunque sean propios, deberíamos desconfiar mucho más. Parece que la predisposición es la contraria y que todo el país, con todo el mundo a la cabeza, está dispuesto a apoyarse en él o encaramarse a él como si fuera una cucaña.

LO QUE IMPORTA, lo que tiene y confiere sentido, son los colectivos humanos, la gente, eldemos,y aquí tenemos mucho trabajo por hacer. En consecuencia, si no entendemos el Estado, sus numerosos organismos y tentáculos, como un instrumento al servicio de la nación, entendida como conjunto de los ciudadanos; si concebimos el Estado como una finalidad y no una herramienta, como una meta y no un punto de partida; si no dejamos de aceptarlo como sede de un poder autosuficiente y autónomo que tiende a capilarizar la sociedad, manipularla y de una forma u otra secuestrarla en provecho de los poderosos (en este caso, de casa); si no aligeramos las administraciones en vez de aprovechar para hincharlas más; si no enfilamos por ahí, sea expresado con estas o con más precisas y acertadas palabras, todos los esfuerzos para disponer de estructuras estatales autóctonas desembocarán en desilusión y frustración. Y encima, no podremos -o podríamos llegado el caso- exportar las culpas como hemos hecho y hacemos, en parte injustamente, hasta ahora.

Con los instrumentos que tenemos, que son insuficientes pero no irrelevantes, ¿qué Catalunya hemos sido capaces de construir? Ha participado durante estos decenios del crecimiento y el progreso general europeo y español, sí. Como todos, pero menos de lo que se habría podido esperar. Lamento decirlo, pero está lejos de ser modélica, lejos de provocar legítimos sentimientos de orgullo de pertenencia. Si examinamos los resultados a la luz de las expectativas, deberemos reconocer que Catalunya ha bajado unos cuantos peldaños por las escaleras, no diré de una pesadilla o un autoengaño, pero sí del conformismo y la escasa ambición, la falta de exigencia y de temple colectivos. El conflicto, latente o explícito, con el poder central español, por otra parte bien justificado y razonable, ha actuado a la vez de cortina ante el espejo donde los catalanes nos deberíamos haber mirado, y seguro que no admirado. Si no nos volvemos más autocríticos, más ecuánimes, menos populistas y egoístas, no llegaremos a buen puerto, por mucha soberanía que consigamos.

No estoy convencido de que más allá del simplismo reivindicativo exista una auténtica aspiración colectiva a un país mejor. Por comparación, sí existe un grado superior de condena de la corrupción, tan aplaudida en otras comunidades, vecinas e incluso hermanas, pero esta aspiración a la limpieza de manos, la demanda ética hacia los demás, es imprescindible pero no suficiente. Sobre todo porque se combina con una enorme indulgencia hacia el comportamiento moral propio. El regeneracionismo, una especie de espíritu de neorrenacimiento, si se puede llamar así, debería extenderse a todos los ámbitos de la actividad pública y privada. O va aparejado a las reivindicaciones nacionales o las deja medio vacías de contenido. O aspiraciones como estas enmarcan las reivindicaciones y se anteponen a ellas, o no saldremos bien parados. Primero es el qué, que es el país, y después el cómo. El orden de los factores es la clave del futuro.

CATALUNYA no tiene amigos, y los que ha tenido en los últimos siglos son contados e individuales. Lo que sí ha coleccionado, en cambio, son admiradores. En el momento presente, y contando solo los que de cerca o de lejos conocen la realidad catalana, lo que más despierta es prevención. ¿Qué harán estos catalanes? ¿De qué desestabilizaciones o disparates son capaces? Mientras no pocos se preguntan qué haremos, los catalanes deberíamos preocuparnos de mejorar Catalunya. Debatir y redactar programas para dibujar un futuro más ambicioso, fruto del esfuerzo constante. Hay que distinguir entre la llama y la faramalla. He aquí un tema para meditar el 11-S, y al día siguiente, y el otro y el otro. Escritor.