ANÁLISIS
La gangrena
Por mucho que Casado se empeñe, no le corresponde a él decidir cuándo dar por cerrado el asunto; sino a la justicia
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Antón Losada
En pleno escándalo por el título de Cristina Cifuentes la estrategia de Pablo Casado fue buscar un corte claro y limpio que impidiera cualquier contagio de la sospecha que ya ahogaba a su compañera de estudios y de partido. Así, avalado por sus posgrados norteamericanos, se presentó sin complejos como un ejemplo de la cultura del esfuerzo que tanto predica. Luego ha convertido en un modelo de transparencia una rueda de prensa donde no se podían ni fotocopiar los papeles que supuestamente probaban su versión; como si se tratara de documentos extraídos de la biblioteca secreta del Vaticano, no unos simples trabajos académicos.
Hoy aquellos lustrosos posgrados internacionales se han quedado en pretenciosos y caros cursillos comprados en hoteles, más que un referente de esfuerzo y superación el líder popular luce como un ejemplo de velocidad para acabar en meses carreras que se le resistieron durante años y su expediente académico va camino del Tribunal Supremo y de convertirse en el 'caso Casado', acompañado de un auto judicial de redacción contundente. Lejos de curar y cicatrizar con la rapidez prevista y anunciada una y otra vez por el interesado, la herida se ha gangrenado y el cirujano debiera estar formulándose la pregunta que desde hace siglos corroe a los galenos ante la constatación de la muerte del tejido y la urgencia de frenar el avance de la infección: por dónde cortar.
El tratamiento eficaz de cualquier infección, médica o política, siempre requiere respetar dos principios básicos: no empeñarse en negar la evidencia y rehuir la confortable tentación de ser tu propio médico. Casado sigue cometiendo ambos errores. Por eso la gangrena se extiende imparable sobre su futuro político mientras muestra claros síntomas de no entender bien qué le está pasando ni por qué.
Cualquiera que haya debido completar un proceso de convalidación sabe lo latosos que resultan y que el expediente de Casado parece por completo irregular, en la universidad española no valen las convalidaciones de palabra ni los acuerdos de caballeros con profesores, cuando te dan un máster sin ir a clase supone un regalo, un máster es un título con o sin doctorado y el Supremo solo era cuestión de tiempo cuando tres compañeras en la misma situación han acabado imputadas; negar semejantes evidencias solo puede conducir a mentiras y males mayores. Por mucho que Casado se empeñe, no le corresponde a él decidir cuándo se han ofrecido suficientes explicaciones o cuándo dar por cerrado el asunto; semejantes valoraciones ya están exclusivamente en manos de la justicia.
Hace apenas unos meses Casado se reivindicaba como un alumno ejemplar y aplicado. Hoy no le queda mejor defensa que tratar de presentarse como la víctima de una misteriosa conspiración donde todos quienes se empeñen en seguir hablando de su caso son cómplices y, por tanto, culpables porque aquí solo él es inocente. Cuando la infección avanza tan rápido, al final, no suele quedar más remedio que amputar.
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