La situación económica española

Fiscalidad y ahorro familar

Los próximos presupuestos generales del Estado deberían replantearse el tratamiento fiscal de la hucha de los hogares

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Josep Oliver Alonso

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Tenemos ya datos oficiales de lo sucedido en la economía española el primer semestre del año: confirman la suavización de las elevadas tasas de avance del producto y del empleo de los últimos años. ¿Qué sucede? Básicamente, que algunos de los vientos de cola que nos empujaron (petróleo, turismo, expansión del comercio mundial, crecimiento en la eurozona o tipo de cambio del euro) comienzan a virar en contra, aunque los bajos tipos de interés continúan empujando.

Si a ellos añaden el debilitamiento de la economía mundial y las tensiones en los países emergentes, entenderán por qué ha comenzado a deteriorarse nuestro saldo exterior, y el declive que se anticipa en él mismo los próximos años. Aunque lo relevante del mismo no es ni su signo ni su valor absoluto, sino su acumulación en forma de endeudamiento exterior. Mientras tuvimos la peseta, este se mantuvo por debajo del 30% del PIB pero, entre el 2001 y el 2014 y ya con las alegrías del euro, estalló: en el primer trimestre del 2018, y a pesar de los duros ajustes de los últimos años, todavía se sitúa en el 82% del PIB, la deuda más elevada entre los grandes países occidentales, un desequilibrio que continúa siendo la principal debilidad de la economía española. Para devolverla, además de crecer, hay que continuar generando superávits exteriores.

Es en esta circunstancia cuando el ahorro de los hogares adquiere una relevancia inusual. Históricamente, este se ha situado en el entorno del 10% de su renta, un registro que tras reducirse substancialmente en los alegres años del 'boom', alcanzó un máximo histórico del 13,4% en el 2009, tras el colapso de Lehman Brothers. A partir de entonces, se ha ido comprimiendo, primero a la espera que el tiempo escampara y, posteriormente y una vez la recuperación comenzó a notarse, usando la mejora de la renta para recuperar consumo en bienes durables, embalsado por lo peor de la recesión. De esta forma, desde aquel máximo, la tasa se ha hundido en el 2017 hasta el 5,7% de la renta, un mínimo de las últimas décadas.

¿Hay que preocuparse? Sí, y mucho. Y no solo por su caída, sino porque, al mismo tiempo, ha tenido lugar una clara mejora de la inversión familiar. Sumando contracción del ahorro y aumento de la inversión no les extrañará que los recursos sobrantes de los hogares no hayan dejado de disminuir. Y que, en el 2017 y por vez primera desde el estallido de la crisis, tuvieran que demandar fondos para financiar una parte de su inversión  (-0,3% del PIB). Además, la información disponible hasta junio del 2018 indica nuevos deterioros.

Lo anterior tiene relevancia para el superávit exterior: este no es más que la suma de los saldos ahorro-inversión de los sectores internos de la economía (familias, empresas y Administraciones Públicas). Tradicionalmente y tras invertir, a las familias les han sobrado fondos, que han prestado a empresas y al sector público. Los próximos años, todo apunta a que nuestras AAPP van a continuar generando déficits no mucho menores que los actuales, al tiempo que necesitamos que las empresas inviertan cuanto más mejor; por ello, convendría que los hogares aumentaran su ahorro, contuvieran un tanto su inversión y recuperaran su función de prestamistas del resto de la economía.

El ajuste, guste o no, no ha terminado: el 82% de deuda externa continúa ahí

Es en esta tesitura en la que los próximos presupuestos generales del Estado, y los que vayan a seguirlos, deberían replantearse el tratamiento fiscal del ahorro familiar. Tanto del de aquellos que simplemente no pueden ni considerarlo, probablemente en el entorno del 50% de la población, como de los que sí tienen renta suficiente y ahorran, pero lo hacen de forma insuficiente para lo que el país precisa. Hasta hoy, no parece que el Gobierno tenga muy claro su importancia: la posibilidad, ahora parece que rechazada, de reducir los beneficios fiscales de los fondos de pensiones no va en la línea de su necesario incremento. Tampoco lo benefician los bajos salarios que la crisis ha impuesto. En todo caso, entre los problemas del próximo presupuesto que tiene Sánchez no es este uno de los menores. Pero, como tantas veces en economía, queda oculto por una suerte de velo mágico que esconde lo importante.

Cuando regresen los números negativos en el saldo exterior, que regresarán, nos acordaremos del ahorro familiar. Y lo que ha estado bien mientras los vientos de cola empujaban (que el consumo repuntara e impulsara el crecimiento), lo será menos en la situación en la que aquellos frenen. El ajuste, guste o no, no ha terminado: el 82% de deuda externa continúa ahí. Centelleando en la noche, como un semáforo en ámbar.