Un atentado en año electoral

Campaña emocional en EEUU

La matanza de Orlando alienta la política de los sentimientos heridos en la carrera de Trump y de Clinton

ALBERT GARRIDO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Sea cual sea el contexto exacto que llevó a Omar Mateen a provocar una carnicería en una discoteca de Orlando (Florida) la madrugada del domingo, la campaña electoral estadounidense ha quedado teñida con la sangre de los 50 inocentes que perdieron la vida. Saber si Mateen mató movido por su homofobia, por su adhesión a la prédica del Estado Islámico, por ambas cosas al mismo tiempo o por una propagación cada vez mayor de la lógica de los lobos solitarios es menos importante que el hecho mismo de que el autor de la matanza era ciudadano estadounidense de padres afganos y musulmán, había adquirido su arsenal sin mayores impedimentos y el FBI le seguía los pasos. Tres ingredientes más que suficientes para sacar partido político a la tragedia, pero llenos de aristas.

En el seno de una sociedad fracturada por el desenlace de la crisis económica, el auge de la extrema derecha aislacionista y el éxito político de figuras poco convencionales -Donald Trump y Bernie Sanders- es impensable que se contengan los oradores más osados y quienes les asesoran. La peor matanza habida en Estados Unidos desde el 11-S procura un punto de partida ideal para poner en marcha la política de las emociones, la de los sentimientos heridos, que apenas exige disponer de programa: es suficiente con explotar el estupor, el miedo y la desorientación de los votantes ante un hecho que zarandea las conciencias y desasosiega los espíritus.

TRUMP Y LOS MUSULMANES

«¿El presidente Obama mencionará finalmente las palabras terrorismo islámico radical? Si no lo hace, debe dimitir de inmediato con deshonra», tuiteó Trump a las pocas horas del tiroteo. Alimentó así su campaña contra los musulmanes en general, aunque soslayó la nacionalidad de Mateen, los riesgos inherentes a un mercado de armas sin apenas controles -él lo apoyó una vez más hace pocos días- y la contribución a una homofobia sin resquicios alentada por las iglesias más conservadoras, que le apoyan. Eso forma parte de la política de las emociones, de la exacerbación de sentimientos primarios en el seno de una sociedad que desconfía cada día más del establishment, de la realpolitik y de las instituciones.

No hay duda de que hasta el 8 de noviembre se citará con frecuencia la barbaridad de Orlando, pero no es seguro que dé pie a respuestas comprometidas de los dos grandes partidos. En un país en el que más de 300 millones de armas cortas están en poder de particulares, todas las aproximaciones para controlarlas han sido de una timidez absoluta; en un país que gasta ingentes cantidades de dinero en seguridad e inteligencia resulta por lo menos inquietante que Omar Mateen, investigado por el FBI, escapara a toda vigilancia. Dicho de otra forma: ¿se atreverá la candidata demócrata a encararse con la Asociación Nacional del Rifle para poner fecha a la regulación efectiva de la venta de armas?, ¿alguien está dispuesto a llamar la atención sobre los agujeros de la comunidad de inteligencia? Más allá de declaraciones genéricas que lo mismo valen para un roto que para un descosido, seguramente no, porque obligaría a dar un paso de efectos electorales desconocidos desde la política de las emociones, tantas veces rentable, a la de los hechos, a la reflexión argumentada a partir de datos empíricos.

CONVICCIONES Y CONTRADICCIONES

Aún es más improbable que se dé una aproximación sin prejuicios a casos como el de Omar Mateen y otros musulmanes nacidos y criados en Estados Unidos que abrazan la causa del Estado Islámico, culturalmente tan alejada del ambiente en el que crecieron. Hacerlo implica acercar el objetivo de la cámara a las debilidades e insuficiencias de una sociedad históricamente convencida de que tiene una misión universal que cumplir. Las campañas políticas suelen ser periodos de reafirmación de las propias convicciones y de ocultación de las contradicciones, de las deficiencias que cobijan todas las comunidades.

Hay, por lo demás, ejemplos suficientes en estos últimos años como para que los estrategas de ambos partidos apunten a los sentimientos. Tras los atentados del 11-S y de la guerra de Afganistán se disparó la popularidad de George W. Bush, y lo mismo sucedió en el 2003 con ocasión de la guerra de Irak. En Europa, la decisión del presidente de Francia, François Hollande, de intervenir sin restricciones en Siria después de los atentados del 13 de noviembre del año pasado contuvo por un tiempo su impopularidad siempre en ascenso. La gran diferencia es que Bush y Hollande se sentaban en el puente de mando y Trump y Hillary Clinton deben conquistarlo; la gran incógnita es saber si es más rentable ser capaz, como Trump, de decir cualquier cosa en cualquier momento para movilizar a sus seguidores o si, por el contrario, la distante frialdad de Clinton tiene en el medio plazo -noviembre- un mayor poder de captación. Pensando siempre que pesarán más las emociones que los análisis.