TEATRO
'Calígula' llega al Romea
Exhibiciones como la del actor Pablo Derqui ya justifican pagar el precio de una entrada
El imposible: la Luna. La persigue Calígula con la idea de saciar su vacío existencial en un mundo que se le hace insoportable a raíz de la muerte de su hermana/amante Drusila. Una ilusión que lleva al emperador romano, además, a convertirse en un tirano insoportable, un canalla sin más, en un déspota que siembra muerte y destrucción de forma caprichosa allá por donde pasa. De esa espiral negra no podrá escaparse ni él mismo. Ni lo desea.
Por ese cauce tumultuoso navega la caudalosa versión teatral que escribió Albert Camus en 1944 y se estrenó un año después. Un contexto histórico, la desolación que siguió a la segunda guerra mundial, que planea sobre la escritura del Nobel francés.
En el Calígula de Camus puso su mirada este año Mario Gas. Su versión se estrenó en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, pasó por el Grec poco después, hizo gira y, ahora, temporada en el Romea. Un viaje, de alguna manera, hacia el recogimiento propio de un espacio más íntimo y pequeño que el anfiteatro del Grec, o el coliseo de Mérida, como es el del teatro de la calle de Hospital.
Ha resultado beneficioso porque es en la corta distancia donde un personaje como Calígula, en manos de un superlativo Pablo Derqui, se despliega poderoso ante el espectador.
A Derqui no hay que descubrirle ahora. Fue, por ejemplo, un Roberto Zucco deslumbrante en el Romea y la pasada temporada también dejó huella en L’ànec salvatge, el ibsen que montó Julio Manrique en el Lliure. El actor barcelonés posee un don: atrapa a su personaje nada más irrumpir en escena. Así sucede en el Romea.
Aparece agazapado, en cuclillas, en la parte frontal de la escenografía cuesta abajo de Paco Azorín que emula un palacio de la arquitectura fascista. Mirada perdida, febril, y ojos vidriosos. Ahí ya vemos al tirano, sí, pero también a un joven atormentado incapaz de sacudirse de encima el destino. El trabajo de Derqui es de aquellos en los que un actor se lanza al vacío para dar rienda suelta en la composición de un monstruo. Solo parece comprenderle, o lo intenta, su vieja amante. Es Cesonia (Mónica López).
LA MÁSCARA, JOCKER Y BOWIE
López también pisa fuerte, sobre todo en el mano a mano con Derqui en la escena final. Pero es tal la fuerza del protagonista que al resto de intérpretes de un sólido elenco les toca ejercer de coro de una tragedia anunciada. Bernat Quintana (el joven poeta Escipión), Borja Espinosa (el militar opositor Quereas) y David Vert (el sirviente Helicon), eso sí, también se ganan su momento.
Vert, por ejemplo, es uno de los protagonistas del número que rompe el tono discursivo del montaje, por momentos denso en exceso, y el hieratismo de la puesta en escena de Gas. La Máscara (Vert) y Joker (Mónica López) abren una versión de Let’s Dance con Derqui como Bowie.
Sorprendente nota de color para dar aire al abismo nihilista que rodea a este déspota de 29 años. «Cuando no mato, me siento solo». «Gobernar es robar». Así es Calígula, el emperador que quiere esa Luna que se gana con todo merecimiento Pablo Derqui.
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