Análisis
Premios tan repartidos que dan que pensar
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
QUIM CASAS
Parece que ha pasado a mejor vida aquella larga época en que algunas películas se alzaban con siete, ocho o diez Oscar, arrasando y humillando al resto de competidoras. El año pasado The artist ganó tres premios importantes (película, director y actor), pero no superó las cinco estatuillas. Lo mismo ocurrió en 2011 con El discurso del rey. Parece casi imposible que se repitan casos como los de Lo que el viento se llevó, Ben-Hur, El último emperador o Titanic. Tan siquiera hay bipolaridad. Este año parecía que todo estaba enfocado a un duelo entre la rigidez histórica de Lincoln y la fantasía new age y novelesca de La vida de Pi, pero de repente aparece una película esencialmente de género (aunque tenga trasfondo político) como Argo y se lleva el gato al agua para pasmo de Steven Spielberg, reñido siempre con la fiesta privada de Hollywood.
Argo ganó como mejor película, pero solo se alzó con otros dos galardones. Este año ha habido reparto casi salomónico. A Ben Affleck no se le considera mejor director como sí lo fue Tom Hopper por El discurso del rey, por ejemplo. Había que darle algo importante a La vida de Pi. Con el premio a Daniel Day-Lewis se recompensaba, a la vez que se castigaba, el filme de Spielberg. Según los académicos, el actor angloirlandés es un Abraham Lincoln irreprochable, pero la película no está a la altura de las expectativas: parece representar un modelo caduco.
El reparto ha querido ser tan equitativo que da que pensar: seis películas distintas premiadas con los seis principales galardones (filme, director, actores principales y actores secundarios). Prohibido repetir parecía ser la consigna entre bastidores. En todo caso, ha habido algo de justicia poética: Argo merecía estar arriba en unos tiempos en que Hollywood necesita filmes que revisen la historia, tanto la política como la del propio cine de género estadounidense.
Quentin Tarantino es un caso aparte. Debería dejar de decir constantemente que se considera un escritor que hace cine antes que un director, porque de esta manera nunca vencerá en otra categoría que no sea la de guionista (Pulp fiction, Django desencadenado).
Por otro lado, a su amigo y actor Christoph Waltz parece irle muy bien con Tarantino: cada vez que trabaja con él, sea haciendo de coronel de la Gestapo (Malditos bastardos) o de cazarrecompensas y sacamuelas (Django desencadenado) se lleva a casa el Oscar al mejor secundario. Muy original no es este premio, pero tampoco tenía demasiada competencia, salvo el pletórico Philip Seymour Hoffman de The master: su ausencia es la injusticia más grande y evidente en los premios de este año.
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