CRÓNICA

Luis Miguel, el género es él

El astro mexicano impuso su personalidad en el Palau Sant Jordi a un repertorio generoso que combinó éxitos pop, baladas y boleros y que culminó con un espectacular clímax envuelto en mariachis

Luis Miguel, el domingo por la noche en el Sant Jordi

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Jordi Bianciotto

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En sus treinta y tantos años de carrera, Luis Miguel ha sabido cultivar el fervor popular pasando por encima de los cambios de estilo, ya fuera arrimándose al pop ligero de sus inicios, a la sensualidad ‘funky’, a la balada fogosa, al bolero o al mariachi. Por encima de los géneros hay un intérprete de altos vuelos y una figura escénica que sigue transmitiendo magnetismo. Y que se toma los conciertos como una experiencia exigente, sin escatimar recursos, como pudimos observar a su paso, este domingo, en el Palau Sant Jordi, donde acabó estirando el repertorio a placer.

Hablamos de un ídolo que nada más salir a escena se planta en silencio mirando a las gradas para disfrutar de la ovación. Así fue en el Sant Jordi (lejos del lleno: 6.000 personas) después de una espera de 53 minutos capaz de tumbar a cualquiera (el motivo: había que esperar a que dejaran de penetrar en la sala los rayos de luz solar). Arranque al suave galope funk-pop de ‘Si te vas’ y ‘Tú solo tú’, muy de radiofórmula ochentera, conduciendo a las baladas ‘Devuélveme el amor’ y ‘Por debajo de la mesa’, esta de Armando Manzanero. Piezas en las que Luis Miguel, arropado por metales y coros, lució chorro de voz e hizo aullar a sus fans con sus golpes de carácter interpretativo, elegantes sin ser acartonados.

La cercanía del mito

Luis Miguel ya era un cantante adulto antes de tener edad para serlo, y se desenvuelve como un clásico, utilizando un micro con cable, como los melódicos de los 70, y acogiéndose al romanticismo en cada verso. Lo de los ‘medleys’ es un poco anacrónico, y él hizo hasta tres, empalmando estribillos y tirando del truco de subir la tonalidad para hacerlo todo más grandioso, como en ‘La incondicional’. Además de revivir unas canciones, se trataba de ofrecer la cercanía del mito viviente, cuya leyenda ha sido ahora realzada por la serie de televisión de Netflix. Un Luis Miguel que caminaba hasta el borde del escenario para besar a una niña a la que sus padres subían en brazos como una ofrenda.

El bolero, un género que él contribuyó a rehabilitar para los jóvenes de hace dos décadas, se abrió paso en brillantes acercamientos a ‘La barca’ y ‘El reloj’. Pero en ‘La mentira y ‘Contigo en la distancia’, estas a voz y piano, Luis Miguel cantó escuchándose demasiado, jugando con su voz y estirando sílabas con modulaciones en falsete.

Pero lo mejor estaba por llegar: la entrada en escena de los catorce mariachis que le sacaron del ensimismamiento. Como si las trompetas, guitarrones y arpas tuvieran un efecto mágico, Luis Miguel sacó fuerzas para fundirse, luciendo su sonrisa triunfadora, con el espíritu de ‘La bikina’, ‘No discutamos’ o ‘Si nos dejan’. Sumando canciones camino ya de las dos horas y media de sesión, cerró con un bis con el último ‘medley’, el de sus éxitos de juventud, de ‘Decídete’ a ‘Cuando calienta el sol’, recordando sus raíces, cuando pocos habrían adivinado que su buena estrella iba a ser tan duradera.