CRÍTICA

Vidas de artistas rusos: 'El absoluto', de Daniel Guebel

Ya es hora de que el alocado escritor argentino Daniel Gubel deje de ser el secreto mejor guardado de la literatura en castellano

Así de rutilante luce una escultura de Lenin en Ucrania.

Así de rutilante luce una escultura de Lenin en Ucrania.

RICARDO BAIXERAS

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¿Cómo puede ser que el sistema de la literatura haya conseguido silenciar en demasía el nombre de Daniel Guebel (Buenos Aires, 1956)? ¿Dónde se supone que estaba este escritor omnívoro que pretende narrarlo todo: narrar el mundo, lo absoluto de la condición humana y el santo grial de la creación estética? No parece suficiente aquilatar su situación en el panorama literario con el trillado 'autor de culto'. Insólito.

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Esta novela extraordinaria es el caleidoscopio imposible de una saga familiar en seis libros que dan cuenta de las diversas generaciones de una estirpe única. Los Deliuskin son los que protagonizan, desde el siglo XVIII hasta el XX, las más de quinientas páginas de una familia en busca de lo absoluto: “La totalidad… la totalidad de lo existente”. A lo largo de seis libros, uno por cada miembro de la saga, Guebel desgrana los secretos de una familia que pretende “modificar la estructura de la realidad”. Utopías, simbolismos secretos e imposibles, misticismos, teosofías, pitagorismos, doctrinas secretas que cambiarán el curso de la historia, revoluciones modernas que se sustentan en libros muy antiguos: “Pensar el acto revolucionario como si fuera una representación teatral”. El silencio del fracaso de estas empresas familiares necesita ser contado de manera incondicional, categórica, con la pretensión de totalidad que sustenta el universo.

El libro es también una radical defensa de lo múltiple de la condición artística: la novela cervantina. Un libro que ya se intuye que es tajante, que busca afanosamente plantear preguntas que solo se pueden abordar desde lo estético como la misma y única condición de la literatura. En esta historia secreta de una genealogía imposible laten preguntas como las que siguen: ¿quiénes y cómo eran los miembros de la estirpe del compositor ruso Alexander Scriabin?¿Eran genios o eran locos?¿Cómo narrar lo que no existe?

Las diversas manifestaciones del libro son las mismas que el músico ruso Alexander Nikolayevich Scriabin pretendió serializar en los movimientos musicales que contiene el 'Mysterium', partitura que debía ser interpretada en un templo del Himalaya y que es el corazón del libro. Después, la nada, lo absoluto, el fin de los tiempos: el Apocalipsis. A lo largos y ancho de los seis libros los distintos miembros de la saga descubren que todo está conectado. Dos ejemplos. En el primer libro, Fratisek Deliuskin descubre que los distintos movimientos del coito pueden serializarse como si fueran las notas de una partitura. En el segundo, Andrei, hijo de Fratisek, anota los 'Ejercicios espirituales' de san Ignacio de Loyola que en manos de Lenin serán el sustento de la revolución.

La escritura de 'El absoluto' gana al lector por desborde y anegación. Nos gana porque su destino es el mismo que materializó Borges en sus cuentos pero a la inversa. Si Borges pretendía contarlo todo (el Universo, el Aleph) mediante la contención de las distintas tramas de los anaqueles de un Biblioteca, Guebel pretende ensanchar los límites de la ficción ofreciando al lector todas las historias contenidas en unos destinos íntegros.

Si en el sistema editorial español Guebel era uno de los “secretos mejor guardados”, ya es hora de que cese el silencio y se aúpen las hordas de lectores sobre este libro memorable de saberes remotos y geniales que convierten a su autor por derecho propio en una novelista completamente alocado.