El pulso final

La puntilla a Gadafi

Los rebeldes libios toman el palacio del dictador en Trípoli sin encontrar rastro de él ni su familia

EUFORIA Y DOLOR 3 Un joven enarbola la bandera tricolor en Bengasi (izquierda). Un grupo rebelde ayuda a un compañero herido a puertas de la residencia de Gadafi (arriba). Abajo, destrozos en el palacio.

EUFORIA Y DOLOR 3 Un joven enarbola la bandera tricolor en Bengasi (izquierda). Un grupo rebelde ayuda a un compañero herido a puertas de la residencia de Gadafi (arriba). Abajo, destrozos en el palacio.

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Al caer la noche, el sonido de los eufóricos combatientes disparando al aire y haciendo sonar sus cláxones se entremezclaba con la voz del muecín en la ciudad de Zauiya, en el norte de Libia, a apenas unas decenas de kilómetros de Trípoli. Hace unos pocos días, esa población fue el escenario de la batalla que logró dar la vuelta a la contienda del país norafricano. Pese a que aún los signos de los recientes combates eran ostensibles en las fachadas de los edificios, en las sedes gubernamentales saqueadas, y en las calles oscuras, los ecos de la victoria cosechada por los rebeldes durante la jornada llegaban hasta aquí mismo. Tras dos días de combates, la bandera tricolor de los revolucionarios ondeaba por fin en la fortaleza de Muamar Gadafi en el barrio de Bab el Aziziya de Trípoli y el puñado de combatientes que la defendían había depuesto las armas.

Pese a que el líder libio no se encontraba en el interior, la conquista del complejo indicaba que el hundimiento definitivo del régimen estaba muy próximo. «Es muy pronto para decir que la batalla de Trípoli ha acabado; ello no sucederá hasta que Gadafi y sus hijos hayan sido capturados», declaro el presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafá Abdel-Jalil, intentando poner un poco de mesura en sus impulsivas filas.

Los periodistas que ya anoche mismo pudieron entrar en el recinto bunkerizado donde latía el corazón del régimen, describieron cómo el lugar estaba siendo pasto del saqueo. Algunos pisaban una estatua del líder depuesto, otro se colocó sobre la cabeza un sombrero como los que solía llevar el exlíder libio y aseguró que lo había encontrado en la habitación del coronel. Armas e incluso coches de la familia acabaron en manos de los insurgentes. «Han huido como ratas», afirmó el comandante rebelde Mohamed Abdel Hakim a la agencia Reuters. «Casa por casa, habitación por habitación», coreaban algunos milicianos, conminando a proseguir la lucha.

RETICENTES / Los habitantes de Trípoli aún se mostraban reticentes a salir a la calle para festejar la caída del régimen. En Zauiya, al caer la noche, los milicianos revolucionarios rehusaban llevar en coche a los periodistas hasta Trípoli por temor a los francotiradores aislados que aún merodean por la ciudad. Fuerzas leales a Gadafi mantenían confinados y sin electricidad a una treintena de periodistas extranjeros en el hotel de Trípoli donde se alojan.

La jornada se había iniciado con pésimos augurios para el bando revolucionario. Después de proclamar a diestra y siniestra durante varios días que tenían en su poder a Saif al Islam, el hijo de Gadafi sobre el que pesa una orden de busca y captura emitida por el Tribunal Penal Internacional, el encausado reapareció públicamente y conminó a los partidarios gadafistas a seguir la lucha. Las imágenes del vástago del coronel coreando eslóganes y hablando a los medios de comunicación constituyeron un nuevo revés para la credibilidad y la reputación del CNT, el Gobierno provisional instalado en Bengasi en los albores de la revolución.

No era la primera ocasión en que el bando rebelde difundía informaciones sobre la marcha de la contienda que a la postre acababan no siendo realidad. Era, además, un golpe propagandístico de envergadura en un momento crítico de la guerra, en el que las lealtades se ganan según se perciba quién está imponiendo su ley sobre el terreno. La inquietante posibilidad de un largo asedio de semanas o meses al complejo de Bab el Aziziya y un combate barrio por barrio y casa por casa se cernía sobre los combatientes cuando ya saboreaban la victoria. Por la tarde, el rumbo de la guerra volvió a cambiar y los defensores del búnker de Gadafi se entregaron sin apenas lucha.

Pese a que seguían los combates en varios puntos de Trípoli, incluido el aeropuerto, en las filas revolucionarias todo el mundo daba por acabado al régimen. «La transición comienza inmediatamente para construir una Libia nueva», dijo el primer ministro del CNT y número dos de los rebeldes, Mahmud Jibril.

ÚLTIMOS RESCOLDOS / Con su túnica blanca sin máculas y su hablar pausado, Alí Said Hillak tiene aspecto de un venerable y respetado anciano. Protegiéndose bajo un porche del inclemente sol del desierto en Tigi, a unos 200 kilómetros de Zauiya, explica cómo había enviado a uno de sus hijos a Trípoli a eliminar los últimos rescoldos del régimen. No había conseguido contactar con él pero no estaba inquieto por lo que le pudiera pasar. «Gadafi ya nunca volverá», suspiraba satisfecho. En los demás frentes abiertos los combates también se decantaron del bando revolucionario. Ras Lanuf, la fea ciudad petrolera que cambió de bando varias veces en los meses de marzo y abril, cayó finalmente en manos rebeldes, después de que las tropas leales a Gadafi se retiraran hacia Sirte. Se esperaba que en las próximas horas, los insurrectos entraran en esta última localidad, cuna del coronel libio cuya fidelidad hacia él en ningún momento se tambaleó. Su conquista será probablemente el último episodio de una guerra que ha durado ya más de seis meses.