UNA JORNADA DE PELÍCULA

Que les den un Oscar

Guillermo y Catalina convencieron en su papel de enamorados a pesar de que sus besos podrían haber sido más pasionales

FERRAN IMEDIO

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Ahora que los Oscar andan de capa caída, intentando levantar audiencias con números de travestismo (James Franco, el presentador de la última gala) y besos en la boca entre dos hombres (Javier Bardem y Josh Brolin en el escenario), resulta que una película clásica, sin experimentos, con un final feliz de sobras conocido (otro beso, este en el balcón de Buckingham, que también es un escenario) y unos protagonistas mil y una veces vistos, arrasa en las pantallas (de televisión, claro) y desata el fervor en las calles de centenares de miles de fans. Más, muchísimos más de los que jamás podrán congregar Angelina Jolie y Brad Pitt.

El año en que triunfó El discurso del rey (cuatro estatuillas, las de mejor filme, dirección, guión original y actor protagonista), la ceremonia más seguida del planeta no fue la de los Oscar, sino la boda real del príncipe Guillermo, bisnieto del Jorge VI, el rey tartamudo que inspira la premiada cinta histórica que protagoniza Colin Firth. La jornada de ayer ofreció en unas pocas horas tanto glamur como el que puede concentrarse a las puertas del Teatro Kodak de Los Ángeles. ¿Hay alguna alfombra roja tan larga como la que cruzó de punta a punta la abadía de Westminster? Elton John, David y Victoria Beckham, Mario Testino, Guy Ritchie, Ian Thorpe, casi todos los príncipes europeos (Felipe y Letizia entre ellos)...

La historia que vimos ayer aunó casi todos los géneros cinematográficos: romántico, claro; comedia de dibujos animados (el tocado de la princesa Beatriz parecía un homenaje a las orejas de Mickey Mouse); drama (sobrevoló el recuerdo de la desaparecida Diana de Gales); road movie (fue un ir y venir de carrozas y Rolls-Royces de la familia real culminado con el Aston Martin descapotable de los novios camino de su luna de miel); musical (fanfarrias en la iglesia, orquestas militares en las calles)... Hubo incluso un plano para los créditos: las firmas de los testigos del enlace.

Fue tan perfecto que ni siquiera salió el malo de la película, aunque algunos expertos televisivos juraron haber visto a Mohamed al Fayed, exdueño de Harrods y padre de Dodi, último novio de Diana. Murieron en un accidente provocado, según él, por los servicios secretos británicos.

Amarillo, color 'horribilis'

Así que, visto el rotundo éxito de ayer, que les den un Oscar, o varios. Uno para cada novio, que convencieron en su papel de enamorados, aunque sus besos en el balcón de Buckingham podrían haber sido más largos y pasionales. Entre el de reparto, otro para la dama de honor, Pippa Middleton, espectacular sobriedad la suya. Enrique, el pizpireto hermano y padrino del novio, merecería otro por su trabajada mesura.

Otro Oscar para la dirección, perfecta, con cada paso minutado y seguido milimétricamente, sin un segundo de retraso, y uno más para el decorado de la abadía de Westminster, llena de árboles para la ocasión. Incluso el vestuario de todos los invitados podría merecer otro, a pesar de que Isabel II, atrevida ella, eligió el amarillo, color horribilis para la gente del espectáculo. Que eso parecen estas bodas.