Ha nacido un Copito con plumas

El Zoo de Barcelona suma a su colección un pavo real blanco como la nieve, del que se espera que sea macho, para que de adulto despliegue su cola

CARLES COLS / BARCELONA

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Un pavo real blanco, tan níveo que ni lavado por Manuel Luque, anda suelto por el Zoo de Barcelona. Lo de suelto no va con sentido figurado. Los que conocen el parque zoológico de la ciudad saben que de todas las especies de la colección barcelonesa, la única que no tiene un recinto propio, la que campa a sus anchas, es la de los pavos reales. Hay unos 45 ejemplares y, entre ellos, uno es un Copito con plumas. Nació en septiembre. Ahora ya ha crecido lo suficiente como para que, por situar al lector en su justa talla, no cabría tal vez en un horno doméstico, porque, efectivamente, la respuesta es sí, esta es una bestia que se come. Alejandro Dumas, ahí es nada, le dedicó una receta en un libro que publicó de forma póstuma, 'El gran diccionario de cocina'.

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Total, que hoy toca expedición al zoo y, como se trata de ir en busca de un animal que no tiene residencia fija, nada mejor que contratar los servicios de un rastreador con una agudeza visual habituada a esta selva urbana, un hombre que, además, no es la primera vez que está cara a cara con un pavo real blanco, lo cual seguro que en algunas culturas primitivas debe tener significados tremendos. La última vez que tuvo esa experiencia fue allá por el 2007. Desde entonces no se daba en el Zoo de Barcelona esta anomalía genética. El guía es nada menos que Miguel Sierra, responsable del aviario. La lástima es que cuando uno espera una mañana completa de búsqueda extenuante, sin salacot pero con el calzado adecuado, con Sierra tocando la tierra con la yema de los dedos en busca de las huellas que han dejado los pavos, va y resulta que a menos de 50 metros de la puerta de acceso del parque aparece el bicho, tan tranquilo, al lado de su madre, porque del padre nada se sabe. Los machos de esta especie son unos cantamañanas. En primavera despliegan el espectacular abanico de su plumífera cola, nunca tan bien dicho, se pavonean, pero tras la cópula van a por otra hembra, y si son cinco o seis, mejor.

Sierra aclara que este insólito ejemplar no es exactamente albino. Lo suyo es otra anomalía, prima hermana a su manera de la que sufrieron el gorila Copito, el bluesman Johnny Winter o el monje asesino Silas, pero distinta en algunos detalles. Este pavo real es víctima de una dolencia conocida como leucismo, una ausencia total de color en el plumaje, pero no sufre ningún problema de fotosensibilidad. Para albino de verdad, con sus correspondientes ojos rojos y en el mismo zoo, uno de los miembros de la familia de ualabís, un marsupial de gracioso saltar, que no está de más visitar, pero la expedición de hoy tiene como objetivo el pavo real.

A estas alturas de la crianza, Sierra aún no sabe si el pavo es macho o hembra. El dimorfismo sexual es muy acentuado en esta especie, pero solo cuando los animales son adultos. De pequeños son indistinguibles. ¿Qué importancia tiene esto aquí y ahora? Pues el suspense, que es un poderoso imán de la curiosidad. Habrá que esperar un par de años, tal vez tres, para que a este ejemplar le crezca la cola si es macho y haga lo que los zoólogos llaman “hacer la rueda”, que es lo que Locomía hacía con los abanicos, pero con ánimo de cortejo.

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Sierra asegura que la ausencia de pigmento no impedirá a este pavo (dicho con respeto, porque así a bote pronto suena mal) conquistar a alguna pava. El gen que transmite esa singularidad cromática continuará así en el Zoo de Barcelona. Es recesivo. Lo normal será, pues, que sus crías nazcan normales. Que crezcan sanas y fuertes ya dependerá más de su suerte. Las hembras suelen poner unos cinco o seis huevos, a veces más. Lo hacen una vez al año. No hacen falta muchas matemáticas para deducir que, a ese ritmo, el zoo debería ser a estas alturas una granja llena a rebosar, y no es así. La razón es que la ley de la selva es inviolable incluso en mitad del parque de la Ciutadella. Gatos y gaviotas patiamarillas se dan un festín cada año tras la eclosión de los huevos, más o menos como hace 1.800 años se los daba el pervertido emperador Heliogábalo, que de los pavos reales, que se supone que los trajo a Occidente desde la India Alejandro Magno, se hacía cocinar solo las lenguas, salteadas con las de ruiseñor. Pero es una historia para otra ocasión. Continuará.