IMPACTO DE LAS VISITAS MASIVAS

Uno de aquí, tres de por ahí

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Las tres zonas de Barcelona con mayor número de plazas de alojamiento turístico respecto a la población residente, las tres en el entorno de la plaza de Catalunya, son de lo más previsible. Como sucede con otras grandes ciudades, coinciden con el lugar en el que todos los turistas quieren estar, por lo tanto, con el lugar en el que hay más hoteles, pensiones, albergues y apartamentos turísticos con y sin licencia. Es lógico; el meollo. Estas tres áreas -hay que echarle algo de imaginación- forman el dibujo de un avión. En su interior, miles de turistas dormitan a diario en los 8.765 lechos destinados a forasteros. En el mismo aparato vuelan los 3.921 barceloneses censados. Es decir, las plazas de extranjeros superan en un 123% a la población.

Bastan unas horas para percibir algunas peculiaridades. En un barrio cualquiera, las puertas de los edificios se abren y se cierran constantemente. Del interior sale una señora mayor con su paraguas y su carrito de la compra, un niño con el bocata y la cartera, un jubilado con su sombrero, una pareja de novios adolescentes. Gente en general. Vida social. En las vísceras de este perímetro cuesta cazar a alguien de aquí en el acto de entrar o salir de casa. Tampoco esperen niños jugando en las calles -una postal a la baja en toda Barcelona- porque la mayoría de los residentes, cuenta una conserje de Pau Claris, “son ya mayores”. Mayores y agraciados con una renta antigua que les permite permanecer en viviendas que en la mayoría de los casos superan holgadamente los 150 metros cuadrados, una dimensión que a precio contemporáneo, con un paro juvenil que roza el 50%, está a la altura de pocos bolsillos menores de 30 años.

LA MIRADA DE SAGRARIO

Eso mismo apunta Sagrario Blanco, portera en el cruce de Balmes con Consell de Cent desde hace 22 años. Su madre ocupó su lugar otras tantas décadas, pero ahora es ella la que lo sabe todo. El inmueble tiene un solo propietario y dispone de nueve viviendas. A principios de los años 90, cuando asumió la silla, en la finca vivían cuatro familias y lo demás eran oficinas. Hoy solo queda “un hombre que vive solo, sobrino de la anterior inquilina”, señala Sagrario. El resto son despachos profesionales. "Esto ya no es como antes. La gente quería venir a vivir al centro porque aquí había de todo. ¡Era el centro de Barcelona! Pero ahora, las familias prefieren los barrios porque ahí tienen más vida y más comercio". Habla de los barrios como si este, el suyo, no lo fuera. Ella lo siente así y no le cuesta reconocerlo. "Esto ahora es una locura. Gente a todas horas, discotecas hasta la madrugada. Antes había más colmados, más tiendas pequeñas; todos nos conocíamos, más o menos. Ahora solo queda gente mayor que paga poco de alquiler, oficinas y turistas. ¿Familas? Muy pocas, muy pocas... Y es una pena, porque el resto de la ciudad se creó a partir de esta zona".

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Sagrario pone sobre la mesa un asunto, la desertización de las zonas turísticas de Barcelona, que por ahora, estadísticas en mano, no ha alcanzado niveles alarmantes a pesar de que sí se percibe un achicamiento poblacional con el paso de los años. Pero hay elementos al margen del turismo que podrían conducir en esa dirección. Está la pérdida de identidad, algo que sufren en sus carnes, por citar el ejemplo más mediático, los vecinos de la Barceloneta, otrora barrio de pescadores ahora convertido en coto de modernos y caladero de pisos turísticos. Está el precio de la vivienda, que en el caso del Eixample, con esos pisos inmensos, no casan con el modelo familiar imperante, de matrimonio con un hijo. Y está la propiedad única de muchas fincas, lo que genera una búsqueda de ingresos fácil, sin impagos y permanente, algo que se consigue más fácilmente con una compañía solvente que con los García o los Giné. En la mente, esas zonas de ciudades como Nueva York que por la noche se convierten en auténticos cementerios de acero y cristal.

ZONA PARA GUIRIS

Montse Bassas es la directora de Basmi Finques, empresa dedicada a la gestión de patrimonio familiar que lleva casi 70 años instalada en el corazón de este 'avión', en Rambla de Catalunya con Diputació. Les toca lidiar en muchas reuniones de vecinos en las que la convivencia ha mutado la piel. Antes era el perro del quinto, los olores del patio interior o los que fuman en el ascensor. Ahora, en estas lindes del Eixample y Ciutat Vella, son las incomodidades de tener un piso turístico en la finca. "Las reuniones acaban en dos bandos: los que viven y los que sacan partido del edificio", resume. Cuenta que ahora solo se interesan por esta zona los extranjeros, "personas que están de paso e incluso les gusta el bullicio". "Es un hecho que la gente autóctona ya no quiere venir a vivir aquí".