Los huérfanos del bar

Carles Cols

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El bar Segundo Acto bajó la persiana por última vez la madrugada del 2 de noviembre del 2013 y dejó en la orfandad sentimental a sus clientes. ¿Que dónde estaba ese local? En la calle de En Roca, que aunque está a un minuto de la Rambla nadie la conoce, así que Emilio Gómez Reig, que fue el dueño, cuenta algo tan divertido como cierto. «A veces venía un cliente nuevo, salía entonado y después tardaba semanas en encontrar de nuevo el bar. ¡Estaba por aquí, seguro…!». En esa indigencia de la nostalgia que causa el cierre de un local también están, es cierto, los bibliófilos de la librería Canuda, los que iban a Vinçon aunque fuera a mirar y los gourmands de la Boqueria antes de su parquetematización, pero el caso de Segundo Acto es único, porque por razones inescrutables era una madriguera de bohemios sin parangón, artistas de una creatividad notable, gente de vicio y subcultura, como dirían en Gigamesh. Anna Cervera, cineasta debutante, acaba de estrenar 'A la puta Strasse', un documental que retrata aquella joya de la noche y, de paso, la aluminosis cultural que sufre la ciudad.

«Barcelona se ha 'desbarcelonizado'», dice Quico Palomar, artistas de la calle, fundador de la Fura dels Baus, 'somiatruites' y reencarnación catalana de Emilio el Moro, porque la última noche del Segundo Acto regaló a la clientela una versión 'nostrada' del 'Walk on the wild side' de Lou Reed que vale la pena visitar.

Lo que sostiene Palomar tiene su qué. Las llamadas tiendas emblemáticas han llenado páginas en la prensa, pero la creatividad, algo intangible hasta que se transforma en un cuadro, un poema o una canción, necesita un tiesto para que salga el primer brote, y eso es lo que parece que hacía Segundo acto según lo cuenta el documental.

No es que allí el derecho de admisión convirtiera el establecimiento en un club exclusivo para artistas. Había un poco de todo. «A menudo, incluso jueces y policías», explica el dueño, indiferentes parece al humo de marihuana antes de la ley antitabaco. Pero los pilares sobre los que se sustentaba la fama del Segundo Acto no eran los del poder ejecutivo y judicial. Eran Corvus, según sus amigos el mejor pintor de la actualidad en la categoría de grandes desconocidos, Alejandro Molina, escultor y pareja de Nazario, María Elba Rodríguez, la Vivian Maier catalana, Viki Alcaraz, payasa solidaria, el fotógrafo Max Messerli, autor de una de las más celebradas instantáneas de Bob Marley, y, entre otros varios clientes, dos más a destacar, Jorge Cervantes, gurú de la maría, y Javier López, maestro ajedrecista, cuya coincidencia bajo un mismo techo, aunque parezca lo contrario, no tuvo nada que ver con que Segundo Acto celebrara un sonado torneo de ajedrez contra un club cannábico de Amsterdam. «A todos ellos les di el biberón durante 20 años», recuerda ahora Emilio. 

Bardem y Evo Morales

Luego estaban también los famosos. Que pasara por ahí Javier Bardem no extraña. El actor más jamón del cine español ha estado en los locales de media Barcelona si es que es cierto lo que cuenta los dueños de restaurantes, tiendas moda, peluquerías... Puestos a buscar pedigrí, tiene más gracia que en Segundo Acto recalara allí un día Evo Morales (no desentonaba) y que intermitentemente fuera a tomar algo el incorregible Jango Edwards, tal vez el mejor payaso vivo del mundo, que por cierto cierra con un sentido discurso la película.

El caso es que el trabajo de Cervera como cineasta es, según se mire, el documental que se merecerían todos los establecimientos que estos últimos dos años han cerrado en Barcelona y cuya ausencia, en conjunto, es aquello que Palomar define como la 'desbarcelonización'.

Es, eso sí, un término con trampa. Hay que desmitificarlo. Barcelona ya sufrió hace 15 siglos, por ejemplo, una desromanización. Y a mediados del XIX, con la creación del Eixample, se puede considerar que se consumó la 'desmediavalización' de la ciudad. Ahora, ya se sabe, Barcelona se ha convertido en una marca turística internacional, y por ello, porque cotiza al alza, los bajos comerciales han mutado. De Segundo Acto, sin embargo, hay que aclarar que no cerró ni por una subida abusiva del alquiler ni por jubilación del dueño. Emilio sostiene, sin rencor, que todo se torció con la ley del tabaco. Salir a fumar a una calle tan estrecha y hacerlo en silencio para no molestar al vecindario era pedir demasiado, López, el ajedrecista y casi filósofo, lo explica más fácil. «Todo tiene un final, menos la butifarra, que tiene dos». Cerró y punto.

Se podrá sostener, llegados a este punto del relato, que solo era un bar, con una clientela especial, pero solo un bar. Cierto, pero un bar no es poca cosa. Y en este la temperatura era ideal para cultivar cultura.

Próximos pases

Un día, Peter Wastell, pintor, utilizó una de las puertas de entrada del local como lienzo. Quedó allí de forma permanente al óleo la cara inquietante de una niña con cuatro ojos. Ahora aquello es el cartel oficial del documental, que se proyectará el próximo fin de semana y el lunes siguiente en el CineBaix de Sant Feliu. Después, regresará a la sala Maldà de Barcelona el 18 de diciembre, donde ya se estrenó, con un lleno total, el pasado 6 de noviembre. Aquel fue un día de nervios para Cervera. Era como pasar un examen con los que habían sido sus compañeros de bar durante dos años. Les encantó el resultado, y no era un reto fácil.

Captar la esencia de lo que es un bar con embrujo es toda una artesanía. Toulouse-Lautrec lo hizo. El cuadro más célebre de Edward Hopper, 'Nighthawks', tiene también como tema único un bar. Una de las delicatessen literarias de este otoño son, por ejemplo, las memorias de J. R. Moehringer, 'El bar de las grandes esperanzas', cuyo primer capítulo es toda una lección de lo que es el matrimonio entre un cliente y su barra de cabecera. 'A la puta Strasse' es, efectivamente, una propuesta más modesta, pero es una historia de Barcelona, ciudad, por su tamaño y fama, bastante carente de documentales.

«He visto sangre, he visto volar taburetes, he visto gente que se ha casado...». Eso dice Emilio en el documental. No lo hace con ese aire circunspección de Rutger Hauer en 'Blade Runner', («he visto cosas que vosotros no creeríais, naves en llamas más allá de Orión...), pero la conclusión final del replicante viene como anillo al dedo para Segundo Acto. «Todo esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia». Una lástima.