UN LIBRO CONTRA EL SENTIMENTALISMO

El local de la esquina

El norteamericano J. R. Moehringer relata sus memorias, a modo de novela, en 'El bar de las grandes esperanzas' El autor fue el escritor en la sombra de la autobiografía de Agassi

Clásico 8El escritor y periodista norteamericano J. R. Moehringer, la pasada semana en Barcelona.

Clásico 8El escritor y periodista norteamericano J. R. Moehringer, la pasada semana en Barcelona.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Hay bares, bien lo sabía John Ford cuando rodó El hombre tranquilo, que valen por todo un universo. Al norteamericano J. R. Moehringer (Nueva York, 1964), hoy un brillante periodista de deportes y fichaje de lujo de Vanity Fair, le pareció oportuno explicar su vida, sus memorias, a partir de un bar, un lugar en el que se reunían los hombres y donde él, niño abandonado por su padrebuscaba esas lecciones de masculinidad que, estaba convencido, no le podría dar su madre. El resultado fue El bar de las grandes esperanzas (Duomo), que llega precedida del éxito de Open, la autobiografía, para la que Moehringer ejerció de negro, de Andre Agassi. De hecho, la cronología fue al revés, Agassi leyó El bar... se quedó asombrado de cómo unas memorias podían ser tan fascinantes y le propuso a Moehringer que se las escribiera. El bar...., muy bien posicionada en las recomendaciones de los libreros, bien podría ser uno de los libros estrella de este otoño.

La historia no puede ser más americana. Y tiene en Dickens -el primer nombre que tiene el bar es ese- y en Scott Fitzgerald -El gran Gatsby se sitúa en el pueblo del protagonista, Manhasset, Long Island-sus padres fundadores.

El libro parece una novela. Pero no lo es. «Soy muy consciente de que la memoria es algo subjetivo y nos engaña, pero soy periodista y el oficio me enseñó a no tomarme libertades con los hechos». El escritor entrevistó a familiares y amigos y lo reconstruyó todo para acabar abordando una historia clásica de formación como David Copperfield o, sí, Grandes esperanzas. Al fin y al cabo esta es una historia clásica de ascenso social, la de un pobre niño cuya madre se mata a trabajar para que este pueda estudiar en la prestigiosa Yale.

El libro sigue la búsqueda de la propia identidad del escritor. No en vano Moehringer nunca ha querido otro nombre de pila que J. R. -sí en los 80 y con el villano de Dallas en acción, el chico lo pasó mal en el instituto-, en referencia a un padre de cuyo nombre no quería acordarse. «En principio yo escribí estas memorias para mostrar mi propio desamparo y aislamiento y servir de espejo a aquellos que han pasado por esa misma experiencia. Lo que ocurre es que, sin proponérmelo, durante el proceso sentí que aquello me ayudaba a aprender sobre mí y a conectarme con el mundo».

 

Estas palabras con cierto regusto miserabilista poco tienen que ver con la ligereza y la alergia al sentimentalismo del que el libro hace gala y que le valió en su día la admiración de James Salter. Con el maestro americano, recientemente fallecido, Moehringer comparte esa exaltación de la masculinidad, o quizá se podría llamar hombría -no confundir con la bravuconería de Hemingway- que quizá no esté demasiado de moda en estos tiempos. «Es curioso porque perseguía la masculinidad en un bar y encontré la fortaleza que buscaba en mi madre. Creo que no se puede hablar de la masculinidad sin hablar de las mujeres», admite que llegar a apreciar esa cualidad en su madre le costó muchos años. «En mi adolescencia no estaba preparado. Sencillamente, tuvieron que pasar muchos años». Y se felicita porque encontró en ella la mejor y más férrea editora del libro. «Ella fue la que no me dejó deslizarme un solo segundo por la pendiente de la sensiblería y le estoy muy agradecido».

Un mal padre

El padre, de profesión locutor de radio y dj, y a quien el libro relaciona  en no pocas ocasiones con Frank Sinatra -el único legado que el padre dejó al hijo fue una pila de discos de La Voz- es en palabras de Boehringer, «un mal padre, un mal marido y una mala persona». No llegó a leer el libro. Murió cuando lo estaba acabando. «Su muerte me liberó porque hasta ese momento yo me estaba conteniendo mucho cuando escribía sobre él. Pese a todo no quería hacerle daño. Pero también sentía que el libro necesitaba la verdad, sin tapujos».

 

Otra de las verdades es que el chico encontró una especie de hogar en un bar, parecido al de El hombre tranquilo, la película preferida de la peña, donde el adolescente fue adoptado por una serie de personajes que cultivan el hoy perdido don de la conversación. «Cuando crecí la gente todavía sabía escuchar y contar historias», se lamenta. En aquel bar se festejaba el trasiego de whisky con una cierta inocencia y algún que otro fantasma. «Creo que el alcohol puede sacar lo mejor y lo peor de la gente. Allí vi cómo para algunos hacía soportables los tiempos difíciles. Pero también fui testigo de cómo echaba a perder otras vidas».  La vida de Boehringer, lo cuenta, estuvo a un tris de caer al otro lado. «Un día decidí que no volvería a beber. A mí me gusta escribir por las mañanas y si bebes, la resaca no te deja ser tú mismo».

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