YACIMIENTO EN OBRAS

BCN rescatará el Baluard del Migdia del desatino urbanístico

Una porción del baluarte, apenas visible si el viandante no se asoma.

Una porción del baluarte, apenas visible si el viandante no se asoma.

CARLES COLS / BARCELONA

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Los arqueólogos volverán el próximo noviembre a la escena del crimen, en este caso, al Baluard del Migdia, un yacimiento descubierto casualmente en el 2006 y que, aunque se preservó, se hizo de la peor de las maneras. Lo que un día fue la muralla que protegía Barcelona del asalto por mar (piratas, corsarios, armada borbona...) se esconde hoy entre los edificios que la inmobiliaria Vallehermoso construyó en los terrenos de la antigua estación de Cercanías. Es una fortificación majestuosa, pero, tal y como urbanizó la zona el último gobierno socialista de la ciudad, solo se puede disfrutar su contemplación desde el párking de los edificios, que es privado e inaccesible. El ayuntamiento destinará ahora dos millones de euros a corregir hasta donde sea posible ese disparate.

El origen de ese tramo de la muralla está perfectamente documentado. En el año 1527, el Consell de Cent de Barcelona decidió que era hora ya de cerrar la muralla de la ciudad, que hasta entonces defendía de los ataques por tierra, pero no por mar. Eran tiempos en los que las armadas comenzaron a incorporar cañones. Así nació en el siglo XVI el Baluard del Migdia, como una sólida defensa contra el impacto de los proyectiles impulsados con pólvora, que sería objeto de diversas modificaciones posteriores, primero con la excavación de un foso y después con la edificación de una contraescarpa.

Las murallas cayeron durante la segunda mitad del siglo XIX, físicamente, por supuesto, pero también en el olvido, y tanto es así que cuando en el 2006 (solo un año antes del crack inmobiliario) se iniciaron las obras para levantar cuatro bloques de viviendas, lo que allí se descubrió desbordó cualquier previsión. En las capas inferiores, entre los sedimentos, había restos romanos, que seguirán allí salvo que algún día, con un presupuesto inevitablemente alto, pues están por debajo del nivel del mar, se decida extraerlos. En la capa superior emergió uno de los cuatro ángulos del baluarte, del que algunas fotos previas a la construcción de los edificios de Vallehermoso dan fe de su extraordinario estado de conservación y del desatino que fue después no urbanizar la zona de modo que pudieran contemplarse. Por último, en una sorprendente pirueta, se descubrió allí mismo el esqueleto de un barco medieval, probablemente de procedencia cantábrica. Y todo eso en un solar de apenas 6.000 metros cuadrados.

Visión penosa

De noviembre a marzo, por lo tanto, los arqueólogos volverán a ensuciarse las manos de tierra, lo cual en su profesión es una buena noticia, para retomar los trabajos allí donde los dejaron, pues hace ocho años se acordó cubrir de nuevo el hallazgo y esperar tiempos mejores. Lo único que no se enterró de nuevo entonces fue esa parte del perímetro del baluarte que es visible desde el párking privado con comodidad, a través de unos cristales, y de forma penosa desde la calle si uno se asoma a una fea reja que protege el recinto.

Cuando los arqueólogos pongan fin a su breve campaña urbana, el Ayuntamiento de Barcelona convertirá ese actual cul-de-sac en una nueva plaza en el distrito de Ciutat Vella que, poco o mucho, recordará a la plaza de la Vila de Madrid, ya que el conjunto del yacimiento será visible desde una zona de paso superior, mientras que con cita previa será posible bajar a ras de lo que un día fue el muro contra el que rompían las olas del Mediterráneo.

La recuperación de ese fragmento de la muralla tiene, además, algo de simbólico. La arqueología ha tenido en Barcelona breves periodos de luz y muchos de largas noches. Dentro de ese segundo grupo están, claro, todos esos momentos en los que un yacimiento asoma cuando menos se espera y sobre todo menos se desea. Así sucedió inicialmente en el Baluard del Migdia y, más recientemente, en la Sagrera. donde la construcción de la estación del AVE reveló que allí mismo hubo hace 2.000 años una rica villa romana dedicada a la producción vitivinícola. Lo peor que le puede pasar a un yacimiento arqueológico entonces es que su valor se mida en una balanza en la que en el plato contrario se ponga el progreso, como sucedió en un primer momento en la Sagrera.

Lo inusual son los momentos de luz, cuando los especialistas afrontan una campaña sin precipitación, sencillamente porque hay presupuesto municipal para hacerlo, como ahora sucederá en el recinto interior de lo que un día fue la estación de Cercanías.