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¿Qué vamos a comer en un Mediterráneo más cálido?

¿Con qué agua vamos a cultivar los tomates? ¿Aguantarán los olivos unas sequías más pertinaces? ¿Qué vid vamos a plantar y dónde? ¿Tendremos sardinas para comer? El cambio climático pone en vilo la alimentación típica del Mediterráneo. Exploramos qué adaptaciones pueden salvarla. 

Ensaladas fresquitas para la llegada del calor.

Ensaladas fresquitas para la llegada del calor.

Michele Catanzaro

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Mediterráneo es sinónimo de comida sabrosa, buenos vinos, redes cargadas de pescado, paisajes bien labrados… Pero todo ello está en vilo por el calentamiento de la región, afectada más que el promedio por la crisis climática. 

En el territorio de la denominación de origen Penedès este año ha llovido el 40% menos que el anterior. En el Delta del Ebro se producen menos ostras y mejillones por la merma del oxígeno en el agua. Las sardinas migran al norte por el calentamiento. Los olivos, antaño típicos del sur de Catalunya, se ven cada vez más en el Empordà. 

El calor y la falta de lluvia del 2022 - combinadas con los efectos de la guerra en Ucrania - han puesto en cuestión la seguridad alimentaria en el Mediterráneo. ¿Cómo deberíamos adaptarnos a las nuevas circunstancias?

“Un cuarto de las emisiones globales viene del sistema agroalimentario. A la vez, este sector está entre los más tocados por el cambio climático. Y también es una de las soluciones, por su capacidad de almacenar carbono en los suelos. No hay tantos otros sectores que tangan responsabilidad, impacto y soluciones a la vez”, observa Sebastien Abis, experto en geopolítica de la agricultura, que dio una charla en Barcelona el pasado 14 de Septiembre, organizada por el Institut Europeu de la Mediterrània (IEMed).

¿Cómo afecta el cambio climático a la alimentación?

La combinación de altas temperaturas y sequía es nefasta para la agricultura. Aunque la región mediterránea siempre ha sufrido sequías, el cambio climático las hace más largas y extremas. 

El calor produce más transpiración en las plantas, que necesitan más agua justamente cuando hay menos, por la sequía. El calor también afecta al metabolismo de las plantas, lo que resulta en menos frutos, con características distintas (por ejemplo, su color). “El maíz tiene una temperatura óptima de crecimiento por encima de los 28 grados. Pero si se llega a 35 o 40 no produce tanto”, explica Jaume Lloveras, catedrático de agronomía de la Universitat de Lleida. Lloveras opina que los cultivos de verano serán los más afectados.

Aún cuando no haya sequía, el cambio climático modifica el patrón de las lluvias. “Los cultivos no tienen el agua cuando la necesitan y las lluvias torrenciales, más frecuentes e intensas, no permiten que la tierra absorba el agua”, observa Annelies Broekman, investigadora en agua y cambio global del Centre d’Investigació de Ecologia y Aplicacions Forestals (CREAF). 

Las cosas no pintan mejor en el mar. Los desembarques totales de las pesquerías mediterráneas han disminuido un 28% entre 1994 y 2017, según un informe de 2019 del grupo de Expertos Mediterráneos sobre Cambio Climático y Ambiental (MedECC). El estudio afirma que dentro de 2050 más del 20% de los peces e invertebrados marinos explotados se extinguirán localmente, por la combinación de calentamiento, acidificación y prácticas insostenibles. 

¿Cómo adaptar el sistema alimentario?

• De la agroindustria a la agroecología

“Hay que revertir el sistema agroindustrial, con directrices del mercado internacional y la especulación, e ir hacia una agricultura orientada al bienestar de las personas, que calibre lo que hacemos con lo que el territorio puede ofrecer”, afirma Broekman. “Hay que cambiar de paradigma en el modelo socioeconómico: el IPCC [Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático] lo expresó de forma drástica ya en 2014”, concuerda Robert Savé, investigador emérito del Institut de Recerca i Tecnologies Agroalimentàries (IRTA) y de MedECC. La agroecología trata un sistema agrícola como cualquier otro ecosistema, tomando en cuenta su balance de agua, carbono, nutrientes, etcétera. En la práctica, un paisaje agroecológico tiene una diversidad de cultivos repartidos en superficies pequeñas (“mosaico”), con más trabajo humano y menos máquinas y agroquímicos. El cambio de lógica también se debería aplicar al mar, con un mayor control de la pesca.

• Restaurar acuíferos

“Construir más pantanos, balsas, plantas de desalinización o de reutilización no solucionará el problema. Los acuíferos son los embalses naturales que nos protegen de la sequía”, afirma Broekman. Para ello es necesario recuperar zonas húmedas, quitar el cemento que las cubre y dejar que los ríos inunden áreas donde el agua se pueda infiltrar.

• Menos riego

“Sin agua no hay agricultura. Pero hace falta más eficiencia en el riego”, afirma Lloveras. Broekman, al contrario, desconfía de la eficiencia. “Si mejoras la eficiencia, se va a usar aún más agua, incrementando la superficie de riego”, afirma. Savé tiene una buena noticia. En las costas hay menos subida térmica y más agua (por las desembocaduras de los ríos y por la depuración del agua urbana): eso facilita que la huerta aguante mejor allí. 

• Cultivos distintos y menos vacas 

Desde un par de décadas, los agricultores están reemplazando cultivos: variedades locales de vid, en lugar de las famosas francesas; trigo y maíz de ciclo más corto; productos de secano como algarrobos o granados, etcétera. El cambio está pendiente en la ganadería. Las vacas son unas máquinas de beber agua y comer vegetales. “El vacuno será un producto difícil de mantener en las cantidades que tenemos ahora. En un mundo con menos agua y menos producción agrícola, tendremos que repensarnos cuantos de estos recursos suministramos a los humanos y cuantos a los animales”, constata Savé. Lo típico del Mediterráneo siempre fueron las cabras y las ovejas, no las vacas.

• Menos lujos en la mesa 

Los expertos no prevén cambios radicales en la dieta, pero sí “mas sobriedad”, en palabras de Savé. Eso es: más proteínas vegetales y verduras, menos leche de vaca, pollo, cordero y cerdo más que ternera, pescado distintos al salmón o al pescado blanco, y más productos de temporada y proximidad. Comidas como el aguacate o el filete deberían ser un lujo. 

“Podemos enfrentarnos a un paisaje desértico, con más incendios, plantas todas iguales y comida sin sabor cultivada por máquinas en invernaderos. O a otro con un mosaico de campos, poblados por personas y una dieta basada en lo local y de temporada”, resume Broekman. La disjuntiva está servida.

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