Editorial

Los frutos de la semilla del 15-M

Cinco años después el movimiento de los indignados ha quebrado el bipartidismo de la vida política española

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Hoy se cumplen cinco años del movimiento de jóvenes y no tan jóvenes que inundó las plazas españolas -sobre todo la de Sol en Madrid y la de Catalunya en Barcelona- para impugnar el sistema y el «régimen del 78» al grito de «no nos representan» y para denunciar la política de austeridad económica, la corrupción estructural, los rescates privados con dinero de todos y las medidas injustas contra la población empobrecida por la crisis, como los desahucios.

El movimiento de los «indignados» prendió con gran fuerza, traspasó las fronteras y, ante el peligro de pudrimiento que siempre conllevan este tipo de protestas, supo terminar a tiempo las movilizaciones, derivando las concentraciones a asambleas sectoriales y de barrio. Si internet y las redes sociales han significado que cualquiera puede convertirse en informador, el 15-M desafió la idea de que la política es una cuestión de profesionales y la puso al alcance de cualquiera, como destaca uno de los analistas que intervienen en el balance del suplemento Más Periódico de hoy.

La semilla estaba plantada, pero quedaba el reto de transformar un movimiento sin estructura, sin liderazgo y sin programa en algún tipo de organización que aportara a la política las consignas y enseñanzas del 15-M. Ese paso se produjo con el nacimiento de Podemos, que irrumpió en las europeas del 2014, y con las confluencias que dieron un vuelco a las principales alcaldías en las municipales del 2015. Así, Ada Colau, la portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, se convirtió en alcaldesa de Barcelona, y la antigua luchadora por la democracia Manuela Carmena ganó en Madrid, novedades impensables solo unos meses antes.

Pero toda institucionalización acarrea contradicciones, que cuestionan las ideas y los proyectos originales. Así, un movimiento sin líderes ha derivado en el hiperliderazgo de Pablo Iglesias en Podemos, que ya es un partido como los demás y que se ve sometido a las tensiones entre los que defienden la transversalidad del 15-M y quienes abogan por una ideología excluyente. De arriba y abajo, hemos vuelto a la tradicional oposición derecha-izquierda. Pese a estas incoherencias, en cinco años se ha quebrado el bipartidismo con el nacimiento de dos nuevas fuerzas políticas, ha cambiado la figura del jefe del Estado y la lucha contra la corrupción es una prioridad. No está mal.