INVESTIGACIÓN

Bullilab, o la búsqueda de los orígenes

Ferran Adrià sostiene que el talento culinario se puede abstraer y transmitir a otras disciplinas

LECCIÓN. Ferran Adrià, en una de las sesiones divulgativas en el Bullilab de Barcelona.

LECCIÓN. Ferran Adrià, en una de las sesiones divulgativas en el Bullilab de Barcelona.

JOSEP-MARIA URETA

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Quien pregunta a qué se dedica Ferran Adrià desde el 2011 y cree que su presencia pública esporádica se limita a presentar un libro de cocina con Disney o mover las exposiciones conmemorativas de El Bulli (ojo, que no es recordar sino reivindicar que están vivos) en cualquier ciudad de mundo como Buenos Aires o Miami, desconocen que el universo El Bulli ahora reposa, muy activo, en dos plantas de la antigua fábrica de vidrio Serrahima, junto a La Fira, hoy Espai Serrahima.

Los 8.000 metros cuadrados de acceso en rampa, como un párking, tampoco son un remedo de los garages que dieron fama a Hewlett y Packard, Steve Jobs, o Bill Gates. En esas naves Adrià desarrolla uno de los proyectos más innovadores en fondo y forma, el Bullilab, de los que se beneficiarán, si sale bien, muchos modelos de investigación del futuro en los que tienen un peso decisivo la imaginación y la creatividad.

En esas naves de cemento sobrio en la base, más las planchas efímeras de porespán con papelitos y chinchetas se prepara una historia de la gastronomía que apenas tiene antecedentes. Solo uno y parcial, el muy celebrado texto de Harari Yuval Nohah de hace un par de años, en el que acuña el concepto de sabiduría, sapiens en latín, para describir la evolución de la humanidad. Sapiens, ayudar a saber, penetra todo el circuito de actividades de Adrià. Un término omnipresente en Bullilab.

Siempre tan inquieto, atento a cualquier atisbo de novedad, dispuesto a rectificar (la virtud del científico clásico), Ferran Adrià ha creado, entorno a la memoria de sus 1864 platos del Bulli, un laboratorio de nueva planta investigadora en la calle Mèxic de Barcelona, el edificio en que los Serrahima también albergan exposiciones de arte en su planta baja.

Adrià sigue vivo, activo y exigente (véase la evolución de las obras de adaptación en Cala Montjoi, que acabaran siendo lo que se propuso). Ha comprendido la importancia de la investigación, la ha aplicado sobre sí mismo y su proceso creativo y ha juntado a más de 80 jóvenes investigadores --todos de cara a la pantalla, botellín de agua cercano y nada de telefonía móvil-- para que ayuden a comprender el proceso de creación de El Bulli desde que empezó a ser famoso hasta que, gracias a este proceso de introspección creativa de Adrià, se pueda establecer cómo se ha llegado hasta ahí y, lo más decisivo, cómo se puede transmitir a generaciones posteriores.

Multidisciplinar

Cuesta entender cómo Adrià se ha trasformado de cocinero de éxito hasta el 2011 y luego, tras cerrar El Bulli, en líder de investigación en procesos de creatividad. Hay que buscar la clave en la capacidad de Adrià, su hermano Albert y Juli Soler (fallecido el pasado mes de julio) en conservar todo el legado de El Bulli, reunirlo, clasificarlo y ponerlo a disposición de los investigadores de lo que fue el gran centro gastronómico de cala Montjoi (Alt Empordà) y, lo más importante, de lo que lega.

Entre paneles, pantallas y artilugios diversos vinculados a la cocina en el edificio Serrahima no hay apenas objetos de valor de El Bulli. No están para fetiches pasados. Todo son gráficos, prendidos en porespán, pero también videos de última generación, en 3D, que se pueden consultar en pantallas táctiles. Tanta sabiduría concentrada se trasladará a la Cala Motjoi (Roses) en un par de años. Será el Bullilab del futuro. Dejará, donde hoy se prepara el futuro Bulli, la Bulliografía, los documentos que justifican la historia gastronómica de la humanidad.

La innovación a la que se dedican los nuevos bullinianos, el Bullilab, determinará un modelo de la cocina más creativa, pero que se pueda trasladar, con sus principios universales compartidos, a otras disciplinas especulativas.