muy seriemente

'Nuestro planeta', un hermoso obituario de la Tierra

Disponible en Youtube por gentileza de Netflix, esta es una serie imprescindible, por lo nunca visto y porque nos recuerda que el coronavirus no es en realidad el mayor de nuestros problemas

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Carles Cols

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En Barcelona causó pasmo que el pasado 19 de marzo, con el confinamiento a toda máquina, un jabalí paseara sus perniles por la Diagonal. La sorpresa, en realidad, no debería haber sido causada por su presencia en pleno Eixample, pues había antecedentes más sonados, como ese día en que un 'mosso d’esquadra' algo aturullado le pegó un tiro a su compañero de patrulla cuando ambos trataban de detener a otro desnortado jabalí en la calle de Nurmància, sino porque se paró nada menos que delante de la Casa Sayrach, modernismo rarete, lo cual se dice pronto en una ciudad rica en obras de Antoni Gaudí. ¿Un jabalí con inquietudes artísticas, tal vez? Llamativo ha sido también durante el confinamiento que los patos naden en la Fontana de Trevi, un baño que, todo hay que decirlo, no desbanca en fama al de Anita Ekberg en 1960, y que los cisnes, hermosotes como un Tadzio, se hayan enseñoreado de los canales de Venecia. Y en mitad de amanecer animal tal vez haya pasado inadvertido que Netflix ha colgado en Youtube, o sea, gratis, los ocho monumentales episodios de ‘Nuestro planeta’, ‘Our planet’ en su versión original, en los que despunta la voz narrativa de David Attenborough, doblado al español por Penélope Cruz sin esa entonación felina, y es una lástima, del nonagenario naturalista inglés.

De pocas series, documentales o de ficción, se puede afirmar que son imprescindibles. Esta lo es. Más, si cabe, ahora. ‘Nuestro planeta’ es un urgente recordatorio de que tras la pandemia continuará pendiente de solución una amenaza mucho mayor, la climática, curiosamente negada por los mismos mercachifles que discuten la peligrosidad del covid-19, como Jair BolsonaroDonald Trump y, si no se ha caido aún del guindo, aquel primo de Mariano Rajoy, catedrático de Física, que en el 2007 era la voz de referencia en esta materia para el entonces presidente del Gobierno español. Somos lo que comemos, sí, y también lo que votamos.

Netflix, en realidad, ha colgado en Youtube una decena de documentales, pero este merece una mención especial no solo por su relato admonitorio y por poner el foco en algunas de esas especies que ya viven, como dice Attenborough, “en las fronteras del cambio climático”, sino también porque la infinita calidad de sus imágenes hace palidecer cualquier trabajo anterior en esta materia. No está de más recomendar (esto solo para suscriptores de Netflix) el visionado de la media docena de contenidos extra sobre cómo se rodaron algunas de las escenas, porque una cosa es ver desde el sofá el baile nupcial del ave del paraíso de Pennant (cualquier macho de la ‘Parotia sefilata’, como seductor, empequeñece a Giacomo Casanova a la categoría de vulgar pagafantas de instituto de secundaria) y otra, muy distinta, tener presente que rodar cualquier escena en las selvas de Papúa, en las que el hombre blanco solo comenzó a adentrarse, y muy poco lo ha hecho aún, en 1930, requiere unas agallas de la talla de un tiburón.

Que la misma especie  que se desvive por rodar 'Nuestro planeta' sea la misma que lo pone al límite es la más insondable de todas las contradicciones

Merece la pena abrir aquí un paréntesis en este trigesimocuarto capítulo de ‘muy seriemente’ y, antes de proseguir con las loas a ‘Nuestro planeta’, realizar una oportuna recomendación literaria, en especial ahora que el turista parece también una especie severamente amenazada. Viene muy al caso. Es un libro de viajes sin igual. El título tal vez desorienta. ‘El turista desnudo’ es el viaje catárquico que Lawrence Osborne inicia en un lugar donde la riqueza es pornográfica, Dubai, prosigue en la entrepierna del mundo, Bangkok, ‘Hedonópolis, según el autor,  y culmina en un destino que ningún ‘touroperador’ por muchos arrestos que tenga, es capaz de incluir en su catálogo, lo mas recóndito de las selvas de Papúa, las casas arbóreas de los kombai, un lugar aún en la prehistoria, donde tal vez lo peor no sea terminar como Michael Rockefeller en 1961 cuando se asomó por ahí, sazonado y asado a la piedra, sino que un indígena pretenda vestirte con el traje típico regional, es decir, como un Adán pero con una cáscara de calabaza en lugar de una hoja de vid, lo cual –cuenta Osborne, mayúsculo escritor— obliga antes a “replegar el prepucio del miembro pecaminoso e introducir todo el órgano dentro del cuerpo”. Osborne declinó sabiamente la oferta: “Al parecer, la primera vez que alguien lo hacía acababa vomitando y desmayándose, pero aquello, sin lugar a dudas, te hacía ser uno de ellos”.

’Nuestro planeta’ se adentra en las selvas de las Osborne salió hecho un ‘ecce homo’ y lo hace para regalar al espectador una inimaginable mejor grabación del ave del paraíso de Pennant en plena fiesta de la seducción. Y proezas igual de audaces realizan otros equipos de rodaje para obtener escenas sin igual del tigre de Siberia, de 10.000 delfines en una jornada de pesca o de una manada de tiburones que, en cuestión de normas de etiqueta en la mesa, se las saltan todas aunque el almuerzo se sirve en platos de coral. Esta es una serie soberbia y, a la par, descorazonadora, porque la misma especie de mamífero (nosotros) que es capaz de ponerse en peligro para captar en 4K la infinita belleza natural de la Tierra puede, simultáneamente, comportarse como el más letal de los coronavirus con el resto del reino animal.

Lo de aquel jabalí al que el pasado marzo le dio por bajar por Balmes hasta la Diagonal y otras similares incursiones bestiales en otros núcleos urbanos de medio mundo son sin duda una señal. El escritor noruego Morten A. Stroksnes explica en su inclasificable ‘El libro del mar’ que la segunda guerra mundial fue para los atunes del Cantábrico un inolvidable lustro de paz, pues el miedo a las minas y a los torpedos de los U-Boot alemanes dejó en tierra a la flota pesquera. La población de atunes se recuperó milagrosamente durante aquel paréntesis bélico, casi igual que la de las ballenas desde que en 1986 se prohibió su caza con fines comerciales. Que Netflix haya obsequiado ahora a través de Youtube a quien lo desee con esta obra maestra documental bautizada como ‘Nuestro planeta’ es, lo apuntado antes, no solo un simple gran placer televisivo, sino una advertencia de que el covid-19 no es, aunque lo parezca ahora, la peor de las amenazas a las que se enfrenta nuestra especie. La actual crisis sanitaria podría ser una oportunidad para redirigir el curso de la historia, pero eso, basta con asomarse al balcón de la política diaria, solo sería posible en otro mundo, no en el nuestro.

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