Patio de butacas
Beethovenísimo
El Palau de la Música se suma al 250º aniversario del compositor alemán con una propuesta sísmica: la integral de sus sinfonías
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Un gigante. El más grande compositor de todos los tiempos, entre las nubes del olimpo junto a Bach y Mozart (y que se peleen entre ellos por el escalón en el podio). El temperamental Ludwig van Beethoven (1770-1827), la mirada de halcón y el cabello en ventolera, tal como lo retrató el pintor Josef Karl Stieler, cumple 250 años en este 2020 recién estrenado, y como nació en diciembre —el día 17 recibió las aguas bautismales en Bonn— se avecina, pues, un aniversario dilatadísimo en todo el orbe, 12 meses trufados de conciertos, exposiciones y conferencias, un homenaje en suma a la altura de su talento y ambición. Por lo que respecta a la ciudad, la oferta conmemorativa no está nada, pero que nada mal.
Dada su amplitud, con el fin de evitar un tostón en forma de inventario, este ‘Patio de butacas’ prefiere circunscribirse hoy al plato principal, al solomillo y su guarnición, esto es, la propuesta atómica del Palau de la Música: el ciclo sinfónico completo del genio en tan solo cinco días de febrero, un chute diabólico de vitalidad, a cargo nada menos que de ‘sir’ John Eliot Gardiner, en la dirección, y su Orchestre Révolutionnaire et Romantique (ORR).
Disfrutar de la integral de las nueve sinfonías, del tirón y de la mano de tan tremendos artífices, supone “un viaje del que uno emerge distinto, transformado”, en palabras de Mercedes Conde Pons, directora artística adjunta del Palau desde el pasado agosto. Entre la ‘Primera sinfonía’, que el compositor concluyó en 1795, hasta el compás final de la última, alega Conde, transcurren casi 30 años que implican una revolución de la forma sinfónica, tanto en el estilo como en la forma de instrumentar, y un arco dramático en la vida del personaje, que al cabo ya está completamente sordo. ¡Ah, Beethoven! El primer compositor que logró zafarse de las servidumbres de la corte, el Prometeo que supo expresar en su pentagrama el júbilo de las masas que asaltaron la Bastilla, el genio que abrió la puerta al romanticismo, el hombre que quiso al fin hablar del alma y todos sus matices, desde el amor hasta la rabia. Música despeinada para una nueva era.
Para reforzar el ‘viaje’ que propone el Palau, Mercedes Conde ha buscado un porqué para asistir a cada concierto. Veamos. Domingo, 9 de febrero: el ciclo se abre con la ‘Primera sinfonía’, que permite conocer al Beethoven más joven, aún influido por Haydn y Mozart. Lunes, 10: el genio se desmelena con la ‘Tercera’, la ‘Heroica’, la que le dedicó a Napoleón, aunque luego le arrebató el honor al enterarse de que se había autocoronado emperador de Francia. Martes, 11: la sesión incluye el archiconocido ‘toque del destino’, ta-ta-ta-taaaa, ta-ta-ta-taaaa (sol sol sol mi), de la ‘Quinta sinfonía’, un fragmento superlativo, porque así, en efecto, con esa rotundidad y urgencia, suelen llamar los hados a la puerta (a Beethoven le dejaron en el quicio una sordera irremisible). El 12 de febrero, los músicos se tomarán un merecido descanso.
Sigamos. ¿Una razón para no perderse el concierto del jueves 13? Pues la ‘Sexta’ o ‘Pastoral’, la que Wagner calificó de “alegoría de la danza” por el dominio de la estructura rítmica. Y el viernes 14, la apoteosis, el non plus ultra con la ‘Oda a la alegría’ de la ‘Novena sinfonía’, el himno a la humanidad, en las voces del coro Monteverdi, el mejor del mundo.
Se hace difícil columbrar cómo un ser humano pudo obrar ese prodigio desde el aislamiento de la sordera, componiendo desde la memoria auditiva, sin más asidero que las vibraciones opacas de una aparatosa trompetilla de cobre colocada sobre la tapa del piano. A Mozart parecía que las notas le llovían del cielo; Beethoven, en cambio, tuvo que sudarlas una a una. Su coraje, su esfuerzo en la adversidad, constituye un símbolo y una banda sonora vivificante en tiempos difíciles.
La batuta sustanciosa de 'sir' John Eliot Gardiner
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