Crisis en el Sahel

El rebrote de violencia en Mali provoca un éxodo de refugiados hacia Mauritania y tensa la ruta canaria

Más de 55.000 personas han abandonado el país y se refugian en una región ya sometida a una importante presión por la pobreza, la crisis alimentaria y la sequía. El 60% de los migrantes llegados a Canarias entre enero y febrero son malienses

Embarcaciones de pesca tradicional en el puerto de Nouadhibou.

Embarcaciones de pesca tradicional en el puerto de Nouadhibou. / MARC FERRÀ

Marc Ferrà

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El rebrote de violencia en el norte de Mali, sumado a la sequía e inseguridad alimentaria, ha producido un nuevo éxodo de personas refugiadas que cruzan la frontera mauritana en busca de un lugar seguro. Desde 2023, como mínimo, 55.000 malienses han llegado a la región fronteriza de Hodh Chargui. Este aumento provoca preocupación entre las organizaciones humanitarias, que alertan de que la zona está sometida a una importante presión por la pobreza, la crisis alimentaria y la sequía. Aunque la mayoría de malienses prefieren quedarse en esta región del interior del país, también hay otros que se dirigen a las poblaciones costeras de Nouadhibou y Nuakchott, puntos desde donde salen las embarcaciones hacia las islas Canarias. 

"En 2022 ya detectamos algunas oleadas de refugiados que llegaron a Mauritania, pero en 2023 vimos claramente un aumento tras el anuncio de la retirada de la Misión de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA) y la vuelta de los combates en Mali", explica Carole Laleve, representante adjunta de ACNUR Mauritania, en declaraciones a EL PERIÓDICO. La mayoría de los que llegan, relata, son personas que ya habían abandonado sus casas para dirigirse a otros puntos de Mali, pero que finalmente optaron por abandonar su país. Según precisa, ocho de cada diez recién llegados son mujeres o niños y la mayoría proceden de la región maliense de Tombuctú.

A unos 40 quilómetros de la frontera con Mali, se levanta el campamento de refugiados de Mbera. Miles de tiendas y construcciones levantadas sobre el suelo polvoriento sirven de cobijo para prácticamente 100.000 personas. Este campamento nació en 2012 a raíz de la guerra de Mali y actualmente está por encima de su capacidad, prevista inicialmente para 70.000 refugiados, y por este motivo ya no acoge a los recién llegados. Todos los que han cruzado la frontera estos últimos meses se establecen en diferentes pueblos, entre la comunidad mauritana de la zona, donde también reciben asistencia, según ha decidido las autoridades del país conjuntamente con ACNUR. 

Fuera del campamento de Mbera, viven, al menos, 80.000 refugiados o demandantes de asilo actualmente. "Su situación es mucho más complicada", relata Shanti Moratti, director en Mauritana de Acción Contra el Hambre. "Su nivel de vulnerabilidad es extrema, son personas que tuvieron que abandonar de repente su pueblo para salvar su vida dejando atrás todo lo que poseían, incluso su ganado, que para muchos es todo su capital económico", añade. Los malienses pueden cruzar la frontera mauritana sin problemas gracias a los acuerdos de libre circulación existentes, pero el viaje es peligroso. Moratti relata que muchos han sufrido violencias físicas y psicológicas y padecen traumas importantes. 

Inseguridad alimentaria

"Una vez en territorio mauritano se sienten seguros, que es lo primero que buscan, pero sin nada: sin techo, comida, recursos o los servicios más básicos. La primera ayuda que reciben es gracias a las poblaciones locales", explica el responsable de esta oenegé. Moratti coincide con otras organizaciones en alertar que la situación en esta región ya es de por sí difícil, el nivel de inseguridad alimentaria y de malnutrición es muy alto y con difícil acceso al agua. "En la región viven aproximadamente unas 450.000 personas, la llegada de 60.000 refugiados crea una presión muy fuerte en los recursos de la zona, es un aumento importante de la población”. 

Todo este territorio del sureste mauritano es un punto habitual de transhumancia. Los pastores mauritanos y malienses están acostumbrados a vivir entre un lado y otro de la frontera en busca de comida y agua para sus animales. Tras el estallido de las hostilidades en Mali, muchos de estos pastores de ambos países han llevado su ganado a Mauritania y todos comparten los mismos pozos y el pasto. "Supone un desafío muy importante, tienen que compartir los pocos recursos que hay y conlleva un riesgo económico para las comunidades", señala Moratti.

Ruta Canaria

"Por ahora, la gente que llega a esta región no se desplaza a otros puntos, no tienen la intención de ir más lejos, lo que quieren es poder volver a su país cuando tengan la posibilidad", explica la responsable de ACNUR. Pero estos últimos meses también están llegando malienses a otras regiones de la costa que se suman a los que ya se habían establecido. Actualmente, ACNUR tienen identificados cerca de 20.000 refugiados o demandantes de asilo en Nouadhibou y Nuakchott, aunque la cifra es mayor porque no todos se registran en las oficinas de la organización. En la capital, hay barrios enteros en los que viven y es habitual encontrarles en algunas intersecciones a la espera que alguien les ofrezca trabajo. 

El puerto de Nouadhibou, en el norte, también se ha convertido en un punto de llegada de refugiados y migrantes que buscan trabajar en el sector de la pesca, la principal actividad económica de la zona. Más al interior del país, otros buscan ganar algo de dinero en la minería. El objetivo es poder mandarlo a casa o ahorrar los más o menos 1.500 euros que las mafias exigen para poderse embarcar dirección a las Canarias. En enero y febrero, el 60% de los que han llegado al archipiélago español han sido malienses, unos 5.000 en total, según confirma ACNUR. Un viaje muy peligroso de más de 700 kilómetros en embarcaciones que no están preparadas para el mar abierto. Solo el año pasado cerca de 400 personas que salieron de las costas mauritanas murieron en el intento, según el colectivo Caminando Fronteras.  

Las claves del aumento de la inseguridad en Mali

La seguridad en Mali se ha ido deteriorando estos últimos años. La tensión escaló especialmente tras la petición del régimen militar para que la misión de cascos azules de la ONU (MINUSMA) se retirara del país después de una década sobre el terreno. Algo que encendió los recelos de los movimientos armados tuaregs de la región de Azawad, en el norte del país, que reclaman más soberanía o la independencia. "Estos movimientos se oponían a la retirada de la MINUSMA, sobre todo porque no sabían cómo se iba a reconfigurar la situación militar en el norte", explica Ivan Navarro, experto en el Sahel de la Escola de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona

Uno de los puntos críticos fue el movimiento de las fuerzas armadas malienses, junto a mercenarios rusos, de ocupar los cuarteles militares más cercanos al territorio tuareg que han ido dejando estos últimos meses la misión de las Naciones Unidas. "La primera gran consecuencia fue el reinicio del conflicto armado en el norte. A finales de 2022 ya había tensiones importantes, pero esto ha sido la gota que ha hecho colmar el vaso", señala Navarro. Hasta ese momento, el ejército prácticamente no tenía presencia en el norte y la seguridad estaba en manos de las misiones internacionales o de los mismos tuaregs.

Actualmente, el país está gobernado por una junta militar que llegó al poder a través de un golpe de Estado en 2021. Además de pedir la retirada de la ONU, mostró la puerta de salida a las tropas francesas, que llevaban en el país desde 2013. También se alió con Rusia y actualmente el Ejército maliense recibe el apoyo de los mercenarios del grupo Wagner, algo que ha redoblado la tensión con los grupos tuaregs del norte. Según Navarro, esto ha marcado una "reconfiguración" en el país, según el experto tras de una década de misiones internacionales no han logrado reducir la violencia en la zona, sino que ha aumentado.

"Hay un cansancio importante de la población y la entrada de Rusia se ha leído como un nuevo actor que quizás sí pueda ayudar a contener la violencia", señala Navarro. Desde el desembarco del Grupo Wagner en el país, varias organizaciones han denunciado ataques indiscriminados contra civiles y crimines contra la humanidad en los que han participado estos mercenarios. En 2023, las Naciones Unidas denunció que el año anterior el Ejército maliense y "combatientes extranjeros sin identificar" habían asesinado a 500 personas en la aldea de Moura, en el centro del país. 

Al conflicto ya existente hay que añadir la presencia de grupos criminales y terroristas, como el JNIM (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes), un grupo terrorista que opera en el Sahel bajo la bandera de Al Qaeda y "que están aprovechando la inestabilidad y la vuelta de la violencia en el norte para sacar partido a la situación", apunta Navarro. Estos grupos criminales, que también están implicados en el tráfico de armas o drogas y secuestro de occidentales se ha extendido a los países vecinos, como Níger o Burkina Faso. En estos últimos dos países también encontramos la presencia de la filial del Estado Islámico en el Sahel. Estos últimos años han redoblado los ataques y atentados contra población civil o el ejército.

A la inseguridad provocada por las bandas terroristas, hay que sumar la crisis climática y la sequía que provoca una mayor competencia por los recursos. Un conjunto de factores adversos ha provocado esta espiral de violencia que golpea al país y obliga a muchos malienses a irse de sus pueblos o buscar cobijo en la vecina Mauritania.

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