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EEUU denuncia la retórica “irresponsable y temeraria” de Putin pero no hace ajustes a su posición nuclear

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El edificio del Pentágono

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Idoya Noain

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Que Vladimir Putin volvería a agitar los sables nucleares ya lo anticipaba en enero William Burns, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Entonces, en un artículo en ‘Foreign Affairs, el que fue embajador en Rusia escribía: “Sería ingenuo descartar completamente los riesgos de escalada, pero sería igualmente estúpido ser intimidados sin necesidad por ellos”.

Esa filosofía es la que está dominando a la reacción, al menos pública, del gobierno de Joe Biden ante las últimas amenazas nucleares del líder ruso. No se minimizan ni se les resta importancia pero se intenta no elevarlas . Y el 13 de marzo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, se limitó a señalar que “la retórica nuclear de Rusia ha sido irresponsable y temeraria durante todo este conflicto”.

“No hemos visto ninguna razón para ajustar nuestra propia posición nuclear o ninguna indicación de que Rusia esté preparando el uso de un arma nuclear en Ucrania”, decía aquel día Jean-Pierre. Y reiteraba así un mensaje que tanto EEUU como Francia y el Reino Unido, que también tienen armamento nuclear, habían lanzado en febrero en la Conferencia de Seguridad de Múnich.

En alerta desde 2022

Es una reacción muy diferente a la que se dio en la segunda mitad de 2022. Entonces, Biden ofreció en una cena con donantes lo que en la Casa Blanca ya se conoce como “el discurso del Armagedón’. “Por primera vez desde la crisis de los misiles de Cuba tenemos una amenaza directa del uso de un arma nuclear si las cosas siguen por la senda por la que van”, dijo entonces el mandatario. “No creo que exista algo como la capacidad de usar con facilidad armas nucleares tácticas y no acabar con el Armagedón”.

Dos libros recientes de los periodistas Jim Sciutto y David Sanger han revelado detalles de por qué entonces sí se elevó públicamente el nivel de alerta: porque la preocupación en la Casa Blanca y el Pentágono era más alta de lo que se ha reconocido hasta ahora. Y el miedo, como le dijo a Sciutto una fuente, “no era hipotético, estaba basado en información”.

Agencias de inteligencia occidentales habían interceptado conversaciones sobre un posible ataque nuclear, incluyendo una en la que uno de los más altos mandos militares de Rusia discutió explícitamente la logística de detonar un arma atómica. Moscú agitaba también las acusaciones de que Ucrania podía hacer estallar una bomba sucia, algo que se identificó como una operación de “bandera falsa” del Kremlin para explotar como excusa. Y a Biden la CIA le dijo que la posibilidad de que se produjera el uso de un arma nuclear podía subir al 50% o incluso más.

La convicción era que Moscú podría detonar una de sus armas nucleares tácticas, más pequeñas que las estratégicas pero también más fáciles de mover y con capacidad para ser lanzadas desde sistemas convencionales. Habría sido la primera detonación en guerra desde el ataque a Hiroshima y Nagashaki. Y aunque EEUU “en ningún momento llegó a ver indicación del tipo de pasos que se esperaría que dieran si fueran hacia el uso de armas nucleares”, según ha dicho una de la fuentes de los periodistas, tampoco estaban seguros de que llegarían a saber si Rusia estaba moviendo armas tácticas.

El Consejo de Seguridad Nacional mantuvo reuniones entre verano y otoño para preparar planes de contingencia. El secretario de Estado, Antony Blinken, comunicó las preocupaciones de la Casa Blanca “de forma muy directa” al ministro de exteriores ruso, Serguéi Lavrov. También hablaron con sus homólogos el secretario de Defensa, el asesor de seguridad nacional y el jefe del Estado Mayor de la Defensa. Se buscó la colaboración de países aliados y no aliados, incluyendo China e India. Y Biden envió a Burns, el director de la CIA, a un encuentro en Turquía con Serguéi Narishkin, al frente del servicio exterior de seguridad ruso, el SVR. “Dejé claro que habría consecuencias. Juró que lo entendía y que Putin no pretendía usar armas nucleares”, le ha explicado ahora Burns a Sanger.

Entonces EEUU se planteó que la respuesta tendría que ser no-nuclear, pero también que debería ser contundente para no arriesgar envalentonar ni a Putin ni a cualquier otro líder autoritario con arsenal nuclear.

Riesgos y cautela

Año y medio después de aquello, ni las palabras de Putin, y menos las acciones de un líder que aplica una estrategia de “escalar para desescalar”, se toman a la ligera en Washington. Ernest Moniz, que fue secretario de energía de Barack Obama y ahora dirige la Nuclear Threat Initiative, le ha dicho a ‘The New York Times’ que “cuando los rusos acuden a agitar los sables nucleares es señal de su admisión de que aún no tienen la capacidad militar convencional que creían que tenían, pero eso significa que su posición nuclear es algo en lo que se apoyan con más y más fuerza, y eso amplifica el riesgo”.

Biden y la Casa Blanca, en cualquier caso, eluden la retórica alarmista o duelos dialécticos en abierto con el líder ruso. E incluso en febrero, cuando un congresista republicano hizo saltar las alarmas mundiales por una capacidad antisatélites nuclear que está desarrollando Rusia para desplegar en el espacio, la Casa Blanca tardó menos de 24 horas en tratar de apaciguar el frenesí. Se confirmó la información, se habló de un avance “problemático” que se tomaba “muy en serio”, pero se aseguró también que “no se trata de una capacidad que haya sido desplegada” y se subrayó que “no representa una amenaza inmediata”.

Esta misma semana EEUU presentaba en el Consejo de Seguridad de la ONU con Japón una propuesta de resolución con la que tratará de impedir la puesta en órbita alrededor de la tierra de armas nucleares o de cualquier otro tipo de destrucción masiva aunque sus perspectivas de aprobación son nulas pues Rusia, con derecho a veto, tildó la propuesta de “otro truco de propaganda de Washington”, “muy politizado” y “divorciado de la realidad”. Y Linda Thomas-Greenfield, la embajadora estadounidense ante la ONU, aseguraba ese mismo día que “EEUU está dispuesto a conversaciones bilaterales con Rusia y China sobre temas de control de armas ahora mismo, sin condiciones previas”.

Ahí está uno de los puntos más problemáticos para EEUU, especialmente después de que Putin suspendiera el año pasado unilateralmente su participación en el Nuevo START, el último tratado de control de armas que mantiene con EEUU y que el líder ruso ya ha dicho que no tiene intención de renegociar. Ese acuerdo limita el número de cabezas nucleares, misiles, bombarderos y lanzaderas de misiles nucleares estratégicos que ambos lados pueden tener. No aplica a las cerca de 2.000 armas nucleares tácticas que el Pentágono calcula que tiene Rusia, como tampoco a las que EEUU estaciona en seis bases en Bélgica, Alemania, Holanda, Italia y Turquía.

Valoración de amenazas

Según el último informe anual de la valoración de amenazas de la comunidad de inteligencia de EEUU, un documento no clasificado que se hizo público el 11 de marzo, “Rusia mantiene el arsenal de armas nucleares más grande y más diverso” y “seguirá modernizando sus capacidades nucleares”.

Ese análisis presentado por la Oficina del Director Nacional de Inteligencia (actualmente directora, Avril Heines), apunta a que ya está “expandiendo y modernizando su amplio y diverso conjunto de sistemas no estratégicos, capaces de lanzar ojivas nucleares o convencionales”, y “desarrollando misiles de largo alcance con capacidad nuclear y sistemas de lanzamiento submarinos destinados a penetrar o eludir las defensas antimisiles estadounidenses”.

La inteligencia estadounidense valora que las pérdidas de personal y equipamiento sufridas por las fuerzas militares rusas a lo largo del conflicto de Ucrania enfrentarán a Moscú a años de recuperación y reconstrucción, lo que hará a Rusia “más dependiente” de sus capacidades nucleares. Y a la vez que asegura que el Kremlin considera esas capacidades como “necesarias para mantener la disuasión y lograr sus objetivos en un posible conflicto contra EEUU y la OTAN y las ve como garante definitivo de la Federación Rusa”, valora con “casi total certeza” (uno de los niveles más altos de confianza con que se expresa la inteligencia estadounidense), que “Rusia no quiere un conflicto militar directo y mantendrá la actividad asimétrica por debajo de lo que calcula que es el límite de un conflicto militar global”.

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