CRÓNICA DESDE BERLÍN

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La antigua torre de obrservación de EEUU que corona el Teufelsberg

La antigua torre de obrservación de EEUU que corona el Teufelsberg / Gemma Casadevall

Gemma Casadevall

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Que el punto más alto de Berlín sea la montaña donde se acumularon las ruinas dejadas por los bombardeos aliados de la segunda guerra mundial dice mucho de la historia de una ciudad. El Teufelsberg, o Montaña del Diablo, tiene 120 metros de altura. Su origen son las 7.000 toneladas de escombros que a diario transportaron unos 800 camiones a ese lugar, a partir de 1950 y durante 22 años más. Nada en su apariencia actual da mayores pistas sobre ese pasado: al desescombro de la capital siguió la tarea de convertirlo en lo que es, una montaña. Se plantaron medio millón de árboles o arbustos hasta transformarlo en el bosque actual, vecino al gran pulmón forestal de 22 kilómetros cuadrados que es Grunewald.

En su cima, sobre unos 26 millones de metros cúbicos de escombros -un tercio del total de Berlín en la llamada Hora Cero alemana- hay otro legado fantasmal, esta vez a la vista y heredado de la guerra fría: la torre de observación y las cúpulas destinadas al espionaje que instaló ahí uno de los ejércitos ocupantes, el de los Estados Unidos. La montaña artificial de Teufelsberg era el punto idóneo para controlar los movimientos del enemigo, la República Democrática Alemana (RDA) o la Alemania comunista, satélite del poder soviético.

El mejor selfi sobre Berlín

Las ruinas acumuladas tras los bombardeos aliados quedaron sepultadas por el bosque. Ese habría sido también el emplazamiento de la Facultad de Técnicas Militares que planificó el Tercer Reich, parte del megaproyecto arquitectónico Germania que Adolf Hitler no logró llevar adelante. Pero ahí siguen la vieja torre de observación de dominio estadounidense y otros globos, restos de las enormes cúpulas o antena. Destartalados y coronando el Teufelsberg, como un guiño al visitante de una capital que exhibe sin pudor las cicatrices de su historia.

Cuadran con la peculiar pasión berlinesa por lo destartalado o lo anárquico, sean estructuras resquebrajadas por las guerras o simplemente patas arriba tras años en desuso. El ejército de Estados Unidos se retiró de la capital tras la reunificación alemana, en 1990, lo mismo que las restantes potencias aliadas que en 1945 derrotaron al Tercer Reich hitleriano-Francia, Reino Unido y la Unión Soviética-. El complejo destinado a espiar al enemigo, en el que llegaron a trabajar 1.500 efectivos estadounidenses y británicos, quedó desarticulado en 1992. Algunos de sus viejos aparatos siguen ahí, a la vista del visitante, entre ellos amasijos de cables roídos por el tiempo. Son un buen plató para hacerse un selfi, aunque el espacio preferencial sea sin duda la terraza superior. Desde ahí se tienen las mejores vistas sobre la ciudad y colinas vecinas, una de las cuales sirve de plataforma a parapentes y otras formas de vuelo sin motor.

La cima del Teufelsberg es un paraíso para los selfis

La cima del Teufelsberg es un paraíso para los selfis / Gemma Casadevall

Paisaje de grafitis

Durante las casi dos décadas siguientes al adiós de los espías americanos o británicos el Teufelsberg quedó a merced del visitante. La hipotética valla de protección circundante era casi una invitación a colarse por cualquier agujero. A partir de 2010 se empezó a transformar en lo que ahora es: un paisaje de grafitis obra de artistas callejeros de todo el mundo, entre escaleras y plataformas metálicas que llevan a la terraza superior, además de tenderetes ambulantes de comida donde merendar y exposiciones temporales. Es decir, sin echar a perder la estética de lo destartalado. El lugar ha conocido sucesivos proyectos de inversores privados, incluido uno mucho menos improvisado o rudimentario que el actual. Pero cayó derribado por el impacto medioambiental que habría comportado.

La visita ya no es gratuita -10 euros para los adultos, 5 para los menores de 18 años, gratis para los niños de hasta 8 años-. Una vez dentro del recinto, ahora mejor vallado, no hay otra restricción horaria que la de abandonarlo cuando anochece, salvo que haya algún espectáculo o performance puntual. La mayor atracción es la vieja torre de espionaje, pero además hay una superficie de 48.000 metros cuadrados distribuidos en cinco plantas plagadas de grafiti.

La Montaña del Diablo es un punto de peregrinaje consolidado para familias enteras, además de grafiteros y turistas más o menos dispuestos a salirse de los circuitos más socorridos. Quien ya visitó una vez la vieja torre y sus terrazas puede ahorrarse la entrada y dedicarse a pasear por el bosque que la envuelve, acercarse al lago -el Teufelssee- o a al taller-escuela de agricultura biológica, con café y bar pastelero incluido. Quien, pese a conocer el lugar, sigue disfrutando de la atracción berlinesa por el desarreglo puede subirse andando -son 30 minutos de paseo más o menos cómodo, salvo la cuesta final- desde la estación del metro de Grunewald, en bicicleta o dejando el coche en el último punto habilitado para aparcarlo, a unos 200 metros de la cima y por una carretera serpenteante.

El espectáculo arriba es cambiante. Cada visita permite contemplar nuevos grafitis, puesto que ahí siguen trabajando con sus sprays o a mano genios del arte callejero. En fines de semana con performances puntuales -como el que siguió al 8 de marzo, con los tres días del llamado Power of Female Art Festival- se puede coincidir en las alturas con hasta un millar de peregrinos, de toda edad y condición, entre grupos, familias, parejas o individuos solitarios. En días laborables se está prácticamente solo. Del formato peregrino se pasa al de ermitaño.

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