Terrorismo

El Estado Islámico se ramifica en el Sahel

La radicación del Daesh en el Sahel impulsa las migraciones internas y hacia Europa

Imagen de un yihadista armado.

Imagen de un yihadista armado. / Reuters

Isabel Durán

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La dinámica de violencia en África Occidental no permite dibujar un escenario optimista. La inestabilidad política, tras una ola de golpes de Estado, y la reducción de la presencia de fuerzas internacionales dedicadas a neutralizar la amenaza terrorista, han abierto las puertas a los yihadistas. La sombra del Estado Islámico o Daesh traspasa ahora sus bastiones tradicionales –Irak y Siria– y, en los últimos años, ha ganado fuerza en el Sahel, a apenas 800 kilómetros de Canarias. El número de combatientes en la región se ha multiplicado y han tomado el control de nuevos territorios, especialmente en las tres fronteras, donde se unen Malí, Níger y Burkina Faso. Tras perder el dominio de ese enclave estratégico, el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (Jamaat Nusrat al Islam wal Muslimin, JNIM) –afiliado a Al Qaeda– ha centrado sus esfuerzos en ocupar nuevos territorios y su retirada ha ayudado a extender una alfombra roja para el Estado Islámico en el Sahel.

La zona sufre un enjambre de atentados que, casi a diario, cercena la vida de civiles y militares locales. En octubre la actividad yihadista aumentó notablemente y se registraron 154 ataques, uno de los máximos históricos de este año, tan solo superado por el mes de junio (172). El volumen de víctimas también batió un nuevo récord, con 615 personas asesinadas por grupos islamistas, lo que supone el doble de fallecidos que el mismo mes del año anterior, según datos del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET).

Malí es uno de los puntos calientes para el Estado Islámico de la Provincia del Sahel (ISSP, por sus siglas en inglés). «Los retos a su seguridad continúan agravándose en un conflicto político donde se entrelazan grupos rebeldes, organizaciones terroristas y la autoridad central», según apunta el OIET en su análisis de la actividad yihadista en el Magreb y el Sahel. Desde el anuncio de la retirada de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (Minusma) –que a mediados de octubre comenzó a replegarse de dos de sus campamentos–, han aumentado los enfrentamientos por el control de Azawad, una enorme región desértica al norte del país. Los rebeldes llegaron a tomar las bases desocupadas por las fuerzas de paz en la ciudad de Kidal, pero el ejército maliense ha recuperado el control de la zona, eso sí, con la estrecha colaboración del Grupo Wagner, vinculado al Kremlin y que actúa en Malí contratado por el gobierno golpista.

Se estima que puede haber cerca de 3.000 combatientes islamistas en el África Occidental

Las fuerzas armadas galas fueron expulsadas de Malí y de Níger, entre otras causas, por el sentimiento anticolonialista que se ha incubado en la región; pero el Elíseo tampoco quería mantener su presencia en la zona con los mercenarios rusos actuando sin ningún tipo de control y sin rendir cuentas a nadie, convirtiéndose en los mejores aliados de las juntas militares. El Estado Islámico ha aprovechado ese espacio para tratar de conquistar territorio. Además de los ataques terroristas, han llevado a cabo numerosos robos para conseguir armamento, con lo que parte del material que Estados Unidos, Francia o Alemania envían a los gobiernos locales para luchar contra el terrorismo ha recalado en manos yihadistas.

Migraciones forzosas

Las tierras en las que ellos se instalan quedan totalmente inutilizadas y los poblados quedan abandonados. Si bien la investigadora y consultora especializada en seguridad y terrorismo en el Sahel y en Europa, Beatriz de León Cobo, asegura que la expulsión de esa población no deriva en un flujo migratorio hacia Europa: «No tienen dinero ni para moverse un kilómetro». No obstante, la situación política y la falta de seguridad en estos tres países hace que algunas personas decidan abandonar su lugar de origen y, aunque la mayoría se traslada a estados vecinos, otras sí optan por viajar hasta Europa, ya sea por la ruta canaria o por la mediterránea. 

El Estado Islámico controla muchas carreteras importantes, de hecho, han conseguido en varias ocasiones bloquear ciudades como Tombuctú durante más de un mes, lo que significa que nadie ni nada podía entrar o salir de esta ciudad maliense. «Si sumamos la pobreza, el cambio climático, la desertización, la pérdida de tierras, la violencia, el yihadismo y la falta de libertades, se generan unas condiciones de vida muy difíciles que empujan a la población a desplazarse. Pero solo los pocos que han podido ahorrar recursos son los que pueden emprender el largo viaje que supone llegar hasta el Archipiélago», explica Jesús Pérez Triana, analista de seguridad y defensa y coordinador de osintsahel.com. 

Malí, en el foco

Según datos de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex), apenas 2.500 personas han llegado a Canarias procedentes de Malí, Burkina Faso y Níger en los últimos 14 años. Si bien es cierto que cerca del 60% lo hizo entre enero de 2022 y septiembre de 2023. En España, subraya Pérez Triana, se ha hablado del «efecto atracción» de los subsidios, pero a los migrantes «no hace falta atraerlos, porque los están expulsando de sus lugares de origen».

Ataques yihadistas en Europa

Los grupos yihadistas que operan en el Sahel no tienen puesta la mirada en Europa como objetivo de sus ataques. A pesar de que están enmarcados en una red global, sus propósitos son muy locales y se centran en la conquista de territorio. Así, Pérez Triana señala que el Estado Islámico no es una amenaza directa para Canarias, pues a los campamentos del Sahel no van jóvenes desde las Islas para instruirse en el manejo de armas, como sí sucedió con chicos de los barrios de la periferia de Bélgica que se trasladaban a Afganistán o Siria para entrenarse. No obstante, el año pasado se detectaron por primera vez alusiones a Canarias en los vídeos de propaganda del Estado Islámico de la Provincia del África Occidental (SWAP, por sus siglas en inglés): «Nuestros ojos están puestos en las Islas», según reveló el Balance del terrorismo en España 2022, elaborado por el Centro Memorial Víctimas del Terrorismo.

Pocos, pero ruidosos

Es difícil determinar cuántos combatientes del Daesh se encuentran en el Sahel porque, según relata De León Cobo, hay muchos simpatizantes y poblaciones a las que no les queda otra opción que sumarse a ellos para evitar una masacre. A pesar de que es complicado trazar una línea entre los que están ideologizados y los que no, se estima que pueden ser entre 2.000 y 3.000 muyahidines. «No son muchos, pero hacen mucho ruido. Lo importante no es el número, sino el control que ejercen sobre la población y el territorio que dominan», apunta la investigadora y consultora especializada en seguridad y terrorismo. 

La merma de fuerzas internacionales y la inestabilidad política han abierto las puertas a la yihad

Comunidades enteras han optado por unirse al Estado Islámico, algunas atraídas por la imposición de la estricta ley islámica sharia y otras porque carecen de los recursos para trasladarse y reconstruir sus vidas en otro lugar. A medida que el grupo va creciendo, también lo hacen sus estructuras internas, incluidas las escuelas en las que se entrena a la próxima generación de soldados.

La combinación de pobreza y violencia que se vive en Malí, Burkina Faso y Níger es, a juicio de Pérez Triana, «una pescadilla que se muerde la cola». Este escenario crea oportunidades para que los grupos islámicos recluten nuevos combatientes, lo que, a su vez, genera más inseguridad y las condiciones de inseguridad generan más pobreza. «No es solo una cuestión ideológica, el fanatismo religioso no se ha enraizado, detrás hay explicaciones sociológicas e identitarias, así como una serie de agravios a la población local, que se siente abandonada por los políticos de la capital», sostiene el analista de seguridad y defensa.

Franquicias del Daesh

«Las provincias o ramas del Estado Islámico son una suerte de franquicias, pues son actores locales que levantan una organización y declaran lealtad a un líder lejano, con el que mantienen escasos contactos directos», señala Pérez Triana. En los últimos años se ha sucedido la generación de nuevos grupos islamistas en África Occidental, que pelean entre ellos y se fracturan. Para ganar visibilidad, se alían con la «marca» Estado Islámico y aunque lleven a cabo ataques locales, al hacerlo bajo ese paraguas global su repercusión se amplifica. De esta manera ganan notoriedad los actores locales, pero también gana el líder, que puede «poner banderitas en el mapa del Gran Sáhara».

En el Sahel opera tanto el SWAP como el ISSP. El primero, que es una escisión de Boko Haram y ahora son los que están ganando más terreno, actúa en la cuenca del lago Chad (en las fronteras entre Chad, Níger, Nigeria y Camerún) y cuenta con «medios financieros importantes», según la consultora especializada en seguridad y terrorismo, quien apunta que ese dinero procede de las comunidades, a las que les imponen un impuesto revolucionario. Por su parte, el ISSP surgió en 2016 desgajado del Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental, –ligado a Al Qaeda– y centra sus ataques y emboscadas en las tres fronteras. De León Cobo recuerda que «todos los líderes del ISSP procedían de los campos de Tinduf y todavía ahora a los jefes se les llama los saharauis».

El Estado Islámico en la Provincia del Sahel mencionó a las Islas en sus vídeos de propaganda en 2022

Estos dos grupos islamistas mantuvieron la cordialidad entre ellos, hasta que en 2019 comenzaron los enfrentamientos por dominar territorio. «Daesh es bastante más dura con la población local porque roba más, pide más niños soldados y hace masacres mayores. Suele utilizar técnicas más salvajes, probablemente porque están menos organizados y tienen menos control del territorio. Pero la realidad es que los dos grupos son terribles», destaca De León Cobo.

El fin del G5 Sahel

A pesar de que África es el continente en el que más ha crecido el Estado Islámico a lo largo de los últimos años, el G5 Sahel se está desintegrando. Esta alianza militar regional se creó en 2014 y se reforzó en 2017 con una fuerza contrainsurgente respaldada por Francia, con el objetivo de atajar la amenaza de los grupos yihadistas en la región. Sin embargo, Malí abandonó la organización en mayo de 2022, tras el golpe de Estado de Assimi Goita, acusando a Francia de interferir en su funcionamiento; y Burkina Faso y Níger, también gobernados por juntas militares, dieron el portazo hace una semana. Así, la organización está encaminada a su desaparición, según acaban de reconocer los gobiernos de Yamena y Nuakchot. 

Un portavoz del Ejecutivo chadiano, en declaraciones recogidas por la agencia Efe, señaló que «Chad y Mauritania juntos no pueden constituir una fuerza subregional». Por esto, apuntó que «pondrán en marcha todas las medidas necesarias conforme a las disposiciones del convenio que establece el G5 Sahel, especialmente en su artículo 20», el cual indica que «el G5 Sahel puede ser disuelto a petición de al menos tres miembros».

Las juntas militares burkinesa y nigerina alegaron que «la ambición legítima de nuestros países de hacer del Sahel una zona de seguridad y desarrollo se ve obstaculizada por la burocracia institucional de una época anterior, que nos convence de que nuestro proceso de independencia y dignidad no es compatible con la participación del G5 Sahel en su forma actual». En la línea que ya marcó Malí, tras comunicar su salida de la alianza, mostraron su fuerte sentimiento anticolonialista y su discurso antifrancés alegando que el organismo no había cumplido sus objetivos de seguridad y que servía a «intereses extranjeros en detrimento de los pueblos del Sahel».

Mauritania y Chad anuncian el final del G5 Sahel, alianza creada para la lucha antiyihadista

Estos tres países gobernados por juntas militares han visto en Rusia a un nuevo y fuerte aliado al que confiarle el refuerzo de su seguridad. Esta misma semana, Goita recibió en Bamako a una delegación ministerial rusa para tratar el inminente envío de expertos rusos de sectores como la defensa, la minería y la energía, de cara a reforzar la cooperación bilateral en estos campos. Según la Presidencia de Malí, la delegación rusa expresó tras el encuentro su satisfacción por la creación de la Alianza de los Estados del Sahel (AES) entre Malí, Burkina Faso y Níger, pues a su juicio es una plataforma privilegiada para luchar contra el terrorismo y promover el desarrollo económico de la región.

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