Guerra en Oriente Próximo

La odisea de una familia española evacuada de Gaza: "No sabíamos cuándo íbamos a morir"

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Baraa, Lamis y Dana junto a su madre.

Baraa, Lamis y Dana junto a su madre. / Ricard Cugat

Begoña González

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Baraa, Lamis y Dana tienen ojeras y entre los tres no suman ni 30 años. El hermano mayor, de 13 años, se sienta entre las pequeñas de ocho y seis años en el sofá de la casa de los amigos de su familia que les ha acogido nada más aterrizar en Barcelona. "Hoy por fin hemos podido dormir", afirma el joven a EL PERIÓDICO con una tenue sonrisa en su rostro visiblemente cansado. "Todavía tienen pesadillas", afirma en voz baja, una amiga de la familia. Los tres aterrizaron el jueves junto a su madre, Abir, en El Prat tras 45 días atrapados en Gaza

Abir no quiere salir en las fotos, está muy delgada y no parece la misma mujer sonriente que aparece retratada en una serie de imágenes tomadas apenas unos meses atrás que muestra su amiga, justificando su evasiva. Tampoco quiere hablar, más bien, no puede, porque el dolor que siente le impide verbalizar lo ocurrido, y pide a su hijo Baraa que lo relate por ella. Su marido ha decidido quedarse en Zeitun, el pueblo en el que residían en el norte de Gaza con sus familiares antes de regresar a Barcelona, para cuidar a los abuelos. "Nadie más podía hacerlo", explica Baraa.

Hace ocho años, se mudaron a la capital catalana para que su padre, que fue gravemente herido en una ofensiva anterior, pudiera recibir tratamiento médico en España. "Cada poco tiempo le tienen que operar. Tiene la cara quemada", explica su hijo mayor. Hasta entonces, eran niños normales, iban a un colegio en el barrio de La Sagrera, y tenían los mismos sueños y aspiraciones que cualquier niño de Barcelona. "Ahora solo puedo pensar en que mi familia que se ha quedado allí esté bien", asegura el joven. Este verano viajaron a Gaza para visitar a la familia y aprender árabe. A mediados de septiembre decidieron alargar un poco más el viaje y les sorprendió la guerra. 

"Nos cambió la cara, teníamos mucho miedo, no sabíamos cuando íbamos a morir", afirma el joven mientras sus hermanas asienten. "Algunos de mis amigos con los que estudiaba árabe en verano han muerto. Hay familias enteras que han desaparecido bajo las bombas y el colegio donde estudiaba ya no existe, lo han destruido todo", relata el chico mientras sus hermanas miran al suelo. 

Baraa, Lamis y Dana junto a su madre.

Baraa, Lamis y Dana junto a su madre. / Ricard Cugat

Sueños rotos

"Los niños palestinos no esperamos nada del mañana porque sabemos que en cualquier momento podemos morir. Solo pensamos en qué haremos hoy. Mis amigos tenían sueños que nos contábamos entre nosotros. Que si vamos a viajar aquí, que si me construiré una casa allí, y ahora están muertos", zanja. 

La vida, durante la guerra, era todos los días igual. "Durante las últimas semanas nos daban por la mañana tres dátiles, un trozo de pan y una botella de agua no potable a la que le echábamos limón porque tenía bichos. Nos tenía que durar todo el día", afirma Baraa. Al principio, hicieron acopio de sacos de arroz para prepararse para la guerra, pero con los cortes de agua ese arroz no sirvió para nada. "Nos íbamos a la cama con hambre todos los días. No podíamos dormir", afirma la pequeña, Dana. El agua la traían Baraa y sus primos cada tres días. Iban con garrafas de aceite vacías a una mezquita que tenía un pozo. Hacían colas de dos horas y emprendían varios viajes. Las horas que no pasaban encerrados refugiándose de las bombas, leían el Corán y pedían a Dios que acabara la guerra.

Periplo para salir

"Nadie estaba tranquilo, esta guerra ha sido la más fuerte que recordaban nuestros familiares", asegura. "No dejamos de pensar en nuestra familia. No podemos hablar con ellos. No hay teléfono, ni internet", afirma preocupado. "Tampoco había medicinas", rememora la más pequeña. La hermana mediana asiste a la entrevista con la mirada perdida mientras se seca alguna lágrima que se le escapa mejilla abajo. 

"Desde el primer día tuvimos claro que no podríamos salir. Con la ayuda de la embajada de España lo conseguimos, pero ante el Ejército de Israel nos puso muchas pegas", afirma. Salieron con lo puesto, en una mochila llevaban los pasaportes y andaron durante casi 10 horas para llegar a la frontera sur. Llovía, estaban empapados y no tenían ropa de recambio, pero se pudieron refugiar en casa de un amigo de la familia. Al día siguiente llegaron al punto fronterizo donde les retuvieron durante más de 11 horas mientras el Ejército israelí autorizaba su marcha. Aunque los niños sí cuentan con pasaporte español, la madre solo tiene el DNI. Finalmente lo consiguieron y desde entonces "la embajada española no nos dejó solos", explica.

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