Análisis |
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Cómo criticar a Israel sin convertirte en un antisemita

En la censura al Estado hebreo se mezclan la crítica legítima con formas antiguas y nuevas de odio a los judíos

La guerra de Gaza resucita el antisemitismo en Francia

Antisionismo y antisemitismo: qué quiere decir cada término

Guerra de Israel en directo: última hora 

Manifestacion contra el antisemitismo en Toulouse

Manifestacion contra el antisemitismo en Toulouse / REUTERS / BENOIT TESSIER

Joan Cañete Bayle

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Cada vez que el conflicto en Oriente Próximo entre israelís y palestinos se recrudece, aumentan los incidentes antisemitas, las acusaciones de antisemitismo y la alarma por la difusión de ideas y discursos que fomentan el odio contra los judíos. En Francia, el ministerio del Interior francés ha contabilizado 1.159 actos antisemitas en poco más de un mes, mientras que en el conjunto del año pasado hubo 436. En Estados Unidos, se suceden como un goteo interminable agrias polémicas y enfrentamientos en las universidades entre propalestinos y proisraelís, hasta el punto de que el auge del antisemitismo y la islamofobia en los campus es motivo de acalorados debates mediáticos y políticos. De forma paralela, en Alemania, Francia y Reino Unido se prohíben manifestaciones en favor de los palestinos o se considera un delito de enaltecimiento del terrorismo la exhibición de la bandera palestina. 

¿Es antisemita criticar a Israel, calificar de genocidio sus acciones militares en los territorios ocupados, tuitear el hashtag #FromTheRiverToTheSea, pedir un alto el fuego o calificar la ideología sionista de empresa colonialista? El debate no es sencillo, porque si bien es cierto que Israel usa el argumento del antisemitismo para intentar contrarrestar y acallar las críticas a sus políticas y acciones, también lo es que en los ataques al Estado hebreo es habitual encontrar ideas, imágenes y posiciones antisemitas que beben del odio al judaísmo que persiste desde hace siglos. Por ejemplo: en las caricaturas se usa a menudo el estereotipo del judío ultraortodoxo, de nariz ganchuda, ojos inyectados en sangre, avaricioso y retorcido; el adjetivo judío y los símbolos religiosos se utilizan de forma ofensiva o en contextos bélicos y políticos; ecos del panfleto de Los Protocolos de los Sabios de Sion resuenan en supuestos análisis de las acciones del lobby proisraelí en Estados Unidos, muy potente, pero no diferente que otros grandes grupos de presión en la política estadounidense... 

La 'hasbara'

La historia y la legislación internacional deberían ayudar a identificar y (denunciar) las posiciones antisemitas en contraposición de las críticas justificadas, pero siglos de odio contra los judíos, décadas de conflicto en Oriente Próximo, toneladas de ‘hasbara’ (palabra hebrea que se usa eufemísticamente como propaganda) y, de un tiempo a esta parte, el ruido de las redes sociales, hacen imposible un mínimo consenso. Por ejemplo, es habitual en el discurso público equiparar judío, israelí y sionista. Lo hace el propio Israel, que se califica como Estado judío y cuya creación como hogar nacional de los judíos era el objetivo de la ideología sionista que nació a finales del siglo XIX de la mano de Theodor Herzl. “El antisionismo es la forma reinventada del antisemitismo”, dijo Emmanuel Macron en julio de 2017, en un discurso en el que admitió la responsabilidad de Francia en la deportación de judíos a campos de exterminio. Sin embargo, no son tres palabras sinónimas. Hay judíos que no son sionistas ni israelís; hay israelís que no son judíos ni sionistas; y hay sionistas que no son judíos ni israelís.  

¿Es antisemita, como dice Macron, criticar las políticas e incluso la misma existencia del Estado de israelí que se propuso crear, y logró, el movimiento sionista en la Palestina del mandato británico? Negar el derecho a la autodeterminación a los judíos se considera hoy antisemita. Si embargo, hay muchos judíos que deploran la creación del Estado hebreo, ultraortodoxos y laicos, a los que en Israel suelen llamar “judíos que se odian a sí mismos”. ¿También lo es criticar los asentamientos más allá de la Línea Verde, la frontera reconocida internacionalmente de Israel? ¿O defender la creación de un Estado palestino? ¿O afirmar que el derecho a la autodefensa de Israel no incluye bombardear zonas civiles? ¿O pedir un alto al fuego en Gaza?  

Existe una definición de antisemitismo aceptada hoy en la esfera internacional, aunque no vinculante. La estableció en el 2016 la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA por sus siglas en inglés): “El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto”. 

Críticas como a cualquier otro país

La IHRA, que según se define en su web, “reúne a Gobiernos y expertos a fin de reforzar, impulsar y promover la educación, la memoria y la investigación en todo el mundo sobre el Holocausto, así como de mantener los compromisos de la Declaración de Estocolmo de 2000”, detalla una serie de ejemplos de antisemitismo, entre los que se incluyen ejemplos clásicos que beben de los Protocolos de los Sabios de Sión (acusar a los judíos de conspiración para controlar las finanzas o los medios de comunicación) y el negacionismo del Holocausto en todas sus formas.

Respecto de Israel, la IHRA dice que si bien las críticas “similares a las de cualquier otro país no pueden ser consideradas antisemitas” hay censuras y acusaciones que sí lo son. Entre estas, detalla: acusar a los ciudadanos judíos de otros países de ser más leales a Israel, o a las supuestas prioridades de los judíos en el resto del mundo, que a los intereses de sus propias naciones; negar al pueblo judío su derecho a la autodeterminación, por ejemplo, afirmando que la existencia del Estado de Israel es una empresa racista; aplicar un doble estándar exigiéndole a Israel una conducta que no se espera ni se le exige a cualquier otra nación democrática; establecer comparaciones entre la política israelí y la de los nazis, y acusar a los judíos de ser responsables colectivamente de las acciones del Estado de Israel. En el 2021, la Comisión Europea publicó junto al IHRA un manual con 35 buenas prácticas para aplicar en la UE esta definición de trabajo de antisemitismo.  

Los críticos con Israel consideran que la definición de la IHRA otorga una capa de protección al Estado hebreo a cuenta del antisemitismo. Sostienen que según como se interprete esta lista toda crítica a Israel puede tacharse de antisemita, desde los estudios de prestigiosos académicos que comparan con el Apartheid el entramado legal en los territorios ocupados hasta las peticiones de que se aplique el derecho internacional en la ofensiva en Gaza. Y se preguntan, por ejemplo, si es antisemita afirmar que el derecho a la autodeterminación del pueblo judío no debe aplicarse a costa del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino. Se responden que no. Sin embargo, en las universidades estadounidenses y la política europea y estadounidense se suele acusar de antisemita a los partidos y movimientos políticos que defienden ideas de este tipo y se extiende el fenómeno de que para defender a Israel de ataques antisemitas se criminaliza como antisemita no solo a la causa palestina entera, sino a cualquier voz solidaria o simplemente que simpatice con los palestinos. Existe, pues, el riesgo de banalización de discursos de odio y actitudes racista. Es otra de las consecuencias de este conflicto sin fin. 

El 'caso Dreyfuss' y los 'Protocolos de los sabios de Sion'

Los judíos han enfrentado prejuicios desde hace siglos –en España los sefardís fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492- pero no fue hasta finales del siglo XIX cuando fue acuñado el término antisemitismo, que en el tiempo coincide con la irrupción del sionismo, pero sobre todo con el conocido caso Dreyfuss, la acusación falsa de espionaje y traición contra un militar francés, y la publicación de 'Los protocolos de los sabios de Sion', un panfleto que apuntaba a un supuesto plan de los judíos para dominar el mundo.

El caso Dreyfuss estalló en 1894, cuando el capitán del Ejército francés Alfred Dreyfuss, un ingeniero de origen judío-alsaciano, fue acusado de alta traición y deportado a Guayana por un tribunal militar, cuando en realidad fue objeto de una conspiración que implicaba a altos mandos militares, que falsificaron pruebas para inculparlo. Pero una vez descubierto el complot, la justicia militar se negó a rectificar. El caso polarizó a la opinión pública, y a la clase política y dio lugar al famoso 'Yo acuso' del escritor Emile Zola, en el que exponía las irregularidades que rodearon la condena. Se produjeron decenas de disturbios antisemitas y Zola fue condenado por difamación. Tras una larga batalla judicial en el que quedó al descubierto toda la manipulación, Dreyfuss fue indultado. Pero el caso dividió durante años a la sociedad francesa.

Los 'Protocolos de los sabios de Sion' fueron publicados por primera vez en Rusia en 1902. El texto fue divulgado como la transcripción de unas supuestas reuniones de los «sabios de Sion», en la que estos detallan los planes de una conspiración judeo-masónica en todas las naciones de la Tierra, que tendría como fin último hacerse con el poder mundial. Pero en realidad fue un plagio de la policía secreta zarista para justificar los pogromos que sufrían los judíos en Rusia.

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