Conflicto en Oriente Próximo

Los colonos israelíes aprovechan la guerra en Gaza para expulsar a palestinos de sus tierras en Cisjordania

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Ricardo Mir de Francia

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En las paredes de la escuela de Khirbet Zanutah, una aldea de pastores palestinos del sur de Cisjordania, hay una inscripción en la pared: “18/08/25”. Es la fecha de graduación de uno de los niños, un sueño que nunca verá cumplido. Los cerca de 250 habitantes del pueblo están cargando todos sus enseres en tractores y camionetas, desde el forraje del ganado a los techos de uralita de las casas, los libros escolares o las herramientas de trabajo. Abandonan la aldea de sus padres y sus abuelos, incapaces de aguantar más la violencia de los colonos y los militares israelíes. “La última vez que vinieron, hace unos días, no ordenaron que nos marcháramos o nos matarían a todos”, dice resignado Abdulhadi Altel. El suyo no es un caso aislado. Mientras el mundo mira a Gaza, centenares de palestinos están siendo expulsados de sus tierras en Cisjordania a punta de pistola, una campaña de limpieza étnica de dimensiones insólitas desde 1967.

Por la orografía pedregosa de la aldea, rodeada por un asentamiento judío y una zona industrial también de los colonos, todavía se ven las huellas de los último ataques. Depósitos de agua reventados, ventanas arrancadas y casas desvalijadas con todo tirado por el suelo. “Normalmente nos hostigaban en los campos, tirándonos piedras para que no pudiéramos pastar y asustando al ganado con drones”, dice uno de los miembros de la familia Altel. Pero las cosas cambiaron a partir del 7 de octubre, cuando comenzó la guerra en Gaza tras el ataque masivo de Hamás sobre el sur de Israel. “Empezaron a entrar en el pueblo, normalmente por las noches. Te apuntan con los rifles, golpean a la gente con las culatas, destruyen la propiedad y nos amenazan para nos vayamos porque quieren quedarse con la tierra”, relatan varios hombres impotentes frente a la pared de hormigón desnudo de una casa. 

Hace cinco días les dieron un ultimátum. “Apuntaron a mi padre con un rifle en la cabeza y le dijeron: ‘Os marcháis u os matamos”.

Aldeas financiadas con fondos europeos

Irónicamente, de lo poco que quedará en pie cuando el último tractor haya cargado a las últimas ovejas será la escuela de la aldea, financiada con fondos europeos y de la Cooperación Española. “Ayuda humanitaria para los palestinos en peligro de transferencia forzosa”, dice una placa en la pared. Ese peligro ha pasado a ser una realidad sin que España o Bruselas muevan un dedo. Y eso que están puntualmente informados. “El terrorismo de los colonos en Cisjordania ha provocado un elevado número de muertes de civiles mientras comunidades palestinas están siendo desplazadas a la fuerza de sus hogares”, dijo esta semana el portavoz de Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea.

Solo desde el 7 de octubre, 13 comunidades rurales palestinas han sido completamente vaciadas de su población, cerca de 850 personas, según la oenegé israelí B’tselem. La situación es tan alarmante que una treintena de organizaciones israelíes de derechos humanos publicaron esta misma semana una carta llamando a la comunidad internacional a actuar de forma urgente para detener de “la oleada de violencia de los colonos, respaldada por el Estado, que está provocando las transferencia forzosa de las comunidades palestinas de Cisjordania”. 

¿Una nueva Nakba?

No solo está sucediendo en el sur de Hebrón, donde se encuentra la aldea de Zanutah. También en la periferia de Jerusalén Oriental, Belén, Ramala o el fértil valle del Jordán. Nada de esto es nuevo, en realidad. De acuerdo con un informe de Naciones Unidas, entre enero de 2022 y septiembre de 2023, 1.400 palestinos fueron expulsados de sus tierras y comunidades rurales. Lo que ha cambiado en las últimas semanas es la rapidez con que se está produciendo, así como el grado de violencia extrema empleada por los colonos, con casas incendiadas, asesinatos, palizas y pogromos. “Los colonos están utilizando este momento de distracción para poner en práctica sus intenciones y objetivos: vaciar todo el Área C de palestinos para que sea imposible levantar un Estado palestino. Es la Nakba de 2023”, asegura Yehuda Shaul, un veterano activista judío de los derechos humanos, cofundador de Rompiendo el Silencio y el Centro Israelí de Asuntos Públicos (OFEK).

La Nakba o catástrofe es cómo llaman los palestinos a la campaña de limpieza étnica perpetrada por las milicias sionistas desde 1947 hasta 1949 en la Palestina histórica, saldada con la expulsión de 750.000 palestinos de sus pueblos y ciudades, un acontecimiento profusamente documentado por los historiadores revisionistas israelíes. Y el Área C es una de las tres zonas en las que está dividida la Cisjordania ocupada desde los Acuerdos de Oslo. Abarca nada menos que el 60% de su territorio, todo él bajo control administrativo del Ejército israelí. 

La otra novedad de las últimas semanas es que se ha vuelto muy difícil para los palestinos distinguir entre colonos y militares. Históricamente, los soldados se limitaban generalmente a proteger a los primeros en sus fechorías, escoltándoles para asegurarse de que no les pasaba nada. Pero desde el inicio de esta guerra, esa división se ha difuminado. “Los soldado que protegían los asentamiento están en Gaza, de modo que el Ejército ha tenido que movilizar a las unidades civiles de intervención rápida de las colonias, que estaban en la reserva, para ponerlas al frente de sus brigadas en Cisjordania”, explica Shaul. “Eso ha hecho que tengamos ahora a los colonos de la zona plenamente armados, con uniforme militar y dirigidos por sus propios comandantes”. Si a eso se le añade que varios colonos de la extrema derecha mesiánica, la ideología que nutre a la vanguardia más activa del movimiento, son ministros en el Gobierno de Netanyahu, se puede entender por qué está pasando lo que está pasando. O la total impunidad con que sucede.

Hasta las últimas consecuencias

A unos pocos kilómetros de Zanutah, está la aldea de Susia, también palestina y con una historia de terror similar. Después de años de acoso y ataques, el pasado 16 de octubre un grupo de colonos llegó con excavadoras y bloqueó las entradas y salidas del pueblo con grandes pedruscos. “Tiraron abajo las cisternas de agua e hicieron trizas las viñas. Luego entraron en las casas apuntando con los rifes a los niños y las mujeres y nos dieron un ultimátum: 24 horas para marcharnos”, explica Naser Nawaaja, uno de sus vecinos, con una larga trayectoria como activista. 

Pero a diferencia de Zanutah, sus habitantes han decidido que no se van a marchar. Pase lo que pase y hasta las últimas consecuencias. “El 80% de las instalaciones en toda esta zona se financiaron con fondos europeos. Si nos dieron las donaciones es porque querían salvar a los que vivimos aquí. ¿O estoy equivocado?”, pregunta Nawaaja. Ese momento ha llegado. No les queda mucho tiempo. 

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