Crisis en Oriente Próximo

La pervivencia del régimen de Asad permite a Irán ser actor clave en el conflicto árabe-israelí

La guerra entre Israel y Hamás, en directo

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Irán e Israel, cuatro décadas de guerra encubierta

Relaciones Irán Siria

Relaciones Irán Siria / SANA

Marc Marginedas

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Corrían los primeros días de la ofensiva militar de Israel contra la milicia libanesa de Hizbulá en el verano de 2006. Y aunque el propio interesado muy probablemente ni siquiera estaba al tanto de ello, un invisible cordón umbilical unía con Teherán a aquel joven menudo en motocicleta, a todas luces un chivato a sueldo del grupo paramilitar chíí, que de inmediato salió al paso a un reportero europeo que se adentraba en el barrio beirutí de Haret Hreik, controlado por las huestes lideradas por el jeque Hasán Nasrala, para comprobar in situ los efectos del último bombardeo israelí. Un incorpóreo vínculo que atravesaba entonces -y sigue atravesando- la cordillera del Líbano, el valle de la Bekaa y la franja montañosa fronteriza con Siria, para adentrarse después en el desierto sirio y las llanuras mesopotámicas franqueadas por los legendarios ríos Eufrates y Tigris, antes de hacer su entrada finalmente en el país persa.

Casi 1.500 kilómetros separan la capital iraní de las costas mediterráneas del Líbano, una distancia que a priori podría parecer insalvable para que una potencia media como Irán pueda proyectar allí su influencia. Sin embargo, el país de los ayatolás, gracias a la existencia de gobiernos, regímenes y milicias afines en ese territorio intermedio, puede seguir ejerciendo el ansiado papel de jugador clave en el conflicto árabe-israelí, enviando sin excesivas contrariedades armas, dinero, apoyo logístico y expertos militares a sus dos apoderados en la zona, la mencionada Hizbulá y el grupo paramilitar palestino Hamás. El objetivo de todo ello: poder presentarse como el campeón del mundo musulmán en la pugna contra el Estado hebreo. Y la pieza clave de esta alianza, bautizada por los académicos como el Eje de la Resistencia, es sin duda el régimen de Bashar al Asad, en cuya permanencia en el poder ha empeñado Teherán en los últimos años no solo ingentes recursos económicos, sino también grandes dosis crédito político. Los cientos de miles de muertos y los millones de desplazados y refugiados provocados por su aliado sirio durante la sangrienta guerra civil de aquel país le han alienado ad aeternum ante el grueso de la población local, de mayoría suní.

"Irán cuenta con 38 bases militares en Siria, y Maher al Asad (hermano menor del presidente sirio) las dirige", recuerda a EL PERIODICO Mohamed Otri, destacado miembro de la oposición siria en el exilio. Nada más conocerse la incursión militar de Hamás en el sur de Israel, el movimiento rebelde sirio emitió un comunicado en el que, a la vez que denunciaba los "crímenes cometidos" por el Estado hebreo, criticaba duramente las acciones de Hamás, rechazando que no consultara "con la Autoridad Nacional Palestina legítima ni con los países árabes que han apoyado al pueblo palestino durante 76 años" y condenando sin paliativos que alinee sus acciones "con aliados que tienen las mismas inclinaciones políticas y rechazan al otro", en una nada velada alusión al régimen iraní.

Así las cosas, no es de extrañar que una de las primeras oleadas de bombardeos israelís en esta nueva guerra que sacude Oriente Próximo haya sido precisamente contra infraestructuras en territorio sirio, a priori lejos de la depauperada franja de Gaza. Los ataques se concentraron el jueves en los aeropuertos de Damasco y Alepo, dejando a ambos aeródromos temporalmente fuera de servicio. Fuentes del Ejército israelí se limitaron a justificar la acción asegurando precisamente que no querían que Irán se implantara cerca de su territorio. Desde el exilio, y enfatizando la voluntad de la oposición siria de vivir en paz "sin el régimen criminal de Asad y sin Teherán y sus milicias criminales", Otri denunció sin ambages cómo "Irán, Hizbulá y el régimen criminal sirio están manipulando a los civiles de Gaza", al tiempo que condenó la "transferencia de armas" por estos actores a Gaza.

Alianzas etéreas

En Oriente Próximo, una zona del mundo de alianzas volátiles y gaseosas, la proximidad entre Damasco y Teherán ha resultado longeva y efectiva. Según escribe Jubin Goodarzi, profesor de Relaciones Internaciones en la universidad Webster de Ginebra, esta se remonta "a 1979", convirtiéndose Siria en el primer país árabe y el tercero en el mundo después de la URSS y Pakistán en reconocer a la República Islámica del ayatolá Jomeini tras el derrocamiento del sha de Persia Mohamed Reza Palevi. Está basada en el pragmatismo y los intereses compartidos, más que en la ideología, dado que implica a dos regímenes con postulados políticos muy dispares: por un lado, el panarabismo laico del régimen de Asad, y por otro, la teocracia iraní. Entre los éxitos históricos de su longeva colaboración, describe el académico, se halla "haber impedido que Sadam Husein" en Irak se convirtiera "en la fuerza predominante en Oriente Próximo" y también haber saboteado "las tentativas de Israel de colocar al Líbano en su órbita", forzándole incluso en el año 2000 a retirar a sus tropas de la mitad del territorio libanés que ocupaba.

El advenimiento de la primavera árabe y los deseos de los ciudadanos sirios de democratizar su país han supuesto la más dura prueba para el denominado Eje de la Resistencia, llegando a verse amenazada incluso su propia continuidad. "Desde el inicio de la revolución siria, Hizbulá se alineó con Bashar al Asad, evolucionando desde la oferta de apoyo político y solidaridad a convertirse en uno de los bandos en liza", escribe Benedetta Berti, especialista en grupos armados en Oriente Próximo y profesora en IES Brussels y College of Europe. Como consecuencia de dicha participación, la milicia chií mantiene entre 3.000 y 4.000 combatientes en suelo sirio, valora la académica, lo que también ha generado "presiones financieras" al grupo.

Mucha sangre se ha derramado en Siria, y habida cuenta la imposible reconciliación entre Hizbulá, Irán, por un lado, y las masas de opositores sirios que respaldaron la revolución democrática contra Bashar al Asad hace más de una década, un derrumbamiento del régimen sirio y la llegada a Damasco de un nuevo poder político que a buen seguro establecería una política de alianzas internacionales muy diferente tendría un efecto devastador, tanto para la milicia chií libanesa como para el régimen de los ayatolás. Hizbulá "perdería su estatus y su poder en el Líbano, empoderando a la oposición nacional e incluso impactando incluso en sus relaciones con la comunidad chií libanesa", sostiene Berti. Si ello sucede, adelanta Goodarzi, "Irán no solo perdería a su principal aliado árabe, sino también a su capacidad de proveer apoyo a Hizbulá; su influencia en el Líbano y en el conflicto árabe israelí se reduciría de forma severa".