Drama humanitario

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Los refugiados de Alto Karabaj llegan a Kornidzor

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Ricardo Mir de Francia

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Es tentador dar por finiquitado un conflicto. Particularmente uno de los "conflictos congelados" que envenenan la vida en el Cáucaso desde hace décadas a causa de la disputa étnico-territorial que mantienen Armenia y Azerbaiyán por el Alto Karabaj, el enclave secesionista armenio en territorio soberano de Azerbaiyán. Poco más que una mota en el mapa, equivalente en superficie al área metropolitana de Barcelona, pero con tal valor estratégico, histórico y sentimental que ha dado pie a tres guerras, decenas de miles de muertos y un sinfín de iniciativas diplomáticas fallidas desde que ambos países recobraran su independencia tras el colapso de la Unión Soviética. Ahora la fuerza de Bakú ha hecho el resto. Los armenios del Karabaj se han rendido, una capitulación que ha dinamitado los equilibrios en la región y ha puesto en marcha lo que parece ser el principio del fin a siglos de presencia armenia en el enclave. 

Desde que Azerbaiyán violara el alto el fuego el pasado 19 de septiembre, cuando lanzó una guerra relámpago para tomar el control del Karabaj tras 10 meses de bloqueo genocida sobre su población, la centrifugadora de la historia opera a pleno rendimiento. Apenas 24 horas después, las autoridades de Artsaj --el nombre armenio del que ha sido un Estado de facto desde 1991-- depusieron las armas y aceptaron los términos del alto el fuego de Bakú. Esencialmente el desarme de sus fuerzas armadas, el desmantelamiento de sus instituciones paraestatales y la plena "reintegración" del territorio bajo la soberanía azerbaiyana. Una capitulación en toda regla llamada a culminar el próximo 1 de enero, el plazo límite aceptado por los armenios del enclave para disolver sus instituciones. 

"El problema del Karabaj ha quedado resuelto para Azerbaiyán. No habrá más un Estado de facto dentro de sus fronteras, con su propio ejército y estructuras políticas", afirma la investigadora de la Universidad Libre de Bruselas Anita Khachaturova, que está completando un doctorado sobre el Alto Karabaj. "Pero eso no significa que el conflicto se haya acabado porque es más amplio que eso". De momento el terror está marcando los tiempos. Convencidos de que Azerbaiyán busca la limpieza étnica de la región, una tesis reforzada por la retórica de Bakú, su destrucción sistemática del patrimonio armenio o varios episodios de este crimen de lesa humanidad en el pasado, más de 100.000 karabajíes han huido ya a Armenia. O dicho de otra forma, más del 80% de los 120.000 habitantes del Karabaj.

Lágrimas por Artsaj

Generalmente con lo puesto y en condiciones de extrema precariedad, un trauma colectivo que se superpone al recuerdo del genocidio sufrido a manos de los turcos hace un siglo. Antes de marchase, algunos armenios quemaron parte de sus vidas para negarle los despojos al enemigo. Otros pintaron frases de adiós en las fachadas o grabaron vídeos de despedida entre lágrimas. "Hoy es el día más difícil de mi vida. Adiós, patria mía, perdóname. Oigo el llanto en el cementerio. No quiero abandonarte, quiero respirar tu aire. Cuánto dolor has visto", afirmaba una mujer en un vídeo colgado en la red social X a modo de despedida de Chartar, un pueblo cercano a la capital, Stepanakert. El primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, ha dicho que en unos días no quedarán armenios en el Alto Karabaj. 

"El éxodo actual no tiene precedentes. Ni siquiera bajo los imperios persa y ruso, cuando la región mantuvo cierto grado de autonomía", asegura el exdiputado armenio Tevan Pogoshyan, que define al Alto Karabaj como "la cuna de la nación armenia, donde se fundó la primera escuela para el estudio de su lengua". Bakú ha ofrecido una amnistía parcial que excluye a aquellos que cometieron "crímenes de guerra" durante la primera guerra del Karabaj (1988-1994) y ha comenzado a arrestar a prominentes líderes políticos y militares de Artsaj. "La gente huye porque no se fía. El servicio militar era obligatorio y toda la población ha defendido en un momento u otro su tierra", dice Levón Grigorian, un abogado español originario del Karabaj.

Abandonados por todos

La ofensiva de Bakú para tratar de someter a los secesionistas de una vez por todas no ha sorprendido a nadie, dada su arrolladora victoria en la guerra del 2020, pero sí lo ha hecho la rapidez con que se ha consumado. "Artsaj estaba mal armado y Armenia no podía intervenir por los compromisos que adquirió en el armisticio de hace tres años. Básicamente se quedaron solos", asegura Styopa Safaryan, fundador de un laboratorio de ideas geopolítico en Ereván y exdiputado armenio.

Las tropas de paz rusas no movieron un dedo, pese a ser las encargadas de garantizar la estabilidad en la región. Tampoco lo hicieron EEUU o la Unión Europea. Ni siquiera Irán, aliado tradicional de Ereván, país al que viajó días antes el ministro de Defensa ruso para pedirle que se quedara al margen. "El estatus quo en la región está cambiando y la posibilidad de que las tropas rusas se acaben retirando de la región podría explicar por qué nadie hizo nada para detener a Azerbaiyán", sostiene Safaryan.

Amenaza de intervención rusa

De algún modo, la suerte del Karabaj estaba echada desde que la pasada primavera el primer ministro armenio reconociera la soberanía azerbaiyana sobre el enclave, una postura que le ha valido las acusaciones de "traición" por parte de sus compatriotas, escenificada en los últimos días con protestas masivas en Ereván. No es el único problema que afronta el proocidental Pashinyan. Sus medidas para ratificar el Estatuto de Roma, la posible salida de su país del tratado de seguridad colectiva liderado por Moscú y sus críticas al Kremlin, han puesto la relación de ambos países al borde de la ruptura. "Moscú ha tomado la decisión de derrocar al Gobierno de Pashinyan. No quieren anexionarse Armenia, pero sí coartar nuestra independencia", afirma Safaryan. "Tienen una base militar en nuestro territorio, de modo que no podemos descartar una intervención". 

Al nubarrón ruso en el horizonte, hay que sumarle los planes aireados por Bakú y Ankara para abrir un corredor extraterritorial a través de Armenia que comunique la región occidental de Najicheván con el resto de Azerbaiyán. Para los iranís es una línea roja, pero pocos se atreven a obviarla, dada la beligerancia de las dos capitales túrquicas. El otro gran problema inminente es la suerte de los refugiados armenios después de sufrir su particular Nakba, nuevamente abandonados por el mundo cuando más ayuda necesitaban. "El antagonismo entre las partes ha ganado nuevos enteros", dice Khachaturova. "Habrá más de 100.000 refugiados del Karabaj que están traumatizados y que posiblemente serán un factor de desestabilización en Armenia. La dipomacia va a tener que moverse rápido si no quiere que la situación empeore todavía más", concluye la investigadora.  

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