Un año de guerra en Europa

La transformación de Volodímir Zelenski: el cómico que revalorizó la idea de Europa

MULTIMEDIA | Un año de guerra: así ha afectado la invasión a Ucrania, Rusia, España y el mundo

El hoy presidente de Ucrania se hizo popular en su país con su papel en 'Servidor del pueblo', una serie profética que le catapultó a la jefatura del Estado

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, durante una rueda de prensa en Bruselas, el pasado 9 de febrero.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, durante una rueda de prensa en Bruselas, el pasado 9 de febrero. / OLIVIER HOSLET / EFE

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

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El discurso más importante en la carrera política de Volodímir Zelenski fue también el más corto. Tan solo 32 segundos, grabados con un móvil frente a un edificio gubernamental en Kiev, unas 38 horas después de que los tanques rusos cruzaran la frontera ucraniana con la intención de aplastar para siempre la identidad ucraniana e integrar al país en lo que Vladímir Putin llama los "territorios históricos" de Rusia. Por entonces nada se sabía del presidente ni de los altos cargos de su Gobierno. Corría el rumor de que habían huido del país y los disparos de los comandos rusos retumbaban al otro lado de los muros del palacio presidencial. "Buenas noches a todos. El líder del partido está aquí; el jefe de la administración presidencial está aquí; el primer ministro Shmyhal está aquí...", dijo Zelenski sin floritura alguna.

Así empezó aquella breve letanía, reconfortante como una nana por su simplicidad y sus aliteraciones, palabras que los ucranianos convertirían después en un loop para hacer memes y canciones de rap y techno. "Estamos todos aquí para proteger nuestra independencia y nuestro país, y vamos a seguir haciéndolo. Gloria a los defensores de Ucrania", dijo aquel 25 de febrero para reasegurar a su pueblo cuando todo parecía estar a punto de desmoronarse. Solo unas horas antes varios países se habían ofrecido a sacarle del país para que pudiera formar un gobierno en el exilio, posiblemente desde Polonia. Tampoco los estadounidenses olvidarían su respuesta. "Necesito munición, no un viaje", les dijo para zanjar la discusión.

Con aquellos dos gestos comenzó a gestarse el mito de Zelenski, el mismo hombre que solo unos años antes había ganado la versión ucraniana de Bailando con las estrellas, que había hecho reír en la caja tonta aparentando que tocaba el piano con el miembro y que se había convertido en uno de los cómicos más famosos del país como protagonista de Servidor del pueblo, la profética serie que le catapultaría hasta la presidencia. Hasta entonces nadie lo tuvo demasiado claro. En gran medida, le habían elegido por ser un sonoro corte de mangas contra el corrupto sistema oligárquico que había atrofiado las aspiraciones de los ucranianos desde el derrumbe de la Unión Soviética.

Rostro de la resistencia ucraniana

Convertido hoy en el rostro global de la resistencia ucraniana y comparado por sus apologistas con el mismísimo Churchill, su increíble historia comenzó hace 47 años en Krivyi Rih, una ciudad industrial del centro de Ucrania. Hijo de un matemático y una ingeniera y nieto de un oficial del Ejército Rojo que combatió contra los nazis, Zelenski se crio en una familia soviética con el ruso como lengua materna. Una familia también judía, como la de su primer ministro, lo que hace de la pretendida "desnazificación" de Putin otra de sus bromas criminales. Pero más que ir a la sinagoga, leyó a Bulgakov y a Solzhenitsyn y escuchó a los Beatles en sus ratos libres, según contaría una de sus amigas de la infancia.

En Kiev se graduó en Derecho, pero lo que realmente le interesaba es el show business. Con 19 años se estrenó en un concurso de humor muy popular en el espacio postsoviético y poco después fundó su propia productora de televisión. Durante años escribió, produjo y actuó en películas, series y programas de televisión. Y así hasta 2015, cuando estrenó Servidor del pueblo, la serie en la que interpreta a un profesor de instituto que acaba de carambola convertido en presidente después de hacerse viral con una diatriba contra la corrupción.

Tras cuatro años en antena, su personaje se hizo tan famoso que Zelenski decidió ensayar en la vida real el guion de la pantalla, una proposición tan descabellada que como eslogan de campaña tuvo que poner: "No estoy bromeando". Porque eso es lo que pensaban muchos. Su experiencia en política era nula. Su bagaje militar para liderar un país en guerra, inexistente. Ni participó en la Revolución Naranja (2004-05) ni en el Maidan (2014), la revuelta que acabó con el último presidente prorruso y llevó a Putin a tomar Crimea y prender fuego al Donbás. Por no hacer, no hizo ni la mili obligatoria.

Negociar con Putin

Pero el país estaba harto de sus élites y su discurso desenfadado y antiestablishment caló, junto a sus promesas para luchar contra la corrupción y negociar con Putin una paz en el Donbás. En 2019 fue elegido con el 73% de los votos, más que ningún otro presidente desde la independencia en 1991. Desde fuera, muchos pensaron que otro Donald Trump, otro Beppe Grillo acababa de desembarcar en las fronteras de Europa. Y sin una ideología definida ni la claridad moral que ha demostrado desde el inicio de la guerra, Zelenski se rodeó de bloggeros, periodistas y gente de la industria del entretenimiento para dirigir el país. "Iba siempre dos o tres pasos por detrás de los acontecimientos", diría uno de sus asesores.

Tampoco su postura frente a Rusia era ni de lejos la que es hoy. No solo quería negociar con el presidente ruso, sino que su Gobierno llegó a aprobar un plan para celebrar un plebiscito en las zonas ocupadas por los separatistas prorrusos del Donbás con la intención de otorgarles un estatus especial. Un plan que tuvo que archivar después de que miles de ucranianos se echaran a la calle previendo que se disponía a desgajar el país. Solo dos meses antes de la invasión, su índice de aprobación no llegaba al 30%.

Y entonces comenzó la guerra y un nuevo líder comenzó a emerger. El país cerró filas y el respaldo a su presidente se disparó. En parte porque Zelenski ha sabido delegar en sus militares el curso de la guerra, al tiempo que se dedicaba a lo que mejor sabe hacer: explicar la causa ucraniana, recabar apoyos y hacerle comprender a Europa que esta guerra es también suya desde que Putin comenzara a cambiar las fronteras de un país del continente a cañonazos. Una Europa que también ha revalorizado con el anhelo ucraniano de ser parte de ella, sacrificando por el camino hasta la última gota de sangre. Son muchos lo que creen que ha hecho más por reverdecer el marchito espíritu europeo que todas las cumbres comunitarias juntas.

Y nada de eso quita que algunos ucranianos nunca le van a perdonar que minimizara el riesgo de invasión en las semanas previas al inicio de la contienda para no hundir la economía ni propagar el pánico, como le contó el pasado verano al Washington Post. Algo que tampoco harán otros europeos, convencidos de que insistió tanto en culpar a Rusia del misil caído en suelo polaco --que no lo era-- para arrastrar a la OTAN al barro ucraniano. Al fin y al cabo Zelinski es humano, por más que esta guerra le haya elevado a la estratosfera.