Guerra de Ucrania

Noches de insomnio y muerte en Zaporiyia

Los bombardeos rusos sobre la ciudad se han recrudecido desde la anexión y han dejado casi 80 muertos en las últimas dos semanas

Quince personas murieron después de que un misil ruso impactara en unos apartamentos de Zaporiyia el 9 de octubre.

Quince personas murieron después de que un misil ruso impactara en unos apartamentos de Zaporiyia el 9 de octubre. / RICARDO MIR DE FRANCIA

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

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Como hicieron las ciudades británicas durante el Blitz, la frustrada campaña de bombardeos aéreos lanzada por Hitler para tratar de someter al Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, sus pares ucranianas han apagado también la luz. Lo hicieron a comienzos de la invasión y lo han vuelto a hacer ahora. Al caer la noche no se enciende el alumbrado público. Las calles se vacían y se camina a tientas, entre las sombras de los pocos coches que circulan y el parpadeo de los semáforos. La intención confesa de las autoridades ya no pasa por entorpecer la visibilidad de la aviación rusa, una de las grandes desaparecidas de esta guerra, sino en ahorrar energía ante el invierno de estalactitas que hiela su horizonte. Con luz o sin luz, hay una ciudad que no dormirá, una ciudad donde la noche no trae más que muerte, insomnio y destrucción.

Zaporiyia es en la mitología ucraniana la patria de los cosacos, el germen de una independencia que aquellos guerreros eslavos no llegaron a ver y que el país que los convirtió en piedra fundacional de su relato se bate ahora por preservar. Desde hace dos semanas los misiles rusos y sus drones kamikaze de fabricación iraní caen diariamente sobre esta ciudad bajo control ucraniano del sur del país. Una urbe de 720.000 habitantes en tiempos de paz que es como un dinamo gigantesco.

No solo alberga la mayor central nuclear de Europa, sino también la mayor hidroeléctrica del río Dniéper, el cuarto más más largo del continente. De ahí que no solo sea una plaza estratégica valiosísima; es también un Armagedón en potencia. Volar el cemento armado de la hidroeléctrica sepultaría bajo el agua la ciudad y las tierras bajas que se abren al sur, mientras que despertar al genio de la central, como ha estado a punto de suceder en más de una ocasión desde el inicio de la guerra, haría de Chernóbil y Fukushima algo parecido a una sesión de rayos X pasada de vueltas. 

Todo esto ayudaría a comprender por qué sus habitantes no duermen, sino fuera porque sus preocupaciones son más epidérmicas e inmediatas. “He empezado a tomar medicación para dormir por las noches, pero no me está sirviendo de nada”, dice Serafina Reikova, una anestesióloga de 26 años. “Tengo taquicardias, empiezo a sudar y, tarde o temprano, llegan los ataques de pánico. Me digo que es algo pasajero, pero mi cuerpo no reacciona”. Hace ahora una semana, alrededor de las dos de la mañana, un misil ruso reventó el bloque de apartamentos donde vivía. La bola de fuego se coló por los pasillos y acabó derrumbando nueve pisos de un ala entera del edificio. Quince personas murieron. 

Escalada militar tras la anexión

“Este es un barrio de clase media-baja. No hay infraestructuras. No puedo entender cuál era el objetivo. O los rusos han perdido la cabeza o es que no son humanos”, dice Reikova mientras mete en una furgoneta lo que se ha salvado de la quema, como el horno, la nevera o una bolsa con ropa. Zaporiyia no es Grozni, ni Mariúpol ni Aleppo. Tampoco es el Beirut o la Gaza de los israelíes. La ciudad está en gran medida intacta tras casi ocho meses de guerra, pero desde que concluyeran los “referendos” a punta de pistola en las regiones ocupadas y el Kremlin anunciara la anexión de Zaporiyia, Jersón y el Donbás, llueven los misiles regularmente sobre distintos puntos de la ciudad. (Antes era más esporádico.) Desde entonces 79 personas han muerto y 200 han resultado heridas, según el servicio de emergencias local. 

El frente sur está a apenas 50 kilómetros y, aunque Ucrania sigue recuperando territorio, las fuerzas rusas controlan cerca del 70% de la provincia. “Rusia está tratando de propagar el pánico, pero también busca que la población prorrusa de la ciudad, que todavía existe, salga a la calle a demandar que Ucrania abandone la ciudad para que se acabe la violencia”, afirma Taras Tyshchenko, médico y miembro del Consejo de Emergencia de Zaporiya, un órgano cívico-militar. “Desde la lógica rusa es el próximo paso a la anexión. Tratan de que los patriotas ucranianos se marchen para poderla conquistar completamente. Lo que no han entendido es que, a estas alturas, la gente que se ha quedado es para luchar hasta el final”. 

Sin temor a una conquista

El urbanismo de Zaporiyia es como un libro abierto. Al igual que sucede en Odesa (suroeste) o en Dnipro (centro), la ciudad ya no teme ser conquistada. Al menos, a corto plazo. Aunque se mantienen los puestos de control militar en las carreteras y algunos cruces, han desaparecido los parapetos, los erizos metálicos y las fortificaciones que esperaban en los primeros meses de la guerra al invasor. La iniciativa está del lado ucraniano. El miedo se deriva de la arbitrariedad de los bombardeos que, si bien están golpeando algunas infraestructuras y puntos de interés militar, muchos de ellos son crímenes de guerra palmarios contra la población civil. Desde edificios residenciales a aparcamientos públicos.

En otros casos parece simplemente que los tan cacareados misiles de precisión del Kremlin son cualquier cosa menos precisos. El pasado 6 de octubre un misil mató a 17 personas en un edificio de apartamentos caros del centro de Zaporiyia, un edificio que está situado a apenas 200 metros de un cuartel militar. En Dnipro pasó algo parecido. Otro misil devastó un mercado que llevaba meses cerrado matando a un guarda de seguridad. Ese mismo mercado está a menos de 30 metros de una de las sedes de la seguridad nacional y otra de la policía.

Segunda ola migratoria

Nada de eso importa a una población que está siendo severamente diezmada por un terror cotidiano que ha puesto en marcha una segunda ola migratoria, después de la desatada al inicio de la guerra, según reconoce Tyshchenko.

Lourdes Harchenko es una de las que está haciendo las maletas. Habla algo de español tras pasar un tiempo en Castellón hace años. Es nadadora y estudia medicina. Tiene solo 20 años. El ataque contra el edificio residencial del centro la dejó sorda durante media hora. Vivía muy cerca. Se escondió con su madre en el baño y luego vio por las ventanas como cuatro personas ardían y otras volvían desnudas y completamente ensangrentadas a recoger enseres de sus casas.

Desde entonces cada ruido que oye le sobresalta. No puede dormir por las noches. Ni ansiolíticos ni somníferos han logrado devolverle el sueño profundo de antes. Y ahora bebe para dormir. “Aquí lo teníamos todo: dos casas, dos coches... pero solo tenemos una vida y nos da demasiado miedo seguir aquí. Nos vamos a Alemania”, dice desde un banco a unos metros del boquete de vidas que dejó el misil ruso. Cae la noche en Zaporiyia. Suenan las sirenas antiaéreas. También para nosotros es hora de marcharse. 

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