Líder del Partido Comunista Chino

Xi Jinping, un martillo pilón contra la corrupción

La limpieza del partido le ha valido a Xi el masivo apoyo popular y le ha librado de rivales políticos

Xi Jinping durante un discurso en julio de 2022.

Xi Jinping durante un discurso en julio de 2022. / Europa Press

Adrián Foncillas

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La condena de Zhou Yongkang, el zar de la seguridad, anticipaba la gloria eterna en el partido para Fu Zhenghua, ministro de Justicia. La operación fue una paciente obra de orfebrería. Durante meses arrestó o interrogó a 300 de sus colaboradores hasta que sentó en el banquillo, ya desnudo de defensas, al que había ostentado el tercer cargo del país. El aparato de seguridad manejaba en tiempos del temido Zhou más presupuesto que el Ejército y bajo su manto cabían los tribunales, la Fiscalía, la policía, las fuerzas paramilitares y los servicios de espionaje. Zhou recibió su condena a cadena perpetua en 2015 y Fu, su heroico carcelero, escuchó la suya la semana pasada: cadena perpetua por corrupción. La eternidad es breve en tiempos de Xi Jinping.

El inminente congreso del Partido Comunista, que arranca este domingo, ha llevado el frenesí a los tribunales. Días antes había sido condenado Sun Lijun, viceministro de seguridad pública, y tres jefes policiales. El mensaje de que nadie está a salvo retumba de nuevo después de que Xi, recién estrenado el cargo, ya rompiera con la investigación sobre Zhou la regla no escrita de que los miembros del Comité Permanente del Politburó disfrutan de un plácido retiro.

La campaña contra la corrupción es la imagen de marca de Xi y en ella se asienta el apoyo popular. Cuatro millones de miembros del partido han sido investigados y más de un millón han sido castigados en su década en el poder para atajar un problema enquistado y que amenazaba la supervivencia del partido. Nunca faltó la corrupción en el partido pero se agravó cuando la apertura económica multiplicó los recursos y las tentaciones. Hu Jintao, predecesor de Xi, ya diagnosticó la amenaza pero le faltó vigor para combatirla.   

Vicios del poder

Muchos miraban al partido como un nido de arribistas y nadie era más odiado que el gobernante local, un compendio de vicios en el imaginario popular. Sangraba las arcas con banquetes y concubinas, explotaba cualquier vía corrupta, despreciaba al pueblo que prometió servir y concentraba sus atenciones en los superiores que gestionan los ascensos. Combatir la corrupción chocaba contra un sistema que la estimulaba y tras cada detención sonada se pensaba que el desdichado no pagó en la ventanilla adecuada, fue víctima de guerras intestinas o la cabeza de turco que cíclicamente calmaba a las masas. Quince años atrás, en un viaje por el curso del río Yantzé tras la inauguración de la presa de las Tres Gargantas, este corresponsal escuchaba de la mayoría de lugareños el mismo lamento: las indemnizaciones pagadas por Pekín tras ser expulsados de sus hogares acabaron en los bolsillos de los gobiernos locales. Así de sistémica y enquistada estaba la corrupción.

Xi recordó que las dinastías cayeron cuando su diligencia y austeridad mudaron en vagancia y rapiña, advirtió de que la corrupción empujaba el partido al colapso y prometió que cazaría "tigres y moscas" para definir a burócratas y altos cargos. Después trasladó la limpieza desde partido al Ejército, a las paquidérmicas empresas estatales, al sector financiero y, finalmente, al privado. Una visita mensual a la comisaría policial más cercana con baiju (el aguardiente nacional) y tabaco ya no blinda a los negocios de los problemas ni son obligatorios los banquetes, borracheras y prostitutas para cerrar contratos. Las mujeres han sido las más beneficiadas por el cambio de los usos empresariales que las penalizaban. 

A la campaña no le faltan asteriscos. En su nombre han sido barridos miembros de clanes rivales que entorpecían el ascenso de Xi. Un lustro atrás desveló que cinco pesos pesados, entre los que se contaba Zhou, habían tramado conspiraciones políticas. Nada hace pensar que la dictadura china sea la única a salvo de la corrupción ni del nepotismo. Investigaciones periodísticas han rastreado las fortunas de familiares de la élite hasta paraísos fiscales y en los monopolios estatales energéticos abundan los apellidos de la aristocracia roja. Es imposible calcular en qué porcentaje operan las pugnas de palacio y el propósito de limpieza tras la condena de un alto dirigente.

Mejora en transparencia

Aguanta la certeza de que nunca se había luchado más y mejor contra la corrupción. China ha avanzado 15 puestos en la clasificación global de transparencia durante la década de Xi y los funcionarios locales sienten tanto miedo que han frenado infraestructuras necesarias para evitar las fiscalizaciones. Al ímpetu oficial se han sumado la prensa local, ganada ya su libertad para destapar tejemanejes tras una lucha ardua, e internet, la mejor y más desconocida noticia que le ha pasado a China en décadas. Basta una denuncia o la foto de un funcionario local con un reloj de lujo para que se formase un tsunami en las redes sociales que se lleva por delante al sujeto. La fiscalización no alcanza a la cúpula del partido pero no es un avance irrelevante si lo comparamos con la barra libre que el partido heredó del mandarinato.

Xi necesitó para ir contra Zhou, el más alto cargo en ser investigado por corrupción desde que Mao creara la república, del visto bueno de sus predecesores, Hu Jintao y Jiang Zemin. Hoy, asentado su poder tras una década, dirige la campaña contra la corrupción sin bridas, para lo bueno y para lo malo.

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