Primer aniversario de la toma de Kabul
Un año de terror talibán en Afganistán
Pese a sus promesas de moderación al llegar al poder, los talibanes han basado su primer año de reinado en afianzar su poder a base de represión a disidentes y mujeres, mientras la economía afgana se desploma a causa del aislamiento internacional
Hace unos meses, una joven universitaria afgana salió sola a la calle en Kabul. A pesar de las restricciones de los talibanes en educación a mujeres, ella lo tenía claro: seguiría estudiando.
Pero los talibanes, al verla en la ciudad, la detuvieron. Se la llevaron a comisaría. Su error: salir sola a la calle. Según las leyes talibanes, una mujer nunca puede salir de casa sola o acompañada de un hombre que no sea su marido, padre o hermano mayor. Según el código penal talibán, hacerlo, constituye un crimen de "corrupción moral".
"Me empezaron a dar descargas eléctricas. En la espalda, en la cara, en el cuello... en cualquier sitio que pudiesen. Me llamaban prostituta. Uno me apuntó con una pistola y me dijo: 'Te mataré, y nadie será capaz de encontrar tu cadáver'", explicó esta mujer a la oenegé Amnistía Internacional.
"Para una chica afgana, ir a la prisión es una sentencia de muerte. Una vez se pasa esa puerta, una está ya estigmatizada, marcada. Y esa marca no se puede borrar", dice la joven.
Un año de promesas sin cumplir
Cuando en agosto del año pasado, hace justo un año, los talibanes llegaron al poder con la conquista de la capital de Afganistán, Kabul, sus líderes y portavoces se llenaron la boca de promesas: clamaban al mundo que el grupo había cambiado, que no tomarían las mismas medidas que en la década de los 90, que serían más permisivos, que no perseguirían a nadie y que permitirían a las mujeres y estudiantes vivir en libertad en el nuevo Afganistán que nacía.
El paso del tiempo, sin embargo, les desmintió, y a medida que se descontaban los meses, a medida que los talibanes se sentían más seguros en el poder, las leyes draconianas de antaño volvieron.
Una tras otra: para las mujeres, prohibición de salir a la calle sin un hombre de la familia, prohibición de estudiar a partir de secundaria, obligación de cubrir con un velo el cuerpo de la cabeza a los pies, prohibición de trabajar en el sector público (exceptuando enfermeras y profesoras), prohibición de hablar —en persona o por internet— con amigos hombres y un largo etcétera al que se suma, además, un enorme aumento de matrimonios forzados e infantiles. También fueron impuestas restricciones a hombres, aunque mucho más leves.
"Creo que el gran fallo de los talibanes ha sido que no han sido capaces de pasar de la lucha armada al Gobierno. Realmente han fracasado a la hora de tratar a los afganos con dignidad. Un ejemplo es la prohibición de la educación secundaria para las afganas. Es una cuestión puramente ideológica. Los talibanes ponen excusas, hablan de problemas técnicos, como si los afganos o la comunidad internacional se lo creyesen. Y además, los talibanes también han estado atacando a la prensa. En contra de todo el que reporte la verdad. No aceptan ningún tipo de crítica", explica Bilal Sarwary, un periodista afgano que se exilió en agosto de 2021, justo después de la toma talibán de Kabul.
Una crisis sin fin
A la represión, además, se suma una crisis económica y humanitaria sin comparación en el mundo. Según la ONU, cerca del 95% de los afganos vive por debajo del umbral de la pobreza. El motivo es, sobre todo, la retirada de la comunidad internacional de Afganistán con la llegada de los talibanes ya que el gobierno anterior de Kabul era enteramente dependiente de la ayuda exterior. Ahora, esta ayuda ha desaparecido.
Luego se suman otros factores. "Además del colapso de la economía, estamos viendo muchísimos desastres naturales, como el terremoto en Paktika, que mató a 1.000 personas; y las inundaciones en el sur del país. Esto ha destruido completamente las cosechas y los rebaños de una economía que no puede alimentar a sus propia gente", dice Sarwary, que desespera: "Uno se siente descorazonado por la gente de Afganistán".
Noticias relacionadas"Hace poco hubo un brote de cólera en las provincias de Oruzgan y Helmand. Hablé con un doctor de ahí, y me aseguró que no tienen nada con que tratar a los pacientes. Ni paracetamol", explica Sarwary, dando a entender que esto es una señal de la poca conexión que hay entre el régimen talibán y las demás capitales del mundo.
Tras la conquista de Kabul, muchas embajadas volvieron a mandar equipos a Afganistán, después de un periodo de receso. Pero han sido pocos los que han reconocido al nuevo Gobierno del país centroasiático. Algo que, para este periodista, es una condena a muerte para los afganos. "El reconocimiento de los talibanes tiene que suceder. Pero para que suceda, claro, los talibanes tienen que cambiar sus políticas. Tienen que tratar con más dignidad a los afganos y sobre todo a las afganas. Deben de buscar una política de reconciliación. Pero esto no ha ocurrido, ni parece que vaya a suceder a corto plazo", afirma.
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